viernes, 22 de noviembre de 2013

Mozo





Tantas cosas que ya no existen sino cuando las nombro
José María Conget, Comentarios (marginales) a las Guerras de las Galias

Ando últimamente a vueltas con las palabras. Me gusta guardar citas que hablan de las palabras, de su vida, de la historia que envuelven, tantas veces escondida, sus viajes de una lengua y de una cultura a otra lengua o a otro universo hablante, el periplo tantas veces confuso de su significado, lo mucho que perdemos y a veces ganamos quienes las usamos inconscientemente. 

Conversaba hace unos días –cómo me gusta abusar del tiempo así de impreciso- con un anciano de quien ya te he hablado. Me explicó poco antes de la primavera pasada que en su pueblo no es San Marcos el dueño de la lluvia, cuando se me ocurrió hacerme el enteradillo y decir que si para San Marcos llueve no sé cuántos días llueve, tal vez con ánimo de provocar una de tantas conversaciones que se interrumpen porque su modestia le hace pensar que tal vez esté molestando y se retira con la excusa del paseo que le sienta tan bien para sus dolores. 

Donde él se crió, tierras de labranza similares al clima que las explica, en medio de una sierra condenada hace ya tantos años, es San Gregorio quien marca el calendario de las lluvias que ablandan la tierra los primeros días de la primavera como rompiéndola para permitir que la naturaleza brote de nuevo. Y contaba que de niño tuvo poca escuela y mucho trabajo, después poco tiempo para festejar, y que por ese motivo siempre fue mozo. Y mozo se sigue considerando. 

No hace tanto que descubrí que las palabras delatan efectivamente nuestra edad. Con los años nos hemos quedado, más que en un aspecto físico o en unos gustos musicales, en una forma de hablar que nos delata. Una evidencia, la del paso del tiempo, que necesitamos que nos descubra alguien, precisamente porque es evidente. Es el caso del comentarista de la Guerra de las Galias, cuando señala con dedo acusador: “El tiempo mismo, que contra todos conspira. (…) Trabajar con adolescentes no rejuvenece: cada curso aumenta la diferencia de edad entre mis alumnos y yo.” 

Ahí me quedo yo, dándole vueltas a mi amigo, mozo, que trabajó mucho, leyó poco, pero sabe tanto. Vive su mocedad, habla de su tiempo pero no parece desear volver a ella. Y como otra de las palabras que me intriga es patria, abusaré de las citas para vanagloriarme de haber encontrado el origen de aquello tan gastado de que la patria del hombre es su infancia. Lo dijo Rilke, el poeta, aunque tenga la cita tufillo a Wikipedia: “la única patria feliz, sin territorio, es la conformada por los niños.” 

Pero no te fíes, Manzoni, práctico, buen italiano, nos dirá que la patria es donde se está bien. Mi amigo, mozo, no ha leído a Manzoni, pero se le da un aire, y ríe sin complejos cuando se da cuenta de que ha dicho una frase lapidaria. Vete a saber si es el aire de sus tierras de labor, cuando San Gregorio soplaba desde aquella ermita perdida y ablandaba la tierra para que la naturaleza pudiera brotar de nuevo. 

Ex Libris: 

José María Conget 
Comentarios (marginales) a la Guerra de las Galias 

Alessandro Manzoni 
Los novios 

martes, 12 de noviembre de 2013

¡Retreta, lista y parte!



Cuando llegué a la mili (allá por el Pleistoceno, subrayo siempre que cuento una de entonces en clase a mis alumnos, que nacieron en el último año del siglo pasado, pobrecicos), cuando llegué a aquel servicio militar de entonces, me encontré con que la retreta no era solo lo que yo había visto siempre en Teruel el Sábado Santo, después de la procesión de la Soledad: toques de tambor, ritmos virtuosos que anunciaban el final (entonces) de las procesiones y la llegada de la Pascua. Me enteré en aquel campo de San Gregorio desértico y frío de que retreta en realidad no era otra cosa que el toque militar que se usaba para marchar en retirada, y para avisar a la tropa que se recogiera por la noche en el cuartel. 

