martes, 30 de julio de 2013

Salida 135: cuando salir es realmente entrar para no volver




He de reconocer que viajar es instructivo. 
Se ha recomendado como un tópico para quienes, llevados tal vez por un apego malsano a su lugar de origen, se niegan a ver un poco más allá, con las gafas de lejos, que tan gratificantes resultan para quienes somos miopes. Al graduarnos la vista descubrimos la belleza y la fealdad, todo a la vez, de lo que nos rodea, y así podemos decidir libremente si algo nos gusta o no.

Pues bien, viajar a Madrid es instructivo y entretenido. Observarás, atenta lectora, que no escribo estar, llegar o visitar Madrid: hablo de viajar a Madrid. Estar in itinere, de camino, recorrer los centenares de kilómetros que nos separan de la capital del Reino. 

Si el viaje es en autobús, merece consideración aparte lo que se termina por aprender de la geografía aragonesa y castellano manchega, a velocidad de crucero, tras haber dudado en la parada de Molina de Aragón si debíamos tomar aquella botella de agua o aquel café que luego nos ha de importunar, dada la tardanza que nos espera y que nos va a mantener centrados en nuestra respuesta a la contención de  los fluidos corporales. 

Si el viaje es en coche, tampoco faltará momento para el deleite y la conversación. Volverán los topicazos que agotan a quienes habitamos esta parte del mundo. La carretera, la necesidad de una autovía entre Alcolea del Pinar (salida 135, no te confundas) y Monreal del Campo, la desidia institucional de ese Madrid que acabaremos odiando por su falta de interés por la España sin interés electoral que queda fuera de las inversiones públicas, la que ve que el dinero llega con cuentagotas tras mucho romancear y que no siempre se utiliza en inversiones de interés real a medio o a largo plazo. Lo de siempre, lo siento.

De vuelta de Madrid, la salida 135 se convierte en la entrada a otra realidad. O la salida de la ficción. Ahí mismo se enciende la conversación, al ver las vías del AVE, pájaro que surca el páramo con esa tristeza que estos días nos proporciona el sinsentido de la velocidad, de la prisa, de esta obligación de llegar cuanto antes, a cualquier coste. Ni tanto ni tan poco. 

En otros viajes, en este punto la conversación ha derivado hacia la inutilidad de la plaza del Mercado del Teruel, muerto con el que habremos de cargar y que resume la impotencia que en otros lugares, Madrid mismo, se adaptó a los nuevos tiempos sin renunciar a su pasado: el antiguo mercado de San Miguel, ahora espacio culinario. 
Aquí el destrozo ya no tenía remedio y lo que vino después pinta mal. Sigue el viaje, a ver hacia dónde.



martes, 23 de julio de 2013

Entre unas cosas y otras




Hoy he pasado media mañana haciendo recados, viejo oficio, posiblemente el más antiguo del mundo, junto con aquel de la enseñanza. 
De lado a lado, con la notica de papel en el bolsillo, para mirar a escondidas, que uno no desea perder la dignidad. Ferretería de las de toda la vida, buena atención del dueño, que no deja de sorprenderme: sabe donde está todo en su colmado, busca, te enseña, desprecinta, te lo vayas a quedar o no, y al final, antes de que tú hayas visto el precio marcado a mano en una etiqueta, en la esquina que él no ha necesitado mirar, te dice lo que cuesta. Su mujer me observa, mientras el hombre que me he de encontrar otra vez en la farmacia, le da conversación. 
Llego a la farmacia. Cómo habrá hecho el anciano para llegar antes que yo, si ha salido solo un minuto antes. Lo saludo, comenta su viejo problema con el empleado de la farmacia, y surge la pregunta inevitable. ¿Cuándo tomáis vacaciones? Aún les falta un mes, y suspira el del mostrador: no sé si llegaremos a las vacaciones este año, entre el calor, la faena, y unas cosas y otras. 
Mientras espero, mirando por el rabillo del ojo, le doy vueltas a lo que ha dicho el mancebo. Miro por el rabillo del ojo, digo, porque no es difícil que se me cuelen cuando yo ando empanado de recados, soy tímido y algo despistado, me preocupa no recordar el encargo, y no siempre tengo claro delante o detrás de quién voy. Y le doy vueltas a la palabra mancebo, término que denota la edad de quien la usa, y que por otras acepciones no tan aceptables nos ha obligado a crear un neologismo. Una expresión que suena ya antigua, que está en retirada, vocabulario que delata la edad de quien la utiliza, más que el aspecto. 
Y pienso en el calor, que pasará (en esta tierra, el calor está en franca minoría, es tímido y se le cuelan las nubes y el viento fresco a la mínima), la faena es un lujo que muchos añoran, algo que no volverá a rendir lo que rindió, y el entre unas cosas y otras muchas veces no lo elegimos, es lo que tenemos, y son los mimbres que tejen nuestra vida.

