lunes, 28 de septiembre de 2009

vano afán


Se acaba el mes de lo que queda por hacer. Lo cantaba Luis Cernuda, que nació en septiembre: “Por este clima lúcido, / furor estival muerto, / mi vano afán persigue / un algo entre los bosques.” Pásate por la Biblioteca Pública a finales de agosto (lujo a tu alcance: aire acondicionado, libros, prensa, amigos que hace tiempo que no saludabas, ambiente relajado y amable) y verás cómo velan sus armas los estudiantes, a la espera de la oportunidad que en junio quedaba tan lejana; pásate por los quioscos y verás cómo se repite en fascículos la naturaleza humana tras los buenos propósitos que fraguó el verano al calor de las vacaciones, y observa la cosa pública, que parece volver a la vida para retomar iniciativas que durmieron en julio y agosto. No seas mal pensado, estarían reflexionando. Hasta las luces del Torico. Hasta eso.
Pasaron los conciertos y muestras del verano, siempre en el centro histórico, hay que revitalizarlo, dicen, que no parezca vacío a los ojos de los visitantes. Y el centro languidece, cada vez más, vacío, musealizado, mudo a partir de ahora, en cuanto eche la persiana el comercio. Un par de datos. Andaba viendo fotos del ensogado del fin de semana de Interpeñas, una ocasión única que permite acercar el objetivo algo más al toro, hazaña imposible el lunes de la Vaquilla, y un buen observador de lo evidente me comentó un detalle: los balcones de la plaza estaban vacíos, ajenos al latido del corazón de la ciudad. Un par de familias en casa Juderías, algo más en Pardos, en La Dulce Alianza y en Lapuente, y para de contar. Nada que ver con aquellas fotos antiguas que nos regalaba Interpeñas en su semana cultural y que tantos tenemos enmarcadas en casa como parte de la memoria de nuestra tierra.
Vinieron las motos. Dieron un paseo por la plaza (algunas, hay que decirlo, dieron dos, tres, cuatro, sin control), terrazas llenas de gente de aquí y de fuera, y balcones vacíos de nuevo. El ruido, el olor, el humo, el colorido, el brillo, habrían atraído a los vecinos de la Plaza, de haberlos. Pero volvían a estar vacíos.
Dinamizar el centro. ¿Qué pasó con el catálogo de locales comerciales vacíos? Lleva camino de quedarse en mero listado. Desconozco si se ayuda realmente a los propietarios de pisos del centro para que rehabiliten y alquilen con tranquilidad viviendas que volverían a dar vida a esta parte de Teruel. Dinamizar no es ir y venir, pasar el rato. De momento, los vecinos del centro, con que les dejen dormir, se conforman. Vano afán. Pero, muerto el furor estival, queda la luz de Teruel, preciosa, también para la fotografía, sin peligro ahora.


sábado, 26 de septiembre de 2009

Relatos del Maestrazgo


Hace tres años participé en el concurso de relatos de la Comarca del Maestrazgo (era la primera edición, este año va por la cuarta) y envié un relato que me estimaba mucho. Se titulaba Donde hoy es siempre todavía, título robado de un verso de Machado, que me dio la idea para esta breve historia.
Me decidí a enviarlo, y recibí un accésit que, por diversas razones, me supo a primer premio. Y como lo mío es petaquear (de petaca, te sonará el chiste de la petaca, venga, haz memoria), cada vez que me encontraba con Cristina Mallén (he tenido la suerte de encontrarme con ella en varias ocasiones), le insistía: va venga, publicad los relatos, va venga, publicad los relatos... No creo que haya sido por mi insistencia, pero los relatos premiados y los que han recibido mención en cada una de las tres primeras ediciones, ven hoy la luz.
Releí el mío (uf, un secreto: no leo lo que escribo), me siguió gustando (los relatos son como los perros pequeños: sólo les gustan a sus dueños), aunque ahora cambiaría algunas cosas, y descubrí que algunas de las historias son muy buenas.

