jueves, 14 de abril de 2016

Ritual


Se cumplen estos días ochenta y cinco años de la fundación de la escuela del Barrio de Capuchinos, y nos parece oportuno continuar con el relato que encontramos abandonado entre legajos que la dejadez, encubridora de la ignorancia, podría castigar al olvido.

En abril de 1931 se procedió a elegir alcalde a don José Borrajo, miembro fundador del Patronato Escolar a título personal, y es nuestro deseo compartir con nuestros lectores el ritual que permitió que la idea nacida al calor de una tertulia vespertina viera la luz.




martes, 29 de marzo de 2016

Cuando la memoria se adelanta



Aprovechamos el día de asueto para compartir un nuevo fragmento del legajo encontrado en las falsas del viejo instituto, que nos ha permitido conocer las andanzas del maestro. 

A su llegada en tren desde el Madrid neorepublicano, pese a lo que previamente había imaginado gracias a la lectura del relato de don Pío Baroja, destaca el descubrimiento de las torres de ladrillo, las fábricas de hilos y los elementos mitológicos que adornan la Escalinata, obra señera de la ingeniería de su tiempo con el que el Progreso se abrió paso en esta tierra hacia la modernidad.

Esperamos de nuestros lectores comprensión hacia la parsimonia con la que el ilustre secretario municipal transcribió los pensamientos que un día le confesó el maestro, de cuya memoria no podremos, capítulo a capítulo, sino orgullecernos. 

Nota: Para leer los fragmentos que van viendo la luz, bastará con discurrir el ratón sobre la palabra que aparece en otro color (en este caso, "secretario") para que aparezca en la pantalla el texto. Agradecemos a quienes nos han hecho llegar el problema que más de uno ha tenido para disfrutar de las andanzas del maestro.

jueves, 24 de marzo de 2016

LAPIDARIOS: el hipertexto como pretexto


Sin darte cuenta, cuando a lo mejor solo pretendías echar un vistazo a la prensa o al correo electrónico, te enredas (por algo la llaman red) entre mensajes proverbiales, muestras de un nuevo pensamiento sagrado que te bombardea envuelto muchas veces en el marco de fotos preciosas que pretenden solemnizar palabras con frecuencia sacadas de contexto, y previsiblemente huecas. Te asaltan desde ángulos inesperados los salmos de nuevo cuño, frases lapidarias condenadas a pervivir sobre los muros de la sociedad global que la inercia del anonimato empuja hasta el infinito. Ahí queda eso, lo leo en voz alta y me falta la respiración.

Internet te quiso hacer creer que podías llegar a saber de todo un poco y sobre la marcha, por eso cuando ingenuamente te limitas a citar lo que te llamó la atención aquel día que encontraste tiempo para leer y tal vez te tomaste la molestia de anotar en un cuaderno o en un trozo de papel despistado, resultarás sospechoso. No han de faltar quienes piensen que buceaste en un motor de búsqueda o que acudiste a las nuevas enciclopedias virtuales que alimentan la superficialidad que nos rodea y te apropiaste de lo que otros dijeron.

Murió hace unas semanas Umberto Eco, quizá el pensador italiano más citado, y me enredé con los consejos que daba para aprender italiano, seguramente válidos para cualquier otra lengua y por qué no, para el pensamiento mismo, que no es algo ajeno al lenguaje. Dice Eco: Sé avaro con las citas. Lo decía con razón Emerson: 'Odio las citas. Dime solo lo que tú sabes'. Irónico, ¿no?.

Me da por pensar que no podemos despreciar lo que otros han pensado o dicho antes de nosotros, hasta tal punto que nunca sabemos si lo que decimos es nuestro o si en realidad nos lo han contado, lo hemos oído, o lo hemos soñado. Y si no, qué otro sentido esconde el verbo aprender, sino prender, alcanzar una presa, una tarea ardua, laboriosa, en la que a tantos seres les va la vida.

Algo tiene el vicio de conservar anotaciones, subrayar los libros, perderse entre papeles de distintos tamaños y procedencias difíciles de ordenar y organizar, el caleidoscopio que un día adquiere sentido cuando el caos aparente parece empieza a deslizarse sobre raíles más o menos coherentes al calor del azar que nos trae lecturas insospechadas. (Lo siento por Umberto Eco, que también recomienda evitar los paréntesis: esto último del azar era de Azorín).


A todos nos ha pasado. Una cosa lleva a la otra, se encuentra esa misma idea en obras que nunca habría relacionado el lector tantas veces desprevenido, e incluso acaba pensando que el libro que tiene en sus manos dice precisamente lo que a él ya se le había ocurrido. Pobrecico, es cuestión de (su) mala memoria. 

Sin mayores pretensiones, me gustaría seguir trayendo aquí de vez en cuando palabras que he robado por ahí, por curiosidad. 

