sábado, 26 de febrero de 2011

Con las cartas marcadas



Me decía el otro día alguien – no pienses que este alguien indeterminado pueda ser yo, y esto sea una excusa para no decirte realmente lo que pienso- que empieza a pensar que estábamos mucho más cómodos hace cosa de veintitantos años, cuando el mundo estaba dividido en dos bloques (los rusos, nosotros), el problema del petróleo estaba ahí, contenido, y lo de la amenaza de Asia, el león que se despertaba con hambre, era algo tan lejano (física y mentalmente), que no nos suponía ningún problema oír noticias más o menos exóticas que, pasada la novedad, aquella vida efímera de las noticias que nos bombardean, quedaban archivadas en la papelera de nuestra memoria.

Ahora las cosas han cambiado. Dependemos más del extranjero, nuestra economía funciona a golpe de silbato europeo, nos abastecen (extendamos el nos, ahora estamos embarcados en esto con los países de nuestro entorno, como tanto nos ha gustado llamarlos, qué bien que nuestro entorno entonces fuera solo ese) países que tienen problemas serios, de mera subsistencia, y no sólo económica, que han pasado a interesarnos porque realmente teníamos intereses ahí y nos habíamos olvidado de lo que los necesitábamos o de lo que nos necesitaban.

Tememos ahora por el petróleo del cachondo aquel que montaba una haima en los exteriores de El Pardo, aquello sí que era auténtica recreación, y era recibido en medio de honores que se rinden a quien se teme, con el deseo de apaciguar su ira, con este palio confortable que las democracias occidentales han mantenido para recibir, honrar y pasear a quienes reconocen porque les resultan imprescindibles o temibles, mientras nuestros líderes portaban con la gravedad que requería la visita los varales, bien sujetos, no fuera a resultar evidente su debilidad, que ahora resulta que el rey estaba desnudo.

Santa Claus, al otro lado del Atlántico, tenía problemas en casa, yes we can, y entonces vino el nuevo rey de oriente, del oriente de más allá, como si devolviera con retraso las visitas de Marco Polo, con su buen rollo de primavera, y sólo entre dientes, por lo bajo, se habló de la falta de libertades y ausencia de derechos en su país. Ojo, ni se os ocurra ponerle mala cara, que nos va a comprar la deuda, y este te invade a la mínima, sin mandarte ni un soldado, solo te alquila bajos comerciales, en mano, a fecha fija.

Conocemos ahora ciudades de las que nunca nos habíamos preocupado, justificamos revoluciones que nos dan vértigo porque no sabemos en qué puede terminar la movida, ni quién está realmente detrás de los gritos de personas famélicas que gritan por una libertad que no va a ser la nuestra, seguro. El mundo ha cambiado, se ha metido en una espiral que no sabemos dónde nos llevará.

Y mientras, oímos cuentas de resultados que hacen que nos recorra la espalda un escalofrío que hacía años que no sentíamos. Iremos más despacio, también por las autovías, seremos solidarios, salvaremos la caja común. ¿Eres capaz de definir la palabra espiral sin utilizar las manos? Prueba.




miércoles, 9 de febrero de 2011

El ombligo de Grey Town



Ombligo del mundo. Cuentan que eso creyeron que eran quienes construyeron Cuzco, la antigua ciudad que aún hoy atrae la atención de tanta gente y conserva los enigmas que la han de mantener viva. 


Cordón que une a la criatura con la tierra que le dio la vida.

Agujero negro, región finita del espacio-tiempo provocada por una gran concentración de masa en su interior, con enorme aumento de la densidad, lo que genera un campo gravitatorio tal que ninguna partícula material, ni siquiera los fotones de luz, pueden escapar de dicha región.

Torre de señales cuya claridad anuncia al mundo el punto por donde empezará la invasión el día del Apocalipsis, cuando todo se ha de saber.

Resto arqueológico que permanece como mudo testigo del subsuelo de la ciudad urban-izada a golpe de inversión sin fondos que buscaron soluciones a la cábala de la vida moderna.

Objeto inerte que lanzó el atleta creado por Mirón. Tras el momento de máxima tensión, su esfuerzo ha resultado inútil. La fuerza se ha dispersado, fue difícil el equilibrio, y el disco yacerá a la espera de algún nuevo héroe que lo vuelva a lanzar. Quizá otro esfuerzo inútil volverá a dejar el disco unos metros más allá, y el Apocalipsis no sabrá por dónde empezar.

Se urbaniza la ciudad. Predomina el gris. Ciudad gris. Les gustan los nombres en inglés: Grey Town. Se miran al ombligo. Esfuerzo inútil. No hay vida al otro lado del cordón, aunque nos recuerden en paneles callejeros su eficiencia.

Suena la voz del europeo exiliado, también de su país, y quien lea, entienda, como dice el libro del Apocalipsis: Sé perfectamente que el París de mi juventud, que tenía y daba alas, ya no existe; quizá ya nunca recuperará aquella maravillosa despreocupación después de que la mano más dura de la Tierra lo marcara tiránicamente con el estigma del bronce