domingo, 27 de octubre de 2013

Con los cinco sentidos

(Foto: Amparo Hernández Estopiñán)

Tras unas primeras reflexiones sobre el hecho del viaje y quien se adentra en territorios desconocidos, Muñoz Molina, cuyo discurso días atrás tanto pretendía decir, en su libro Córdoba de los Omeyas menciona la conspiración secreta que justifica la existencia de los libros: “Quien lee es tan poseído como quien escribe, y también, al leer, nada nos maravilla tanto como el descubrimiento de lo que ya sabíamos. Cada día nos roza la convicción platónica de que aprender es recordar, y de que todo amor y toda amistad encubren un reconocimiento, el de las dos mitades escindidas que se encuentran después de un largo destierro en el acto mutuo de la posesión.” 

Todo esto podría venir a propósito de Intemperie, de Jesús Carrasco, novela de huida, qué otra cosa es tantas veces un viaje, que se está popularizando gracias a sus lectores, ya ha recibido premios, y que a no tardar aparecerá editada en trece países. Ahí es nada. 

Con un lenguaje cuidado, un vocabulario rico encauza una historia que invita a recordar en su sentido original: despertar, volver a un estado de conciencia que olvidamos, un paisaje duro, unas relaciones descarnadas, un relato sobre el crecimiento deL niño que huye porque no tiene más remedio. 

Todo esto podría venir a propósito de Intemperie, pero no solamente. 

Me lo recomendó en un pasillo, así, a quemarropa. Y encima, se lo habían prestado: prometedor. Pasé por la librería, me perdí por las estanterías, me lo tuvieron que encontrar, lo metí en la cartera y me fui a la Escuela de Idiomas (sí, he vuelto a las andadas, seguro que te lo he contado), donde llegué tarde, porque me entretuve hablando, como tantas veces. Como tantas veces lo de agarrar un capazo, lo del retraso procuro evitarlo, reconozco que llevo mal esa falta de delicadeza.

En clase había comenzado una actividad sobre los cinco sentidos, cómo tantas veces nos guiamos, sin darnos cuenta, por la vista, el tacto, el oído, el olfato o el gusto. Comentó alguien el recuerdo del olor de los libros escolares de nuestra infancia, y se me ocurrió comentar que yo llevaba un libro nuevo en la cartera, que por ese motivo había llegado tarde. Como se trataba de comunicarse, me pidieron que lo pasara. Lo olimos, vimos la portada (no es una oveja, es una cabra, dijo alguien), lo palpamos, otros pasaban las hojas como abanicándose para disfrutar del aroma y se mezclaron recuerdos, la actividad fue estupenda, traté de justificar por qué había comprado el libro, me lo habían recomendado, había disfrutado al tenerlo entre las manos. 

De Intemperie han hablado tantos. Te lo recomiendo. Te lo puedo prestar, te lo deberías comprar. Entrarías en la conspiración secreta.


martes, 22 de octubre de 2013

Llegaremos tarde, otra vez. Por las siglas de las siglas.




Anda una vez más el patio revuelto. Nunca mejor traído, a propósito de la educación, que en su día dejó de ser instrucción para pasar a ser enseñanza y terminar siendo educación, un itinerario significativo, porque está claro que no es lo mismo instruir que enseñar, y mucho menos educar. Me contaba un viejo maestro que ahí comenzaron los problemas. Poco más me contó.

La escuela, lo que ahora llamamos el sistema educativo, anda revuelto. No lo dejan en paz. Mi generación estrenó (yo pertenezco a la segunda promoción) la Educación General Básica (EGB), denostada ya desde su nacimiento, y el Bachillerato Unificado Polivalente, el BUP de entonces, con aquel Curso de Orientación Universitaria (COU, sucesor del PREU) que en realidad era un curso más de bachillerato que derivaba en una Selectividad que no seleccionaba tanto, pues creo que solo había numerus clausus (la actual nota de corte que da acceso a los estudios deseados) en la Facultad de Medicina. Hoy, cuando la nota de esta prueba, un calvario, realmente selecciona porque de ella va a depender tanto, van y suavizan su nombre y la llaman Prueba de Acceso a la Universidad (PAU). Un eufemismo.

