domingo, 21 de febrero de 2016

Aviso: se anula el tiempo


Domingo por la mañana, hiela a primera hora hasta que el sol propicia un paseo largo, tranquilo, sin prisa, por los lugares que frecuentó don Juan Jacobo mientras vivió en la que él llamaba la ciudad vieja.

Es lo que tiene el calendario escolar, uno de esos raros puentes que van de jueves a lunes. Nos cuentan que es con motivo de la conmemoración de las Bodas de Isabel, más conocidas como los medievales, unas jornadas en las que la antigua villa se llena de gente vestida (que no disfrazada, matiz definitivo) a la usanza de la época de su fundación en plena Reconquista.

Mucha gente por la calle. Mercadillo, grupos de amigos asociados por oficios, estamentos y pertenencias recreadas con mayor o menor rigor histórico. El entramado de calles del que fuera un día recinto amurallado es un hervidero (¡vivan los clichés!) de gente que se dirige a la plaza de la Catedral para presenciar el funeral de Diego de Marcilla, en el que un año más Isabel de Segura no podrá soportar tanto dolor y caerá derrumbada sobre el escenario en medio de un silencio conmovedor y respetuoso.

Momentos emotivos, gran éxito económico y turístico. Al fondo, a media voz, alguna pendencia local sobre la organización y el origen de la fiesta. Autoridades satisfechas, aquí todo el mundo hace caja, y al final predominan los rostros de cansancio logrado a pulso en un mediodía brillante donde nadie es forastero.

Don Juan Jacobo, maestro, no llegó a conocer esta celebración, aunque oyó hablar de ella, y más adelante leyó, no podía ser de otra forma, lo escrito por un notario y por diversos dramaturgos a lo largo de la historia,  y aún visitó los sarcófagos que descansaban en el viejo ábside de la Iglesia de San Pedro. Una vez más, sus sentimientos, a la vista de un acontecimiento vivido en un tiempo que a él lo sedujo en cuanto llegó a la ciudad, afloraron hasta apoderarse de su ser en los poco más de cinco años que pasó aquí.

Duró poco la aventura de su inmersión en la historia local, y fue curiosamente, muchos años después, el académico don Javier Marías quien, sin haber conocido sus andanzas, delineó el retrato de sus vivencias entre nosotros. 

Esta historia merece ser contada, y afortunadamente no faltó cronista que la dejara por escrito, y creo que es un deber no seguir manteniéndola escondida.


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