viernes, 13 de septiembre de 2013

El hervido de la abuela, tal vez


A todos nos ha ocurrido cuando éramos niños. Íbamos a comer a casa de alguien, particularmente nos ocurría en casa de los abuelos, y nos gustaba precisamente aquello que despreciábamos en casa, fueran lentejas, judías, sopa, o cualquier otro guiso. A mí me pasaba con el hervido. Un caso extremo lo presencié cuando una niña muy despierta, ahora anda por ahí por el mundo con sus cosas, soltó a quemarropa: “ves, mamá, a la abuela hasta las mandarinas le salen mejor que a ti”. 
No es este mi problema cuando viajo a otras ciudades. No siempre me parece mejor lo de fuera. Procuro no comparar lo que veo con el lugar que habito, aunque es difícil evitarlo cuando se visita ciudades semejantes, pequeñas relativamente, a ojos de quien cree que la grandeza se mide por la existencia de obras faraónicas. Observa uno qué tiendas, general y tal vez desgraciadamente franquicias, lucen en las calles principales, cómo son las terrazas, cómo lo tratan en tal o cual sitio, si la catedral era de pago o mantenía su espacio libre a disposición del interior de cada persona, si el estado general de la limpieza era comparable al que acostumbra a ver, detalles que tal vez no llaman la atención pero no pasan desapercibidos… 
Y esta vez tampoco ha sido distinto. Siempre cuento aquello de José Luis Coll: soy de Cuenca, cosa que poca gente puede decir en el mundo. Fui adrede, después de muchos años. Volví a lamentar el estado de la carretera que la une a Teruel, lo de unir será metáfora necesaria, y recordé aquellas manifestaciones a favor de la autovía A40 ya arrinconadas (parece que) definitivamente. Y la estación del AVE, que tal vez haya contribuido a poner a la ciudad en su sitio, o más bien simplemente en el mapa. 
Viajar, medicina necesaria. Será que de pequeño también me gustaba mucho donde mi abuela, y comer aquellos hervidos que al regresar a casa me costaban una buena bronca.

2 comentarios:

  1. Buena entrada y buena foto, un ejemplo suficiente de cómo se debe tratar a una ciudad de esas dimensiones. Cuenca ha sabido pintar las paredes de sus fachadas, no separarse del río, mantenerse fiel a sí misma sin renunciar a la vanguardia, pero no la vanguardia hipermercantil de la plaza Domingo Gascón, sino la que encaja con las calles igual que un cuadro de Zóbel encaja con el río. Quizá es por lo mal que está la carretera por lo que las autoridades turolenses no han visto lo que podían haber hecho con su ciudad. Un abrazo.

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