Por eso recibieron premio, seguro, no se quedaron en un accesit.

lunes, 21 de septiembre de 2009

confirmado: el sol se pone por el oeste


Cuenta aquel que una de las cosas (no hay forma de que evite esta palabra) que odia del verano es hacer el pasillo entre terrazas. Si piensas que la gente te presta atención, apañado vas, amigo. Pues bien, hice pasillo en agosto con un libro en la mano, tapando la portada, como hace todo tímido molesto por las miradas ajenas, y un conocido me pidió que le recomendara un libro. Parecería un poco brusco, a lo mejor, pero respondí que no recomiendo libros sobre la marcha, y menos a la vista ociosa de la terraza. Me disculpó: era una de esas personas a las que, por el desgaste del roce diario, saludas sólo con leve inclinación del gesto y mohín, sin pararte a hablar, pero con la que cruzarás breves palabras educadas cuando te lo topas fuera de Teruel.
Revelaré el secreto. Se trataba de El espíritu áspero, lectura de verano, en sentido literal, que me hizo agotar los plazos de préstamo de la Biblioteca Pública, y cuyo autor, Gonzalo Hidalgo Bayal, entre otras cosas (palabra favorita del amigo que odia hacer pasillo por las terrazas), salpica con juegos de palabras, retos a la agilidad del lector, escepticismo y cinismo sano, a la vez que exige esfuerzo para recordar nombres, lugares y acontecimientos que los calores del verano y el espesor mental consiguiente dificultan.
El protagonista es un profesor de instituto que deja escritas unas memorias con el recuento detallado de su infancia, la historia y héroes de su tierra natal, su propia evolución personal y su desencanto final, que atribuye a la madurez. No faltan frases lapidarias en las que este lector no se detiene, tal vez por miedo a perder el hilo entre datos, nombres, lugares y reflexiones. No obstante, copié una de ellas, tal vez por mi afición a observar la puesta del sol: “El horizonte y el crepúsculo enseñan que todo cambia y nada permanece”. Una reflexión adecuada: mañana el sol se pondrá exactamente por el oeste, con el otoño todo vuelve a su sitio tras el delirio del verano.
A punto de jubilarse, el viejo profesor no puede evitar una reflexión sobre su trabajo: “Admito que enseñar puede ser agradable cuando el alumno quiere aprender, pero las nuevas pedagogías, inversas, insumisas e insolventes, entienden que aprender es agradable cuando se quiere enseñar. Me jubilo en buen momento antes de la catástrofe”. Cuando ha comenzado a debatirse lo evidente a propósito de la escuela, recuerdo que el crepúsculo enseña que todo cambia, nada permanece, pero el sol vuelve a ocultarse por el oeste, tras el delirio estacional.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Riesgo


