sábado, 25 de septiembre de 2010

augures



Entré en clase y me soltó, así, a bocajarro, como sólo saben hacer quienes están despertando a esta red tan complicada de acontecimientos que es la vida, si les iba a contar el significado de la palabra inauguración, ahora que se veía movimiento inusual alrededor del instituto recién estrenado que anda en pleno proceso de adaptación a un espacio en el que se hará un hueco con personalidad propia, como no podría ser de otra manera.

Me lo espetó, sin duda, porque aunque acaba de llegar, ya le habrán contado que me gusta recoger (y mostrar, no sé conseguiré evitarlo algún día) fósiles, sobre todo los de las palabras con las que nos tropezamos todos los días, testigos de nuestra historia que a veces nos dicen quiénes somos, por mucho que por el desgaste del uso nos hayamos acostumbrado a ellas como quien busca cómodamente la tranquilidad de no escuchar a quien le canta las cuarenta.

Me lo pienso, había hecho propósito de no distraerme con estos peñazos, pero me pueden las ganas. Inaugurar debe de tener algo con los augures, esos personajes que se dedicaban a adivinar el futuro mediante la observación de las aves, de su vuelo o del movimiento de sus alas. Por eso, en la Roma antigua, cuando se iba a abrir un nuevo templo, se invitaba a los augures para que vaticinaran si el momento era propicio. De ahí, lo que hacemos ahora: empezar la vida en nuevo lugar con solemnidad, como para ayudar a creernos que lo que vamos a hacer es importante.

No faltaron los comentarios: que si iban a venir muchos pájaros (!), que si iban a predecir el futuro, que si íbamos a tener fiesta, que si por qué unas aulas se habían preparado y otras no para la visita... Fue día de inauguración solemne, con muchos invitados, exhibición incluida de lo que se va a poder hacer allí en un futuro más o menos inmediato, que a alguien le pudo parecer teatro. Y buenos deseos, a veces expresados con gancho de trapero, que se acercan días intensos.

No faltaron los medios de comunicación, y muchos de los protagonistas (eso creyeron ellos, que eran protagonistas) se sintieron decepcionados. Ellos lo llaman timo. Vaya timo, no hemos salido ni en la tele ni en las fotos. Es lo que pasa. La trama de acontecimientos que nos toca presenciar y que a veces creemos protagonizar, a veces, vuelo de un ave difícil de interpretar, y lo que para ti es importante para otros, augures que vaticinan sobre lo propio y lo ajeno, no es más que imagen de un instante al que se añade un mensaje que tú no te esperabas.

Postdata: Como su despertar es rápido, me preguntó cuando salía de clase si volverán todos cuando se inaugure la otra mitad del instituto, el curso que viene. Llegará lejos esta chica, no lo dudes. Buen augurio.

martes, 14 de septiembre de 2010

Y el héroe de este siglo se subió por los tejados.


Decía la semana pasada que todavía es verano. Y es verdad, todavía es verano, aunque es inevitable que muchas veces, ahora que la pereza de la temperatura más baja se va adueñando de la mañana, te cruces con quien te cruces, acabes hablando del tiempo. Que si refresca, que si esta mañana había niebla (mucha, me decía un forano, para lo poco caudaloso que es el río, como si lo de la niebla fuera cosa del río – es cosa de las tardes de paseo), que si el día acorta, que si hoy se metía el sol a las ocho y media de la tarde en la Vega, cada vez más cerca de Teruel (un día te hablaré de alguien que siempre escribía y pronunciaba la palabra vega con mayúscula). En fin, lo de siempre, un adverbio tan incierto este siempre que a algunos les da seguridad y a otro los saca de sus casillas. Hablando de casillas, este verano pasado (el que ahora acorta buscando un reposo que alfombrará de hojas amarillas el otoño ese que dicen que aquí no existe) fue el verano del deporte.