Después vinieron la Educación Secundaria Obligatoria, la ESO, el nuevo Bachillerato, corto, muy corto, tan corto que no dio ni para siglas, los itinerarios más o menos declarados en función de las asignaturas optativas, troncales o de modalidad, el temor a las pruebas externas, nacionales o internacionales, y la financiación siempre deficiente a cuenta de parlamentos y parlamentarios nacionales o regionales que troceaban un pastel anteriormente único y que nunca contaron con quienes tienen su empeño profesional en las aulas. 

Paralelamente, la Formación Profesional (FP 1, FP 2) sustituyó a la anterior Oficialía y Maestría Industrial, cunas de grandes profesionales a los que el tiempo ha dado la razón, en vista de lo que vinieron a ser los nuevos Módulos II y III, luego Ciclos Formativos de Grado Medio y Grado Superior, con el menú de programas de iniciación profesional de nombres diversos que tratan de acabar de encarrilar a quienes alcanzan una edad y no parecen obtener ningún certificado que avalara sus conocimientos (ahora, competencias). Y todo, en un marasmo de cursos del INEM, el INAEM, los sindicatos, las empresas...

Mientras, el tiempo pasaba y la sociedad iba siempre por delante, con un paso cada vez más rápido. Problemas nuevos, nuevos perfiles sometidos a moldes anquilosantes que difícilmente sobrevivíann porque aquí nadie se ponía de acuerdo, y sufrimos los bandazos políticos, ideológicos, económicos.

 No me atrevo a decir que hayamos perdido una generación. Pero sospecho que, otra vez llegaremos tarde. Como en la fotografía que veo todos los días de camino al instituto y que me da tanto que pensar. 

Instruyo, enseño, educo. 

Te ayudo a resolver un problema, déjame que te ayude. 
Y ustedes, permítanme llegar a tiempo. 

sábado, 12 de octubre de 2013

Total, para acabar en una esquina






La vida imita a la literatura pero casi nunca a la buena.
José María Conget, Comentarios (marginales) a la Guerra de las Galias 

Dentro de unos días comienza en Panamá el VI Congreso de la Lengua. Se hablará de libros y de palabras, se discutirá, se pontificará, no faltarán análisis de la pujanza de la lengua que compartimos y que en su día exportamos, de la lucha del mercado editorial por una supervivencia que se ve amenazada por la tecnología y por hábitos culturales y de ocio que marcan un ritmo incompatible con la paciencia necesaria para ir pasando páginas, mientras nuestra memoria perversa recordará que los adultos españoles andamos (cosas de la estadística, ahí entramos todos) a la cola en comprensión matemática y lectora. 

Ya se ha escrito sobre este congreso, y me temo que vamos a ir poniéndonos la venda, porque herida va a haber. Si los porcentajes de lectores son mayores o menores que en otros países, vamos a tener que pensar que tengan algo que ver con el éxito de sus sistemas educativos. 

Un paseo por una librería, perderse entre las estanterías de cualquier centro comercial, es revelador. Aparecen muchos títulos, ventas gigantescas que responden a modas más o menos pasajeras, se edita y se reedita, los formatos y los diseños son a veces espectaculares, cada día es más fácil hojear, informarse, comprar. Mientras, languidecen las bibliotecas, pese a su lucha por demostrar que su papel es importante. El papel que contienen, impreso, el papel que pueden jugar, impresionante. 

Cada persona tiene su itinerario lector, que muchas veces dependerá de un buen consejo, el ejemplo de un mayor que leía en nuestra infancia, un vistazo a un escaparate, una campaña publicitaria, un azar que guía la afición a pararse el minuto que cuesta descubrir un mundo que la prisa o el texto mínimo que se nos ofrece en una pantalla electrónica o en una red social nos oculta. 

A veces encontramos retratos que difícilmente habríamos sabido elaborar de forma tan precisa. Y puede ser estremecedor si esas líneas que al comienzo de la lectura nos resultaron indiferentes, retratan un rasgo de nuestro propio carácter, o un acontecimiento que vete a saber si ahora descubrimos que realmente marcó nuestra vida. No ha de faltar una imagen o un sentimiento del que no habríamos hablado de no haberlo leído en páginas ajenas. 