martes, 16 de julio de 2013

balcón





Demasiada luz, demasiado cielo azul para iluminar tan pocas cosas, y tan pobres. 
Luis Landero, Absolución



Tanto cielo para tan poca plaza. Así empezaban las discusiones en la sobremesa interminable de comidas que reunían a varias generaciones de la familia en ocasiones que se repetían con la frecuencia que exige la tiranía de la costumbre, que tantas veces conviene no cuestionar si uno no quiere terminar anclado en un mundo difícil de abarcar. 

Decir que la plaza era poca cosa para tanto cielo no era ninguna ofensa, pero el resto de los comensales no se iba a mostrar unánime, no era cuestión de pertenecer a una generación o a otra. Era tanta la historia que albergaba, tantas cosas habían pasado, tantos se habían conocido, odiado e incluso matado entre aquellos soportales de apariencia silenciosa que bien merecía que semejante bóveda lo protegiera. 

El cielo era azul la mayor parte del tiempo. Esa había sido la condena de la ciudad. Azul helador en el invierno largo, horno en verano. A veces he pensado que el color es profundo, como si se tratara de uno de esos pozos que atraen hacie el interior de su misterio – seduce a quien se asome al balcón estrecho de la habitación que me refugia en las horas de desvelo, cuando tantas cosas pasan. Azul profundo que debería permitir saltar hacia arriba, desafiar la ley de la gravedad, y alcanzar un imposible, uno de tantos que se nos niega todos los días.

viernes, 5 de julio de 2013

Imposibles (LXXI)



Quería estar y no estar, quería que todo aquello fuese un sueño y temía a la vez despertar de él a la pesadilla de la realidad.
Luis Landero, Absolución



Toma, por quejarte. Nos visita el bochorno, en pleno fin de semana vaquillero. La ciudad de Teruel se transforma, mañana, tras la Salve y la subasta de palcos, se adueñará de las calles la locura de tanta gente que visita la fiesta sin apenas parar para conocer siquiera lo mínimo del sentido de esta fiesta, de toda fiesta, un vale todo sin remedio, un imposible.

El domingo reinará el silencio, evitarás a tantos que duermen una resaca profunda, tirados por el suelo, que luego se arreglarán y tomarán el coche de vuelta a sus destinos, o pasarán el domingo en fuera de juego. Colas de vehículos parados en la variante, a la entrada de la Autovía Mudéjar, supervisadas (nunca mejor dicho) por el helicóptero que velará por la seguridad a la que algunos renunciaron. 
Se hará el silencio esa mañana durante un rato en la Plaza del Torico, estarán en la calle algunos que no se atrevieron a salir el sábado porque pensaron que aquello no iba con ellos.
Domingo de merienda, charangas, noche larga hasta el ensogado del lunes. La ciudad volverá a vibrar, al encuentro de su origen mítico, momento de encuentros y reencuentros, pero será algo distinto.
Nos veremos por la calle. Un imposible, cierto.