domingo, 27 de marzo de 2011

Una de tópicos






Pues sí, estamos de celebración. Anoche (sábado, 26 de marzo de 2011, último día de la hora de invierno) el equipo de voleibol de Teruel, que juega en la Superliga (la categoría máxima, la división de oro del balónvolea español, disciplina sin apenas impacto mediático), ganó la Copa del Rey.

El Rey de España no acude al lugar donde se celebra la competición, que dura un fin de semana (poco más, desde el miércoles, con los encantos de Gran Canaria, isla afortunada), pienso que tal vez sea porque hay demasiadas competiciones deportivas que llevan esta denominación, pero la importancia de esta victoria está clara: el equipo que gana tiene asegurada la participación en competiciones europeas (sí, aquí, en Teruel, y luego en el más allá del continente), y como este año el comienzo de la fase final de la Superliga está tan cercano (empieza el próximo sábado, el equipo juega en Tarragona, y el club fletará al menos un autobús, al que se unirán muchos vehículos particulares), esto que a lo mejor a ti te parece una anécdota sin importancia, la tiene: supone un empujón, una inyección de moral, y dará alas a estos jugadores (sí, ya sé, me lo has dicho otras veces, no son de Teruel, son mercenarios, asalariados que amarán estos colores lo que dure un contrato hasta que aparezca una opción mejor y entonces la grada los abucheará, o con un poco de suerte los recordará u homenajeará con un aplauso un pelín paternalista cuando visiten Los Planos). Cosas del deporte. 
Para alguno, ocasión de echar la bestia, gritar, sacar lo que uno lleva dentro, para otros tal vez simplemente, momento de disfrutar de un deporte completo que combina la agilidad, la inteligencia, la fuerza y el afán cooperativo, eso sí, teñido de amor, cariño, pasión por lo propio. Es lo que tiene la condición humana, que siempre se ha batido con rivales, no sé si por mero afán de superación, de afirmación o de qué. 

Vi el partido en televisión por ahí, tomando algo porque nos falló la transmisión de la tele pública nacional. Los tres primeros sets, en el canal de alta definición de la autonómica, tomando algo por ahí (la transmisión no atrajo la atención de muchos, el lugar tenía otros atractivos), y acabé en La Frontera, con las peñas que habían quedado allí (mucho Cansino, mucho ánimo, mucha felicitación), hasta que todo estalló, cuando Guillermo Hernán (“Guille es mi pin”, “Yo soy fan de Guille Hernán”) levantó la Copa. Reconocí muchas caras en la grada. Qué envidia.

Releo estas líneas, y veo que he conseguido llenarlas de tópicos, frases gastadas por el uso. Y es lo que deseo: que hablar de los triunfos del CAI Voleibol de Teruel se convierta en un tópico. Frase usada con frecuencia gastada. Tocando el cielo. V
iviendo en una nube. 



jueves, 10 de marzo de 2011

Vagar por el mundo



La vida está llena de casualidades. 
Algunas las proporcionan las lecturas: lo que leemos, como las personas que nos presentan o las ciudades que visitamos, nos lleva a otro libro, a un acontecimiento que salta a la actualidad o con alguna vivencia personal.De eso todos tenemos experiencia, yo también. 

Cuando comenzaron hace nada los movimientos de masas en los países del norte de África (Egipto, Túnez, Yemen, Libia…) que ahora resulta que tanto nos preocupan (supongo que más que nada por el precio del petróleo y por las oleadas de refugiados/inmigrantes que puedan venir, así somos: las noticias son relevantes según lo que afecten a nuestra vida o a nuestro bolsillo), andaba yo terminando de leer los Años inolvidables de John Dos Passos, autor de Manhattan Transfer, una de aquellas lecturas obligatorias de aquellos años del Colegio Universitario al que me ayudó a descubrir recientemente Ignacio Martínez de Pisón con Enterrar a los muertos. Se trata de una serie de apuntes (memoria informal, dice el autor) de sus viajes por medio mundo a finales de los años veinte del pasado siglo. Estados Unidos, la Rusia soviética de Stalin y el exotismo de sus repúblicas asiáticas (tan presentes en los medios ahora, cuando nos impresionan las tensiones sangrientas que mezclan el afán por la libertad con el fundamentalismo más atroz), Méjico, España, lo que aquí hemos dado en llamar Oriente Medio y algún que otro lugar más que yo no hubiera sido capaz de poner en el mapa actual.