No hacía tanto que había descubierto en el diccionario que no otro era el origen de retrete, cuarto pequeño en la casa o habitación destinado para retirarse, e incluso guardarropa, por lo que tenía de recogido, de retraído, de retirado, y que sólo más adelante pasó a lo que tú y yo estamos imaginando y vemos en la foto que (con perdón) preside estas líneas. 


Viene esto a cuento de la noticia del espionaje al que nos está sometiendo Estados Unidos, el amigo desconfiado que se ha apoderado de nuestro retrete moderno, el lugar aislado y retraído al que gobiernos, estados, magnates y particulares confían sus intimidades, la comunicación mas privada, y nos ha dejado, como quien dice, con el culo al aire. No sé de qué nos sorprendemos, si hace años ya entregamos el secreto de nuestras conversaciones y mensajes a bancos, compañías telefónicas e instituciones del Estado,  manos anónimas que cualquier día nos harían descubrir que nuestro retrete, en realidad, carecía de paredes, era transparente y nos dejaba expuestos, ajenos al pudor que hasta entonces nos había protegido. 

Y ahora, a ver quién da marcha atrás. Como en la mili, no queda más remedio que resignarse, guardar silencio, escuchar la orden del día siguiente y esperar al toque de silencio. ¡Retreta, lista y parte! se gritaba al sonar el toque de retreta. Y esperar a que lo nuestro, los secretos que creíamos bien sellados, en realidad, como las historias de la mili, no le interesen a nadie.


lunes, 4 de noviembre de 2013

Al tiempo






(Foto: Amparo Hernández Estopiñán)

El puente de Todos los Santos ha caído bien. Eso dicen por aquí, que ha caído bien. 
Tal vez se refieran a lo prolongado del fin de semana, en Teruel capital alargado por la fiesta escolar de hoy, lunes, que obligará a tantas familias a organizarse. Quizá lo digan por el buen tiempo que ha hecho. Bueno por la bondad de la temperatura y el viento blando reinante. De blandura, esa blandura que deshace las heladas en cuanto gira las veletas que hace tanto tiempo decidieron abandonar las predicciones incontestables del Calendario Zaragozano
Ha caído bien, seguro, en vista del número de visitantes que recorrían la ciudad a pie, en coche, serpenteando por el laberinto de la entrada de vehículos al casco histórico, y llenaban terrazas que distraían la vista al paso del tren turístico que se pierde por lugares de la ciudad que ellos jamás habrían visitado. 
Caen bien los puentes, y ahora resulta que habrá que quitar alguno para salvar la productividad de las empresas, olvidando tal vez que unos ganan y producen cuando otros descansan y no producen. De cajón. Recaudación de impuestos, compensación de días peores en tiempo de crisis, esto sí que es solidario. 
Sensación generalizada de que esto se acaba, que hasta la Inmaculada y la Constitución la ciudad vivirá un día a día de atardeceres bastante más silenciosos, dispuesta a soportar el invierno incierto, a la espera del aire este año, que anda la veleta últimamente empeñada en giros veleidosos y desconcertantes. 
Y mientras, tantos vivirán satisfechos de puente a puente en una ciudad convertida en museo que no sabe si debe mirar hacia delante pensando en su futuro, que parece conformarse con ver gente por la calle de cuando en cuando, ofreciendo el servicio de lo inmediato pero marcadamente miope e incapaz de vislumbrar un futuro que, como el aire del invierno que ahora, a la que te descuidas, echa a perder la conserva, nos ha de mecer en una incertidumbre de la que no sabremos a quién culpar. 
Pasaron las infraestructuras de los tiempos de bonanza, nos faltó la persona adecuada en el lugar adecuado, vete tú a saber, y nos pondremos el abrigo del escepticismo que nos vendrá bien para mantener un aparente sano orgullo que tampoco nos ha de servir de algo. 
En fin, el puente ha caído bien. Será porque ha hecho buen tiempo y porque hemos vuelto a ver las calles llenas de gente. Y si te descuidas, como tantas veces, nos volveremos a ver en la Cabalgata de Reyes. Al tiempo.