Ganó España el mundial de fútbol, perdió España hace nada el de baloncesto, Nadal y el Tour de Francia vibraron, y anduvo todo revuelto con los anuncios del ministro de guardia del verano, que se lanzó a avisarnos de subidas de impuestos (eso nos pasa por anhelar servicios de primera, decía), recortes de inversión pública y marcha atrás cuando quien quiere y puede se ha quejado. Otro deporte, sin duda, que nos tendrá, me malicio, alejados de la realidad tan dura que nos rodea. No se hablaba otra cosa que de la crisis este verano, en vista de los números de visitantes, pernoctantes y turistas que se autoabastecían en el supermercado para ahorrarse los gastos.

Se revolvieron los medios de comunicación cuando abrió la boca el ministro (ministro encargado de ir desplegando la sonda cada verano, a ver cómo responde el personal a lo que viene en otoño), y el presidente del Gobierno viajó a China para mostrar al mundo las virtudes de Miguelín (el grande), y ganar en credibilidad en aquel abierto-veinticuatro-horas que parece tener la clave del futuro. Y aquí, la casa sin barrer.

Con todo, no me extraña que Bob Esponja, héroe del siglo XXI que no sabemos si será capaz de bajar del pedestal al Mazinger Z de nuestros días, se acabara subiendo por las paredes. No me extraña, aunque soplan vientos de cambio: las historietas de toda la vida, Zipi y Zape, Mortadelo, Pepe Gotera y Otilio, Carpanta y el 13 de la Rue del Percebe siguen gustando a toda esta generación que se cría ante la pantalla del televisor pero acaba de descubrir el secreto de la letra impresa e ilustrada.

PD.: Me hizo sonreír la pregunta de C cuando descubrió que las historietas también eran entretenidas. ¿La pregunta? En qué orden se leen las viñetas (respuesta: de izquierda a derecha y de arriba abajo).

miércoles, 8 de septiembre de 2010

MANÓNIMOS (VI)


Me ha contado más de una vez algo que tenía aquello que nos pasa con frecuencia a todos, cuando nos parece que las condiciones son óptimas para contar un recuerdo personal que no contaríamos en otras circunstancias, y a quienes nos escuchan, en vez de comprender la solemnidad de nuestras palabras, solidarizarse con nuestros sentimientos o al menos respetar nuestra intimidad, les da por (son)reír, y estamos seguros de que más adelante lo utilizarán para meterse con nosotros con un “anda, cuéntanos lo que te pasó tal día”, y conseguir que el círculo de los sonrientes o abiertamente rientes se amplíe de manera que hubiéramos sido capaces de prever de haber sido más prudentes.

Pues bien, me ha contado más de una vez que le pone muy melancólico ver fotos antiguas (no tan antiguas, basta que sean fotos de su niñez o de su época escolar), esas instantáneas en las que aparece en pantalones (muy) cortos, con el pelo corto, delator de unas entonces sólo incipientes orejas de soplillo que me lo tenían acomplejado, y con una mirada que ahora le parece tan inocente que explica lo que ha sido su vida después.

Me ha contado que entonces, en aquellos pantalones muy cortos, cabía de todo en unos bolsillos que no tenían fin, y que su madre, harta de encontrar de todo en los cajones de aquella mesita de noche que tanto se estimaba, le hacía vaciar el contenido de los bolsillos sobre la mesa del comedor y explicarle por qué llevaba cada una de esas cosas que hacían tanto bulto que acababan por reventar el pantalón.

Avergonzado, como muestra su cara en la foto que tenía entre las manos mientras me lo contaba, relataba el proceso de desatasco: un par de huesos de matamuchachos, un pañuelo amarillento, arrugado y con gotas de sangre de algún reventón de nariz, un chicle, canicas, la entrada del cine La Salle de la sesión numerada del domingo anterior, una bolsa de pipas vacía, cáscaras de pipas que antes estuvieron en la bolsa, cromos arrugados y descoloridos de Miguel Ángel, Sol, Camacho, Benito y Pirri...unas hebras de tabaco que le van a costar un buen soplamocos, migas de pan, una peonza y una cuerda, además de la llave y el candado de la bici, con los consiguientes restos de grasa de la cadena que se salía cada dos por tres.

