martes, 16 de julio de 2013

balcón





Demasiada luz, demasiado cielo azul para iluminar tan pocas cosas, y tan pobres. 
Luis Landero, Absolución



Tanto cielo para tan poca plaza. Así empezaban las discusiones en la sobremesa interminable de comidas que reunían a varias generaciones de la familia en ocasiones que se repetían con la frecuencia que exige la tiranía de la costumbre, que tantas veces conviene no cuestionar si uno no quiere terminar anclado en un mundo difícil de abarcar. 

Decir que la plaza era poca cosa para tanto cielo no era ninguna ofensa, pero el resto de los comensales no se iba a mostrar unánime, no era cuestión de pertenecer a una generación o a otra. Era tanta la historia que albergaba, tantas cosas habían pasado, tantos se habían conocido, odiado e incluso matado entre aquellos soportales de apariencia silenciosa que bien merecía que semejante bóveda lo protegiera. 

El cielo era azul la mayor parte del tiempo. Esa había sido la condena de la ciudad. Azul helador en el invierno largo, horno en verano. A veces he pensado que el color es profundo, como si se tratara de uno de esos pozos que atraen hacie el interior de su misterio – seduce a quien se asome al balcón estrecho de la habitación que me refugia en las horas de desvelo, cuando tantas cosas pasan. Azul profundo que debería permitir saltar hacia arriba, desafiar la ley de la gravedad, y alcanzar un imposible, uno de tantos que se nos niega todos los días.

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