Damos vueltas a las cosas, dejamos de ir saltando de flor en flor. Tal vez sean los fantasmas de los que habla Antón Castro en un libro de relatos de hace ya un tiempo. Este es el poder de los libros: viven en ti los personajes tras haber cerrado sus páginas, son como los fantasmas familiares de la vida. 

Desconozco si la lengua y el libro necesitan congresos, IVA reducido o campañas de lectura en los centros docentes que ayuden a redistribuir una riqueza que tantas veces olvidamos y que va camino de quedar relegada a una esquina.


jueves, 3 de octubre de 2013

Juego de necesidad, azar y voluntad


Foto: Amparo Hernández Estopiñán


Hace unos días comentábamos qué habrá sido de Gibraltar, el eterno problema de la política exterior española, un grano en el fondo de la Península Ibérica que de vez en cuando se nos hace presente. 
Las noticias aparecen, se alimentan, languidecen y acaban siendo olvidadas. Qué habrá sido de la prima de riesgo. Los problemas se muestran relativos, un presente de diseño arrambla con todo, y los medios de comunicación, estos periódicos cada vez más delgados (gracias, no había caído, es por la falta de publicidad), las radios cada vez más previsibles, van de un tema a otro, saltan, la actualidad manda. 
Vamos de flor en flor - lo siento, sé que se trata de un lugar común, pero es tan gráfico, ahora que la desaparición de las abejas amenaza la vida sobre la tierra... Los políticos siguen gobernando a golpe de convocatoria electoral, la memoria es muy mala, siempre a corto plazo, pese a que lo prometido es deuda, y aquí nadie se sienta a hablar, a pensar, a digerir todo esto que está sucediendo. 
No sé si nos habrá gustado, pero Alemania es Alemania, se van a tener que poner de acuerdo quienes antes parecían incompatibles, y aquí andamos a la greña, sin mirar juntos al horizonte (lo siento, otro lugar común). Y los viejos problemas, viejos de verdad, que la Constitución que vimos nacer, que no votar, nos pilló tan jóvenes, se tambalea pese a que nos hizo creer que los había solucionado para siempre. 
Como cada generación hace examen de conciencia, no faltan en los escaparates (desgraciadamente tantas veces virtuales) reflexiones en voz alta, a veces un susurro de confesionario que aspira a la remisión de una culpa. 
Te cuento lo que he leído esta última temporada. Lo hizo Amin Maalouf en Los desorientados. Lo acaba de hacer Muñoz Molina (Todo lo que era sólido) y José Ramón Goñi Tirapu necesitó poner sobre el papel la historia personal y del País Vasco, entremezcladas, en Mi hijo era de ETA. Tres relatos muy distintos de una realidad que se nos está empañando. 
Nadie está libre de mirarse hacia adentro desde su punto de vista, pero todos, cuando reflexionamos, tenemos en común lo que el escritor Kazuo Ishiguro apuntó en una entrevista de 1997, al reflexionar sobre nuestra capacidad de elección: “las personas tienden a hacer lo que la vida les deja. Todos somos empujados - aunque solo en parte, precisa en otro lugar, pues el margen de responsabilidad es amplio - hacia un lado u otro por las obligaciones de los demás, o por los pequeños deberes de la sociedad en que vivimos, o por accidentes, o por lo que la vida te permite o no te permite hacer. (…) Lo que pasa es que la vida urge. Está llena de muchas obligaciones pequeñas pero urgentes (…) y son esas pequeñas obligaciones las que al final deciden cómo emplear la vida.” 
Vivimos deprisa, nos hacen ir de flor en flor. Tal vez traten de distraernos. Urge pararse un rato, mirar hacia adentro. También como país. Y que quienes tienen capacidad de decidir, decidan, hagan propuestas, hablen, no pierdan el hábito de pensar, juntos si es posible. Anda tocada la Constitución del 78, cojea, nadie cree que vuelva a aguantar mucho tiempo en pie, anda con algo de fiebre. Pero entonces la tarea era mucho más complicada.



Nota. 

El título y la cita de Ishiguro son prestadas (Carmen Iglesias, No siempre lo peor es cierto. Estudios sobre historia de España, Galaxia Gutemberg, 2009).