De don Juan Jacobo seguiremos hablando.

jueves, 10 de marzo de 2016

A propósito de gatos calabaceros y caballos broncos o guitos

Nos llegan mensajes que pretenden aclarar algunos aspectos de la reciente relación de los primeros pasos del maestro don Juan Jacobo en nuestra ciudad en los ya lejanos días de septiembre de 1931.
Una lectora originaria de Quicena nos comenta sorprendida que calabazero (con zeta, insiste) es el mote de la gente de su pueblo, y que desconocía que tal adjetivo fuera aplicado a gatos. Pregunta si alguien conoce el motivo, tal vez relacionado con alguna leyenda antigua que merezca ser dada a conocer, y adjunta copia del Diccionario aragonés del padre Andolz para confirmar su aportación.



Nos hacen llegar de parte de don Valero Ángel Salvador que en Blesa, se llama calabaceros a los gatos de la segunda camada, los que nacen al final del verano. Añade un subalterno de este cuaderno que en Quicena sacarán punta  a semejante comentario blesino (sic).

Aporta fotografía de gato calabacero otro amable lector, quien asegura que el gato es calabacero por lo que respecta a su fecha de nacimiento, dado que ésta coincide con la cosecha de tal fruto, nunca porque el felino haya de tener color semejante a la calabaza madura, como asegura que es creencia popular errada. 

Sobre caballos broncos y guitos, los expertos consultados no se ponen de acuerdo, aunque la misma lectora que aportó el carácter calabacero de los nacidos en Quicena, añade que según el padre Andolz guito es cualquier animal que cocea, independientemente de las patas de las que se trate, y que el Diccionario de la Academia llama bronco a cualquier caballo que esté sin domar, con lo que el saber de Tablones quedaría en entredicho en el relato que nos ocupa, si bien el desliz bien pudiera achacarse a lapsus calami por parte del narrador.




martes, 8 de marzo de 2016

Lo que la vista alcanza

Superado el estupor que nos produjo el hallazgo del legajo del que hablábamos en una entrada anterior, y una vez atendidas las numerosas comunicaciones y consultas al respecto, hemos decidido publicar por entregas parte de lo hallado.
Ven hoy la luz unas páginas del final del verano de 1931,  días en los que, agazapadas en una aparente bondad, las tormentas enturbian las aguas del río, que bajan cargadas de presagios.

Fragmentos, pues, de la noticia de los primeros pasos de don Juan Jacobo en su nuevo destino, acompañado por Manuel Sáez Torán, de camino al Barrio de Capuchinos desde el Ayuntamiento, donde el maestro tomó posesión de su puesto de trabajo.
Si el lector dispone de la paciencia necesaria,   podrá seguir las andanzas de don Juan Jacobo en este cuaderno, siempre al calor de  la etiqueta Arabesco taraceado, de cuyo nombre   nos habrá de dar razón más adelante el propio texto original.


jueves, 3 de marzo de 2016

La vida a una carta: el día de San Bartolomé (y II)





Han pasado unos días, y tras mucho dudar decidimos dar a conocer la carta que permaneció olvidada entre legajos que estuvieron a punto de perderse. 


Rogamos a quienes hubieran oído hablar de don Juan Jacobo se pongan en contacto con nosotros y nos permitan llegar a saber hasta qué punto es cierto el relato de las andanzas que anuncian estas líneas.

Vaya por delante nuestro agradecimiento.












sábado, 27 de febrero de 2016

La vida a una carta: el día de San Bartolomé (I)





Ando últimamente buscando documentación sobre la primera, y durante años única, asistente de conversación del Instituto de Enseñanza Media que se construyó en los años de un ministro paisano junto a la vega del río.

Para sorpresa de tantos, aquí y allá, el buen oficio de Sir Walter Starkie, profesor de español en Dublín y director del Instituto Británico de Madrid desde 1940, logró, tras reuniones, vinos españoles y promesas de colaboración desinteresada, que el ministro aprobara la introducción del estudio del inglés en los centros educativos poco a poco, en un goteo constante, de manera que fuera desapareciendo la enseñanza del alemán de nuestras aulas.  Eran años de guerra en Europa, en los que la España oficialmente neutral se empezaba a alejar de las potencias del Eje, y los británicos, pueblo que sabe barrer para (su) casa, se ocuparon de empezar a cambiar el panorama cultural español a largo plazo. A unos y a otros les interesaba empezar a olvidarse de la Alemania de entonces, y a Walter Starkie no se le ocurrió otra cosa que enviar una lectora de inglés al instituto para congraciarse con el ministro. Menuda historia, la historia menuda.

Por tal motivo llegó a la ciudad la joven irlandesa Stiana Garbh, que obligada por la corrección política británica dio en llamarse Stephanie Wilde entre nosotros, y de cuya historia habré de hablar un día.

Me he dedicado a rastrear trasteros olvidados que esconden nuestra descuidada historia reciente, he pasado frío y calor en lugares inhóspitos de estancias oficiales y, como suele pasar cuando el aficionado a la investigación se empieza a desesperar, la incertidumbre ha visto la luz, aunque se tratara esta vez de algo que no tenía que ver con mi empeño y que me ha obligado a olvidarme de Stephanie por un tiempo.

