domingo, 27 de enero de 2013

Trenes de vida

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Me permite mi trabajo este año pasar una hora (casi) cada semana junto a la vía del tren. Soy de aquellas personas que todavía levantan la vista cuando pasa el tren, y sí, suena a hecho diferencial: #EresdeTeruel si cuando pasa el tren lamentas que un día más vaya vacío, lo subió alguien en Twitter. Por este motivo miro cuando pasa el convoy hacia Valencia, camino de convertirse en reliquia del pasado que no pudo llegar a ser por culpa de alguien, seguro, que podía haber cambiado las cosas pero tenía, él o quien estaba por encima en alguna estructura fija, otras prioridades.

Sube despacio la pendiente a mediodía camino de Caparrates, y el comentario no cambia. Qué pena. Los chavales siguen haciendo deporte en las pistas del Instituto como si tal cosa, ellos ya no han conocido el tren, y menos, tal vez, casi ninguno, la necesidad de un transporte público y los motivos que la justifican. Ni se plantean lo que indica que el tren renquee cuesta arriba, casi vacío, ahora que ya se calcula lo que cuesta en realidad cada billete. Como mucho, que vaya birria de tren.

Tren sin vida que no contempla necesidades, política que lleva tantos años dando pan para hoy y hambre para mañana.

Se me olvidaba. Paso la hora junto al tren durante una hora de guardia, de vez en cuando, en el instituto en el que trabajo. Si hay que suplir alguna ausencia de profesores, como me toca a sexta hora, muchas veces no tengo más remedio que dejarme convencer de la necesidad de hacer deporte. A veces, no te sonrías, piden quedarse a repasar o a hacer deberes. A veces, sobre todo si hace frío. Pero no levantan la vista para ver el tren que mueve su pena camino de Valencia.

Si bajas a Valencia a mediodía en tren, pídele al menos al maquinista que se haga oír. A lo mejor los chavales levantan la vista y preguntan, que no les irá mal entererarse. Creo que es la educación que merece la pena.

domingo, 20 de enero de 2013

¿Catástrofe? No cuela.




Oído en la calle el ocho de enero: 
“tanta crisis, tanta crisis, pero los bares estaban llenos estos días de Navidad, 
eso seguro que no nos lo pueden quitar.”


Siempre nos lo advirtieron. Quedarse con los titulares de los periódicos, además de insuficiente para estar (bien) informado, era peligroso: podías acabar cogiendo el rábano por las hojas. Como tampoco he visto un rábano en el campo en mi vida, tampoco creo que ahora las noticias nos lleguen porque leamos un periódico de cabo a rabo, editorial, obituarios y anuncios por palabras incluidos.

Lejos quedan los días en los que la prensa (la de Madrid, al menos) llegaba al quiosco de Félix Royo a partir de las diez de la mañana, y se encontraban los habituales (y los no tan habituales, en fechas señaladas) a la espera de aquellos paquetones de periódicos cogidos con una cuerda. A la Biblioteca Pública llegaban sobre las once, y había movimientos de aproximación cautelosa entre estudiantes y opositores hasta el mostrador. Y si no, a echar un vistazo al periódico en el bar. Y aún hoy.

Ahora, elegimos las noticias que nos interesan, basta con un titular, no hay tiempo para más. Lo que interesa, está en las redes sociales que tanto respeto nos merecían al principio y donde a veces se ventilan intimidades que podrían escapar de las manos de la persona ingenua que las colgó (eso es lo que se hace ahí, colgar algo, al menos nos hemos librado de una palabra en inglés, uplodar, aplodar, o algo similar habría sido horrible).

Dudo que el titular de Heraldo de Aragón del otro día (preciso, hace poco más de una semana) pretendiera en realidad anunciar la catástrofe de la desaparición de los bares. Pobrecicos: luchan contra la crisis, aguantan el día a día, aguantan a sus clientes con frecuencia, viven sus raticos de gloria algún día al mes y con suerte a la semana.

Esa nube negra, otras igualmente se ciernen sobre nosotros, no ha de descargar su furia sobre nosotros. No cuela, amigo. Ya nos lo advertían en el colegio: los titulares no son suficientes para estar bien informados.



Nota: según el Diccionario de la Academia, catástrofe.

(Del lat. catastrŏphe, y este del gr. καταστροφή, de καταστρέφειν, abatir, destruir).

1. f. Suceso infausto que altera gravemente el orden regular de las cosas.
2. ...
3. ...
4. ...
5. f. Cambio brusco de estado de un sistema dinámico, provocado por una mínima alteración de uno de sus parámetros.



domingo, 13 de enero de 2013

Mensaje en una botella

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No sé si un blog (cuaderno de bitácora lo llamábamos al principio), es el lugar adecuado para pensar en voz alta. En su momento me pareció, y de ahí el nombre que le puse, Alcabor, lugar apartado, recogido, cálido, en el que quien tuviera algo que decir, pensar, rumiar (rosigar decimos por aquí), podría pasar un rato a su aire, arropado siempre por un fuego cercano que difícilmente llegará a quemar.

En la entrada de hace ahora un año, (El limbo de la actualidad, ahora desaparecida por mi impericia en el uso de la tecnología, seguro) más o menos veladamente decidí tomarme unas vacaciones, ingresar en el limbo, aquel lugar anodino que se convierte en barrera protectora eficiente, y me encuentro con que ahora las cosas han cambiado. En vez de buscar un lugar ameno más o menos aislado pero accesible, esto se ha disparado y las redes sociales echan humo. Hay mucho ruido en el vecindario, las paredes permiten oír todo lo que se dice, y a veces parece que hemos perdido el pudor, aquel aprecio por la intimidad que venía a ser como un alcabor de uso exclusivo pero que de siempre nos ha protegido.

No sé si tiene sentido seguir lanzando mensajes en la botella. No faltará quien piense que es mejor liarse a pedradas con la botella. Anda revuelto el vavién de las olas, y uno es muy de tierra adentro. Un día recordaré (si has estado conmigo más de diez minutos te lo habré contado, ya lo siento, mi repertorio es limitado) mi única experiencia marítima en la Concha de San Sebastián.

Parece que ahora el tiempo ríe como un muchacho que hace trampas para ganar siempre[1], y andamos desconcertados. Me he propuesto seguir anotando tantas cosas. Lo que leo, lo que me encuentro en los paseos que no siempre son tan perezosos como aparenta un paso entre ansarino y elefantino (lo de ansarino me lo dijo un traumatólogo, lo de elefantino, un colega que admiro en su injusta medida). El tiempo apremia, siempre hay algo que hacer. Enlazaremos esto de aquí al griterío de las redes sociales.

Sigo escribiendo en cursiva blog, como si se tratara de una palabra extraña o desconocida, cuando lo raro ha pasado a ser su significado, cuaderno de bitácora. Será que vemos pocas películas de piratas. En este mundo vivimos, y sigo empeñado en desentrañar los misterios de lenguaje, en el que vivimos, que nuestra vida es existencia hablada, aunque sea con nosotros mismos. Algo hablaré de Teruel, de los paseos, de mis amigos, y prometo seguir robando ideas y palabras que encuentre por ahí, siempre rosigando.



[1] Roberto Vecchioni, El librero de Selinunte