Se trata de una ocasión única para viajar con el autor a lugares a los que, de no haber sido por los sucesos de estos días, tal vez no hubiera dirigido la mirada nunca. Aparece en estas notas el sentido trágico de Hemingway, la detención de Saco y Vanzetti, el viaje al Cáucaso, Mesopotamia, Persia, Damasco, cerca de donde asegura que un día “nuestro campamento se llenó de huesudos individuos de piel blanca y aspecto nórdico con bigotes engomados que vestían flotantes túnicas de lana blanca. Me han dicho que se les supone descendientes de un grupo perdido de Cruzados”.

Este viaje de Dos Passos me llevó a seguir sus pasos por la España de los años veinte, Rocinante vuelve al camino, que se puede comparar con las anotaciones de un viaje a España (Aventuras de un irlandés en España) al poco de la proclamación de la Segunda República, que realizó Walter Starkie, irlandés que más adelante trabajaría en el servicio cultural de la embajada británica en Madrid y que, con el ir y venir de su carácter pintoresco y entusiasta, realizó una tarea enorme, que fue desde la resurrección de José (que ya no Josep) Janés en la posguerra hasta conseguir de José Ibáñez Martín (ministro de educación de Franco) que se empezara a estudiar inglés en los colegios españoles, pese al apoyo oficial de nuestro país a la Alemania nazi durante la guerra mundial.

Y vuelta al Mediterráneo, a Italia, a Sicilia, y de ahí a la orilla meridional del mar, de la mano de Guy de Maupassant (La vida errante. Diarios de viaje por el Mediterráneo), quien asegura que un día se cansó del París de la Exposición Universal y decidió salir aconocer el mundo. Una suerte recorrer con el autor pueblos y ciudades de Túnez, donde los restos arqueológicos muestran la memoria de los romanos y de los árabes, en una tierra “marcada por el fanatismo, con una pobreza evidente y sobrecogedora, y una nobleza miserable y activa”. Ya se ve, parece que no ha pasado tanto tiempo: esto último lo podría haber firmado cualquier corresponsal de prensa hoy.

Y una casualidad más. Mientras escribo estas líneas, leo que la editorial Páginas de Espuma acaba de publicar las Notas de un viaje a Oriente, de Julián Marías, noticia del viaje que el filósofo hizo a los dieciocho años con sus compañeros de promoción universitaria con el que las autoridades educativas de la Segunda República pretendían festejar el traslado de la Facultad de Filosofía al nuevo edificio de la Ciudad Universitaria, una anécdota me lleva a recordar la figura del arquitecto de la Ciudad Universitaria que protagoniza La noche de los tiempos de Muñoz Molina y el interés de Martínez de Pisón por la estancia en España de John dos Passos durante la guerra civil. 

Interesante serie de relaciones y casualidades. También, que la editorial lo publique precisamente ahora, cuando Túnez, Malta, Egipto, Israel y demás países del entorno Mediterráneo andan inquietos. 

No sé si esto último sucede por casualidad, no sé. Pero no olvides lo que dice Guy de Maupassant: “Al hombre que vaga por el mundo le resulta prácticamente imposible no mezclar su imaginación con la visión de la realidad. Se acusa a los viajeros de mentir y de engañar a quienes les escuchan. Pero no mienten, no, lo que ocurre es que observan mucho más con el pensamiento que con la mirada.”
Lo mismo sucede con los lectores de libros.


domingo, 6 de marzo de 2011

sentido común, ciudadanía

Dicen que ahora los padres, las familias, delegan en la escuela aspectos de la educación de los hijos que antes parecían de sentido común y que se aprendían en el hogar, tal vez porque los padres consideraban que eran los primeros educadores. No creo que ahora hayan dejado de pensarlo, pero la escuela se ha apropiado de muchas de las atribuciones que antes aquellos tenían en exclusiva. No sé si debo poner ejemplos, pero (ay, cómo sois los docentes, siempre echando balones fuera) muchas de las tareas que ocupan ahora el horario escolar, tal vez debieran de ser cosas de casa. Hay quien se plantea que todo esto viene del momento en el que se pensó que los colegios e institutos debían ser centros de educación y no meros centros de enseñanza.

Y esta inercia es la misma que tiene la sociedad. Se acepta que sea alguien, alguna institución superior, quien recuerde al ciudadano lo que debe hacer o evitar, lo que siempre se ha considerado que era de cajón.


Se apela ahora, como si antes no se hubiera hecho, tal vez porque algunas personas se comportan como si no lo hubieran oído nunca, a la buena voluntad, al bien hacer ciudadano y al sentido de responsabilidad para que la limpieza de la ciudad y la convivencia de buena vecindad sean algo real, no un derecho inalcanzable. 





