sábado, 27 de febrero de 2016

La vida a una carta: el día de San Bartolomé (I)





Ando últimamente buscando documentación sobre la primera, y durante años única, asistente de conversación del Instituto de Enseñanza Media que se construyó en los años de un ministro paisano junto a la vega del río.

Para sorpresa de tantos, aquí y allá, el buen oficio de Sir Walter Starkie, profesor de español en Dublín y director del Instituto Británico de Madrid desde 1940, logró, tras reuniones, vinos españoles y promesas de colaboración desinteresada, que el ministro aprobara la introducción del estudio del inglés en los centros educativos poco a poco, en un goteo constante, de manera que fuera desapareciendo la enseñanza del alemán de nuestras aulas.  Eran años de guerra en Europa, en los que la España oficialmente neutral se empezaba a alejar de las potencias del Eje, y los británicos, pueblo que sabe barrer para (su) casa, se ocuparon de empezar a cambiar el panorama cultural español a largo plazo. A unos y a otros les interesaba empezar a olvidarse de la Alemania de entonces, y a Walter Starkie no se le ocurrió otra cosa que enviar una lectora de inglés al instituto para congraciarse con el ministro. Menuda historia, la historia menuda.

Por tal motivo llegó a la ciudad la joven irlandesa Stiana Garbh, que obligada por la corrección política británica dio en llamarse Stephanie Wilde entre nosotros, y de cuya historia habré de hablar un día.

Me he dedicado a rastrear trasteros olvidados que esconden nuestra descuidada historia reciente, he pasado frío y calor en lugares inhóspitos de estancias oficiales y, como suele pasar cuando el aficionado a la investigación se empieza a desesperar, la incertidumbre ha visto la luz, aunque se tratara esta vez de algo que no tenía que ver con mi empeño y que me ha obligado a olvidarme de Stephanie por un tiempo.

Una carta con fecha del día de San Bartolomé de 1946. No me resisto a hacerla pública dentro de unos días aquí mismo, con la esperanza de que  quienes hayan tenido conocimiento de tales hechos o bien posean información al respecto, tengan a bien echarme una mano. Mientras, consagro parte de mi tiempo a la lectura  del contenido de los folios que acompañan a la que mostraré en breve.

domingo, 21 de febrero de 2016

Aviso: se anula el tiempo


Domingo por la mañana, hiela a primera hora hasta que el sol propicia un paseo largo, tranquilo, sin prisa, por los lugares que frecuentó don Juan Jacobo mientras vivió en la que él llamaba la ciudad vieja.

Es lo que tiene el calendario escolar, uno de esos raros puentes que van de jueves a lunes. Nos cuentan que es con motivo de la conmemoración de las Bodas de Isabel, más conocidas como los medievales, unas jornadas en las que la antigua villa se llena de gente vestida (que no disfrazada, matiz definitivo) a la usanza de la época de su fundación en plena Reconquista.

Mucha gente por la calle. Mercadillo, grupos de amigos asociados por oficios, estamentos y pertenencias recreadas con mayor o menor rigor histórico. El entramado de calles del que fuera un día recinto amurallado es un hervidero (¡vivan los clichés!) de gente que se dirige a la plaza de la Catedral para presenciar el funeral de Diego de Marcilla, en el que un año más Isabel de Segura no podrá soportar tanto dolor y caerá derrumbada sobre el escenario en medio de un silencio conmovedor y respetuoso.

Momentos emotivos, gran éxito económico y turístico. Al fondo, a media voz, alguna pendencia local sobre la organización y el origen de la fiesta. Autoridades satisfechas, aquí todo el mundo hace caja, y al final predominan los rostros de cansancio logrado a pulso en un mediodía brillante donde nadie es forastero.

Don Juan Jacobo, maestro, no llegó a conocer esta celebración, aunque oyó hablar de ella, y más adelante leyó, no podía ser de otra forma, lo escrito por un notario y por diversos dramaturgos a lo largo de la historia,  y aún visitó los sarcófagos que descansaban en el viejo ábside de la Iglesia de San Pedro. Una vez más, sus sentimientos, a la vista de un acontecimiento vivido en un tiempo que a él lo sedujo en cuanto llegó a la ciudad, afloraron hasta apoderarse de su ser en los poco más de cinco años que pasó aquí.

Duró poco la aventura de su inmersión en la historia local, y fue curiosamente, muchos años después, el académico don Javier Marías quien, sin haber conocido sus andanzas, delineó el retrato de sus vivencias entre nosotros. 

Esta historia merece ser contada, y afortunadamente no faltó cronista que la dejara por escrito, y creo que es un deber no seguir manteniéndola escondida.


viernes, 12 de febrero de 2016

Mucha agua bajo el puente

El otro día le obligaron, una vez más, a una discusión que seguramente se repite tantas veces en tantas casas alrededor del café o en el descanso de cualquier ocupación: el paso del tiempo, o mas frecuentemente, la edad de alguien, muchas veces, cuántos años tienen los hijos de unos conocidos o de aquellos vecinos de siempre aparentemente muy tratados, de toda la vida.
No puede tener esa edad, te dicen, o en la otra variante, la de los acontecimientos convividos (o mejor, covividos): aquello pasó hace tres, cuatro años como mucho. Y el pobre, que a la hora del café tal vez no esté para muchos trotes, ni físicos ni dialécticos, decide cambiar de tema, si es que le dejan, aunque no siempre se lo permite la insistencia sus interlocutores o sus propias ganas de decir la última palabra, esa batalla a la que nadie renuncia.


Viene semejante preámbulo a propósito de este cuaderno de bitácora (vale, lo llamaremos blog, no vamos a ir de puretas, total, la Academia lo acabó incluyendo en el Diccionario), que nació en un momento dado (nada puede nacer en un momento no dado), vivió, sobrevivió, tal vez debió haberse reinventado cuando más de uno lo sugirió, y ahora regresa, no sin antes habérselo pensado su anfitrión.
Quedó aparcado en el espacio cibernético, como esos vehículos que a veces sus dueños dejan en la vía pública sin pretender abandonarlos, pero que el tiempo (ese que pasa sin que nos demos cuenta y sobre el que nos harán caer en la cuenta alrededor del café o en un descanso) se encargará de recordarles que sigue ahí, como testigo mudo pero polvoriento de su falta de voluntad.
Desde la última entrada, la de la bravata, ha pasado mucho tiempo, mucha agua bajo el puente. Todos hemos tenido tiempo de ver y vivir tantos acontecimientos con los que tal vez contaban solo los más agoreros.
El contador del blog ha corrido, poco, pero aún ha habido quien ha olisqueado por aquí y tal vez haya respirado aliviado al ver que todo estaba como siempre. Gracias, visitantes, perdonad la tardanza: tampoco sois tantos, solo unos cuantos, os agradezco que hayáis pasado por aquí. Volveremos. Estoy negociando con mi pereza, aunque tengo claro algo, y eso que parece que no andamos inmersos en tiempos de certezas. No te lo contaré, espero ser capaz de desvelarlo poco a poco. De momento, atención a las etiquetas de cada entrada.