lunes, 31 de octubre de 2011



Escribo estas (pocas, cada vez menos frecuentes) líneas mientras se me cruzan en los oídos y en las vísceras más inconfesables elementos contradictorios: suben y bajan en el ascensor de mi casa, corriendo por los rellanos, grupos de niños que llevan la tarde dando el coñazo con sus gritos de truco o trato: es cuestión generacional, lo sé, yo también lo habría hecho si tuviera su edad. Ellos tal vez se pierdan otros elementos que forjaron el andamio sentimental de mi generación, y vete a saber si serán más felices y mejores personas. No lo pongo en duda.

Este ruido de fondo (coñazo lo he llamado, en cualquiera de las acepciones que felizmente recoge el Diccionario de la Academia: persona o cosa latosa, insoportable; golpe fuerte), este ruido de fondo, decía, convive, con la representación que llega a mi ventana de la del Tenorio, bendecido este año por la bondad de una temperatura agradable que ha traído a muchas personas, me temo que esto también es cuestión generacional, hasta la Plaza del Seminario.

En fin, el debate está en el ambiente: lo que nunca ha sido tradición en España llena ahora escaparates, ascensores y rellanos y lleva camino de hacer olvidar celebraciones que nos llegan muy hondo. El negocio es el negocio. También el sentimental.  Habrá quien piense que reclamar esta tradición es caspa: da igual, en cien años, todos calvos, y fuera caspa. Eso nos lo recuerdan pasado mañana.

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