Una carta con fecha del día de San Bartolomé de 1946. No me resisto a hacerla pública dentro de unos días aquí mismo, con la esperanza de que  quienes hayan tenido conocimiento de tales hechos o bien posean información al respecto, tengan a bien echarme una mano. Mientras, consagro parte de mi tiempo a la lectura  del contenido de los folios que acompañan a la que mostraré en breve.

domingo, 21 de febrero de 2016

Aviso: se anula el tiempo


Domingo por la mañana, hiela a primera hora hasta que el sol propicia un paseo largo, tranquilo, sin prisa, por los lugares que frecuentó don Juan Jacobo mientras vivió en la que él llamaba la ciudad vieja.

Es lo que tiene el calendario escolar, uno de esos raros puentes que van de jueves a lunes. Nos cuentan que es con motivo de la conmemoración de las Bodas de Isabel, más conocidas como los medievales, unas jornadas en las que la antigua villa se llena de gente vestida (que no disfrazada, matiz definitivo) a la usanza de la época de su fundación en plena Reconquista.

Mucha gente por la calle. Mercadillo, grupos de amigos asociados por oficios, estamentos y pertenencias recreadas con mayor o menor rigor histórico. El entramado de calles del que fuera un día recinto amurallado es un hervidero (¡vivan los clichés!) de gente que se dirige a la plaza de la Catedral para presenciar el funeral de Diego de Marcilla, en el que un año más Isabel de Segura no podrá soportar tanto dolor y caerá derrumbada sobre el escenario en medio de un silencio conmovedor y respetuoso.

Momentos emotivos, gran éxito económico y turístico. Al fondo, a media voz, alguna pendencia local sobre la organización y el origen de la fiesta. Autoridades satisfechas, aquí todo el mundo hace caja, y al final predominan los rostros de cansancio logrado a pulso en un mediodía brillante donde nadie es forastero.

Don Juan Jacobo, maestro, no llegó a conocer esta celebración, aunque oyó hablar de ella, y más adelante leyó, no podía ser de otra forma, lo escrito por un notario y por diversos dramaturgos a lo largo de la historia,  y aún visitó los sarcófagos que descansaban en el viejo ábside de la Iglesia de San Pedro. Una vez más, sus sentimientos, a la vista de un acontecimiento vivido en un tiempo que a él lo sedujo en cuanto llegó a la ciudad, afloraron hasta apoderarse de su ser en los poco más de cinco años que pasó aquí.

Duró poco la aventura de su inmersión en la historia local, y fue curiosamente, muchos años después, el académico don Javier Marías quien, sin haber conocido sus andanzas, delineó el retrato de sus vivencias entre nosotros. 

Esta historia merece ser contada, y afortunadamente no faltó cronista que la dejara por escrito, y creo que es un deber no seguir manteniéndola escondida.


viernes, 12 de febrero de 2016

Mucha agua bajo el puente

El otro día le obligaron, una vez más, a una discusión que seguramente se repite tantas veces en tantas casas alrededor del café o en el descanso de cualquier ocupación: el paso del tiempo, o mas frecuentemente, la edad de alguien, muchas veces, cuántos años tienen los hijos de unos conocidos o de aquellos vecinos de siempre aparentemente muy tratados, de toda la vida.
No puede tener esa edad, te dicen, o en la otra variante, la de los acontecimientos convividos (o mejor, covividos): aquello pasó hace tres, cuatro años como mucho. Y el pobre, que a la hora del café tal vez no esté para muchos trotes, ni físicos ni dialécticos, decide cambiar de tema, si es que le dejan, aunque no siempre se lo permite la insistencia sus interlocutores o sus propias ganas de decir la última palabra, esa batalla a la que nadie renuncia.


Viene semejante preámbulo a propósito de este cuaderno de bitácora (vale, lo llamaremos blog, no vamos a ir de puretas, total, la Academia lo acabó incluyendo en el Diccionario), que nació en un momento dado (nada puede nacer en un momento no dado), vivió, sobrevivió, tal vez debió haberse reinventado cuando más de uno lo sugirió, y ahora regresa, no sin antes habérselo pensado su anfitrión.
Quedó aparcado en el espacio cibernético, como esos vehículos que a veces sus dueños dejan en la vía pública sin pretender abandonarlos, pero que el tiempo (ese que pasa sin que nos demos cuenta y sobre el que nos harán caer en la cuenta alrededor del café o en un descanso) se encargará de recordarles que sigue ahí, como testigo mudo pero polvoriento de su falta de voluntad.
Desde la última entrada, la de la bravata, ha pasado mucho tiempo, mucha agua bajo el puente. Todos hemos tenido tiempo de ver y vivir tantos acontecimientos con los que tal vez contaban solo los más agoreros.
El contador del blog ha corrido, poco, pero aún ha habido quien ha olisqueado por aquí y tal vez haya respirado aliviado al ver que todo estaba como siempre. Gracias, visitantes, perdonad la tardanza: tampoco sois tantos, solo unos cuantos, os agradezco que hayáis pasado por aquí. Volveremos. Estoy negociando con mi pereza, aunque tengo claro algo, y eso que parece que no andamos inmersos en tiempos de certezas. No te lo contaré, espero ser capaz de desvelarlo poco a poco. De momento, atención a las etiquetas de cada entrada.