domingo, 6 de noviembre de 2011

Cambio de tendencias. Del griego al chino, pasando por el inglés.


Hubo quien pensó, y encima lo escribió, que las lenguas eran (son) intraducibles: llevan tanto consigo, tantos elementos culturales, históricos, afectivos, que es imposible trasvasar todo ese contenido de un idioma a otro. Ya sé, un poco exagerado sí que era aquello, sobre todo si tenemos en cuenta que vivimos en una cultura traducida: desde la Biblia hasta lo último en tecnología, casi todo llega a nuestra cultura en una lengua extranjera (y si no, ya nos encargamos de ponerle nombre en inglés), y las lenguas son motivo continuo de debate, separación, disputa, confrontación y demás.


Nos llegó todo a través del latín y del griego (pasado por el árabe); en su momento el alemán y el francés fueron vehículos del conocimiento, e incluso debemos al nacionalismo alemán, y su búsqueda de la raíz común de las lenguas de nuestro entorno para demostrar que el alemán era una lengua superior, el desarrollo de la investigación lingüística, las verdaderas teorías científicas del desarrollo y evolución de las lenguas a través del tiempo.


Pues bien, ahora el inglés me hace caer en la cuenta de una cosa: lo que en inglés suena a griego (it’s all Greek to me, dicen, cuando no entienden algo –esto me suena a griego), nuestra lengua, no siempre consciente de su importancia en el mundo mundial, ya lo adelantó hace tanto tiempo: aquí, lo que no entendemos, nos suena a chino.


Algo tienen las lenguas, algo ocultan en sus sótanos, las bodegas igual mejoran un buen vino que echan a perder los libros, lo peor y lo mejor del género humano.





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