Ya no me puedo aguantar la risa, a la vista de la cara que debió de poner delante de su madre, que se iba secando las manos en el delantal mientras se preparaba para darle el soplamocos habitual de su psicología aplicada, mientras asegura que debió de ser entonces cuando decidió que nunca más llevaría nada en los bolsillos que no fueran un par de llaves, un pañuelo y algo de dinero.

Por eso, renunció después a llevar una bolsa de costado o un bolso que lo liberaran de bultos en los bolsillos pero que no iban a impedir que siguiera acumulando objetos, recuerdos y material reciclable. Y cuando le dan un recado, lo apunta en la pared. Debió de necesitar un día un fontanero, pidió información y la escribió en esta pared, auténtico redescubrimiento de las Páginas Blancas.

Conozco su mala memoria, es incapaz de recordar un número de teléfono, y cada vez que necesite llamar al fontanero, acudirá a este lugar manónimo donde permanecerá para siempre la información de las páginas blancas improvisadas, propias de alguien que se hartó de llevar cosas en los bolsillos, y que no piensa cargar con un bolso que, total, sólo contendrá lo que él era capaz de llevar en aquellos pantalones cortos, bien cortos cuando miraba con pena a la cámara de fotos de quien se empeñó en perpetuar la memoria de su infancia, que a él ahora le ataca con sus accesos de melancolía y que hace las delicias de quienes le escuchan en momentos solemnes en los que la intimidad se le escapa sin darse cuenta.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Todavía es verano. Que conste


Todavía es verano, que conste.

Pero anoche, la agitación del cielo, con ese olor a tormenta húmedo e inquietante, nos hizo dormir con la indecisión propia de estos días: cierro la ventana, dejo la ventana abierta, no sé qué hacer. Tantas cosas hemos oído contar aquí de los males de la corriente cuando llega el primer aviso del final del verano.

Se cerró el cuaderno de El Alcabor hace unas cuantas semanas, y al regreso de aquellas vacanciones prometidas, al abrir este rincón, me ha costado reconocer lo que antes era habitual. Tras el cambio de actividad (la mejor definición de descanso para quienes raramente duermen muchas horas o apenas abrazan el calor de una siesta), lo invade todo la necesidad de cerrar el cuaderno de bitácora definitivamente y dejar correr el agua, como si la decisión de abrirlo un día hubiera sido fruto de la precipitación o de un afán (vano, hay que reconocerlo) de perpetuar la opinión propia. Hay mucho ruido en el entorno, ruido opinador me gusta llamarlo, y no faltan voces, alaridos con frecuencia, que no son sino eco de otras opiniones y de otros quehaceres mejores. Vete a saber si lo más recomendable será el silencio, el fomento de una vida interior que ayude a entender este mundo que se desboca, un tiempo de mirar hacia adentro, de vivir un día a día tranquilo en la medida de lo posible.

Me ha dado que pensar un libro de Miguel Mena, Piedad, uno de esos libros que a veces lee uno por casualidad. Seré sincero: me atrajo la tapa, lo hojeé, y lo leí. Me ha dado que pensar, digo. El libro es algo así como el acomodador del cine, de aquel cine de antes, en el que tanta gente llegaba con la película empezada, y siempre había alguien (me acuerdo de Maximino), que tenía el cine, butaca a butaca, en la cabeza y te colocaba en tu sitio en un minuto. Pues así es este libro. Vas despistado, a lo tuyo, llegas tarde, y un texto te lleva a una foto con la que el autor se encontró en algún recorrido aparentemente imprevisto. Se lo tendré que agradecer un día a Miguel Mena, pero ha conseguido que ahora me lo piense dos veces antes de subir una foto, y mucho peor aún, comentarla al calor de este rincón de la casa donde lo suyo es hablar bajico.

Seguiremos. Espero no hacer ruido, y que alguna vez sonriamos.

Ayer, antes de la tormenta, me crucé con Teresa en la plaza del Torico. Me preguntó por qué llamo Manónimos a los mensajes escritos que encuentro por la calle. Gracias, lectora. Eres única.