domingo, 17 de febrero de 2013

La cordura que nos ata

 

Está haciendo buen tiempo este fin de semana, en el que tantos esfuerzos, ilusiones, preocupaciones, se dedican a sacar adelante una recreación del Teruel medieval, en torno a las bodas de Isabel de Segura. Han pasado ya unas cuantas ediciones, la celebración se ha profesionalizado –en todos los sentidos del término, si los tiene-, la respuesta social ha sido enorme, a juzgar por los números. Lo siento, los números cantan aquí, se hablará de ocupación ho(s)telera, de asistencia a los actos organizados y a los actos improvisados, de impacto en poblaciones cercanas a la ciudad de Teruel.

Una ciudad que se vuelca en una celebración recreada e inevitablemente idealizada. Y no faltarán quienes busquen anacronismos, desajustes históricos, falta de adecuación del ambiente a la realidad de la época o le busquen la vuelta a una realidad que está ahí, que se ha consolidado y que incluso quienes la vemos desde fuera (anda, ¿tú no te vistes?) disfrutamos, tal vez a nuestra manera, sin participar más que en el ambiente y en un par de raticos que buscamos para disfrutar de un fin de semana que permite incluso elegir. También permite elegir quedarse en casa o disfrutar de un par de días en otra ciudad.

Recrear tiene que ver con volver a crear y también con festejar. Teruel en los medios, esta vez por una fiesta que no es salvaje (siempre he pensado que aquel otro día de impacto mediático, el sábado de Vaquilla se ha convertido en algo lamentable que nadie se atreve a intentar remediar), un festejo que está reglado, organizado, sometido a un canon que da un gran margen de actuación, es cuando menos conveniente. No falta incluso quien piensa que es una buena ocasión para romper el letargo de una ciudad que solo llena sus calles en invierno a golpe de celebraciones.

La imaginación de lo que se recrea se aleja de la realidad de lo que fue, seguro. Ni había tantas damas ni tantos caballeros, ni la tolerancia era lo que parece, ni la vida era tan cómoda o sonriente, ni queda tan lejos el carnaval con todas sus lecturas posibles.

El escritor japonés Haruki Marukami, aficionado a correr, de escritura lenta y bien meditada, recoge sus pensamientos acerca de este deporte (total, correr de un lado a otro, sin otra meta que sufrir por alcanzar una meta), y se lanza a hacer el recorrido del primer maratón, en Grecia. Apunta sus pensamientos (obsesivos a veces, algo tiene que ver con el gran desgaste físico de una carrera tan larga), y le asalta el deseo de tomarse una cerveza, pero ha de esperar hasta la llegada a la meta:

“En un café del pueblo de Maratón, me tomo una cerveza todo lo fría que quiero. Por supuesto, está buenísima. Pero la cerveza real no está tan buena como la que yo imaginaba y ansiaba fervientemente mientras corría. No existe en ninguna parte del mundo real nada tan bello como las fantasías que alberga quien ha perdido la cordura”.

Las ciudades, la sociedad, a veces tienen derecho a perder la cordura. Se nos permite albergar fantasías, abandonar la cordura que nos ata, y habrá quien manifieste sus reservas, dándole vueltas a la moda reciente de las recreaciones históricas, tal vez porque crea que los fantasmas no deben convertirse en norma de realidad, y advierta del peligro de jugar con la memoria... "el tiempo en que la tradición no era artículo de consumo ni las ciudades museos de la historia, escaparate de otras vidas, otros tiempos, otras tradiciones, porque en efecto cuando las cosas se convierten en el recuerdo o en la memoria de sí mismas o en símbolo de un esplendor es que están definitivamente arruinadas.”

Palabras robadas, por orden de aparición:
Haruki Marukami: De qué hablo cuando hablo de correr.
Gonzalo Hidalgo Bayal: Paradoja el interventor

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