Hace unos años, en Teruel, los comerciantes del centro histórico tuvieron la idea genial de contratar a personas que se dedicaban a seguir a quienes sacaban la basura fuera de las horas establecidas o en formatos no aceptables (bolsas de supermercado y similares), de manera que quien infringía la norma ciudadana (como si quien saca la basura cuando le peta no lo supiera), se sintiera como el moroso que se ve acompañado por el cobrador del frac o algo parecido. Ahora, aparece una bolsa de supermercado de vez en cuando en la puerta misma del retén de la policía municipal, un espacio con cobertura de cámaras de seguridad, un auténtico desafío a la normativa de limpieza.

¿Que la gente aparca en la acera? Pues nada, ponemos una señal de prohibido aparcar, como si quien deja el vehículo ahí en medio del espacio del peatón no lo supiera. ¿Multas? ¿Broncas? ¿Disuasión? Quien lo hace, sabe que hace mal.

¿Qué te meas cuando sales por la noche? Sin problemas, a mear a la calle. ¿Ponemos cepos, carteles que recuerden la prohibición de verter líquidos y sólidos corporales en la vía pública? ¿Creamos una asignatura escolar que explique todo esto? ¿Movimiento corporal ciudadano? ¿ciudadanía corporal?

Y los pobres perros, en ridículo cuando sus dueños los sacan de paseo y nos dejan a todos el regalo de sus necesidades y de la falta de cabeza de quienes los castigan así. Por eso, gran idea la del cartel que ha repartido el Ayuntamiento por toda la ciudad: volvemos a gastar dinero en enseñar lo evidente, lo que todos sabemos, lo que nadie debería ignorar.
Cartel por cartel, me quedo con el que dejó escrito en el muro de la calle del Rincón la mano anónima, harta de andar sorteando residuos viscosos. No dejes la merienda. Llévatela.


miércoles, 2 de marzo de 2011

Restaurar



Pertenezco a esa generación (sí, ya lo sé, la que se jubilará, si eso, a los sesenta y siete) que conoció la iglesia de San Martín ya cerrada al público. 
Para quienes pasamos los primeros años de nuestra vida cerca de la plaza del Seminario, siempre fue lugar inaccesible a la curiosidad infantil que se abría sólo para Semana Santa, cuando los pasos abandonaban las iglesias que los alojaban el resto del año, y se adueñaba de las calles el ir y venir de aquellos cofrades que pasaban tiempo reparando, limpiando y decorando las imágenes (entonces la mayor parte de ellas sobre ruedas) que tal vez entonces no vivían el esplendor de ahora, con el auge del turismo, los reconocimientos institucionales y la unión (ay, siempre que se pueda) de las voluntades para mejorar lo que para algunos será espectáculo y para otros devoción.

Han empezado ya los ensayos de las bandas de tambores y cornetas (este fin de semana pasado nos llegaba el hormigueo desde San León), y dentro de nada nos darán el primer achuchón, el Miércoles de Ceniza, los redobles en el Obispado. Y a esperar que el cambio de luna del Martes Santo (la primera después del equinoccio de primavera, de ahí el caos de fechas de esta celebración) no dé al traste con tantas ilusiones que vivirán aquellos días mirando al cielo, escudriñando las acumulaciones de nubes y la dirección del viento, o preguntando a los mayores si ha de llover o no.

Por fin nos habremos deshecho de la carpa de estos últimos años, que tanto nos hizo temer aquello de que lo provisional, si no se anda con cuidado acabará convirtiéndose en definitivo.

Momento de felicitar a quienes han conseguido que la restauración del antiguo templo que todos los años tantos recorríamos deprisa, la curiosidad no conoce la lentitud, en los días de la Semana Santa, tal vez preguntando a quienes lo conocieron en sus días de culto acerca de detalles más o menos simples, como si en realidad deseáramos revivir la historia de algo tan cercano pero siempre cerrado.

No se me apreten mucho para la foto de la inauguración, que cabrán todos, por mucho que las elecciones anden ya para entonces tan cerca (poco más de un mes faltará entonces). El acontecimiento es obra de quienes financian, empujan, cargan con un paso, salen en la procesión, la ven, o simplemente se alegran de que las cosas se hagan y salgan bien.

El detalle de la foto, una ventana de alguna capilla tanto tiempo olvidada, da una idea de la restauración minuciosa del templo: se ha respetado esa cruz tosca de un viejo Via Crucis urbano, de escaso valor material, que seguramente habrá sido un incordio para el arreglo de la fachada. Pero en su conservación está el mérito. No sé si alguien la habría echado de menos, teniendo en cuenta el tamaño de semejante tarea. 

Uno, que tiene sus cosicas: restaurar, según el Diccionario, es reparar, renovar o volver a poner algo en el estado o estimación que antes tenía.