El pasado cinco de septiembre comenzó la carrera de montaña más dura de Europa, que terminó este fin de semana. Había visto alguna vez los resúmenes de la Marathon des Sables, una prueba deportiva extrema que se desarrolla en pleno desierto del Sahara, pero no conocía la Transalpine Run, en la que los atletas han superado 230 kilómetros en ocho días, con desniveles de vértigo que prueban la capacidad de resistencia de cuerpos preparados para rendir muy por encima de sus posibilidades, y cuyo sufrimiento era patente día a día.
El aparente sinsentido de un deporte en el que el afán competitivo queda en segundo plano, dada la dureza de su desarrollo, me ha hecho recordar a Óscar Pérez, el montañero que desapareció en el monte Latok II, en el corazón de la cordillera del Karakorum, Pakistán, que hizo vivir momentos de dolor no sólo a quienes aman la montaña o el deporte en general, sino a todos los que presenciamos día a día el dolor y la frustración de quienes intentaron rescatarlo de manera infructuosa y regresaron a nuestra tierra con la desolación propia de un aparente fracaso, aunque uno de los miembros de la expedición de rescate se consolaba diciendo “no hay más reflexiones que la muerte de Óscar. Es lo único que hay claro en todo esto. Lo demás, se ha hecho todo lo que se ha podido y no se ha podido hacer más."
A mi entender, estas prácticas muestran un misterio más del ser humano. Por qué asume (unos pocos, ya lo sé, los demás lo vemos todo desde la comodidad del hogar que nos protege, esa es otra faceta de la humanidad, una especia de aurea mediocritas), por qué acomete esfuerzos baldíos, condenados al fracaso a la mínima que cambien las circunstancias, riesgos que pueden resultar fatales, retos increíbles. Algo tendrá que ver con la naturaleza humana, con nuestro origen, cazadores recolectores que migraban de un lugar a otro buscando una vida mejor, o simplemente expulsados por el afán territorial de un vencedor que nos obligaba al exilio permanente. No lo sé. En los años setenta nos criamos salpicados por las imágenes en blanco y negro de hazañas y accidentes de César Pérez de Tudela y sus historias y su voz modelaron el mapa sentimental de toda una generación. No lo sé, tal vez la audacia roza la locura. La montaña, madre en algunas culturas, también es traidora. Y quienes la aman lo saben. Y como el lenguaje es parte de lo más profundo de nuestro ser, quizá ande por ahí escondido el origen de la palabra riesgo: viene del árabe rizq, “lo que depara la providencia”. Pero estoy seguro de una cosa: Óscar descansa en paz.


lunes, 7 de septiembre de 2009

Escucha, Euclides




Si me has acompañado alguna vez a los Amanaderos, al Molino de las Pisadas o a Palomera, recordarás que mi capacidad de orientación, en caso de existir, es nula, y que quienes me tuvieron que enseñar a escribir en aquellos tiempos en que ser zurdo sin duda era ser raro, atribuirían a problemas de lateralidad, digo, de haber estado entonces de moda semejante problema. Por eso, alguien me ha dicho, me gusta patear las ciudades que no conozco: damos tantas vueltas para ir al mismo sitio, un día y otro, que acabamos conociendo lugares recónditos que se negarán al visitante ocasional pero eficiente, porque está visto que la línea recta será la más corta, pero nunca la más entretenida. Me pasó también en Santiago (venga, te cuento el chiste que oí ahí: “¿Dónde trabajas? – En Santiago. - ¿y de qué? – Hombre…, ¡de Compostela!), donde el tópico me abandonó y no conseguí ver una nube ni disfrutar de eso que dicen que se siente en contacto con la lluvia en Galicia.
Pues bien. Viene esto a cuento a propósito de las vueltas que di el otro día (día indeterminado que algunos tomarán por falta de consciencia o más bien conciencia del tiempo, además de ignorancia espacial que mencionaba más arriba), mientras buscaba por el Polígono las instalaciones de la ITV. Me detuve ante lo que me parecía fruto de una incipiente insolación, al ver en un almacén municipal las estatuas de la Glorieta, sí, las de la fuente de antes de que el lugar se convirtiera en techo del parquin, como me dijo un día aquel amigo de la época escolar que abandonó Teruel poco antes de empezar la universidad y que volvió un día a hacer ejercicio de nostalgia. Le gustó Teruel, pero echaba de menos la Glorieta de entonces, que a él y a todos nos parecía muy grande, aunque no tan buena como aquella de la arena, templete, y circuito de karts.
Se echa de menos un concepto de ciudad que guíe la mente de quienes están (digo yo que estarán) comprometidos con ella, más allá del juego político. Ya resulta un tópico hablar de obras emblemáticas sin sentido, o con doble sentido, de la dinamización del centro histórico y de su limpieza, de la cantidad de locales comerciales y pisos vacíos que ven pasar el tiempo camino de alcanzar una situación insostenible porque esto no acaba de arrancar, de proyectos de papel olvidado, sean centros culturales o parques inmensos. Que viajen. Que vean lo que se está haciendo por ahí. Que pateen ciudades. Que den vueltas y vean, que vuelvan con ideas. La línea recta es la más corta, no la más entretenida.