sábado, 1 de febrero de 2014

Viático


(Foto de Amparo Hernández Estopiñán)

Algo dijo Azorín del azar de las lecturas. También son azarosas las presentaciones de libros. Ayer asistí a la presentación de Autopsia, de Miguel Serrano Larraz. Llegué tarde - me disculpé - y lo primero que escuché al entrar en la Librería Perruca fue el nombre Hans Castorp, protagonista de la Montaña mágica de Thomas Mann. No me resisto al azar, y adelanto a hoy la entrada del próximo lunes, día de San Blas. Hasta la fecha de la fuente que ilustra la entrada es fruto del azar. 
A disfrutar del libro de Miguel Serrano, que no es cuestión de distraerse de lo realmente importante.

...La lucha por la salud corporal, pues, no venía sólo del cielo, también hacía su papel la intervención humana. Por ejemplo, para las afecciones de garganta bastaban las pastas secas que llevaban a bendecir en febrero al barrio de San Blas. La magnanimidad del obispo mártir logró que el propio don Juan Jacobo, reacio a bendiciones o aspersiones del hisopo, probara estos dulces benéficos, fuera por compromiso o tal vez por un por si acaso agnóstico que diera cumplimiento a la prevención necesaria de quien se ganaba la vida con el esfuerzo de la garganta en la escuela y en los frecuentes paseos con niños que le obligaban a gritar más de lo que hubiera deseado y a hablar siempre por encima del ímpetu escandaloso infantil. 

La relación escrita del médico reflejaba que, al contrario de lo que sucedía en el barrio, la tuberculosis sí era afección frecuente en algunos lugares de la provincia. No sabía muy bien qué causaba este mal, aunque algo había estudiado en la Facultad, y la lectura de aquel volumen de La Montaña Mágica que le regaló el librero de La Solana a cambio del tratamiento de uno de aquellos males que los humanos sufren en soledad, lo había embelesado, pues presentaba algo más que una descripción simple de la vida de los enfermos internados en un sanatorio: un estudio humano, filosófico y médico sobre la confrontación de ideas, la actitud ante la enfermedad y la lucha por la salud. 

Desde la Vega discutía en sus paseos con el maestro de Capuchinos, junto a la Beneficencia, mientras en la lejanía adivinaba su Davos particular, la llanura mágica de la Muela que dominaba desde su elevación el contorno de la ciudad vieja, el capricho de una altura majestuosa que se erguía frente al viento redentor y que un día podría albergar un hospital para enfermos tuberculosos en cuyos pasillos y estancias ya se veía charlando con los enfermos o velando la soledad del insomnio febril al amparo de una conversación profunda y extensa que ayudara a mirar a los ojos a la enfermedad, sosteniendo la mirada, libre de miedos. 

Su fe en la ciencia, junto con un optimismo patológico, permitía a este joven facultativo confiar en la llegada del tratamiento ansiado, aunque de momento éste hubiera de tomar tan sólo la forma de reposo expectorante, viento que se convierte en aliento vital, dieta equilibrada y charla apaciguadora. 

Quién sabía si en su día los descubrimientos científicos relevantes de los que había empezado a hablarse en círculos lejanos arrinconaría esta enfermedad de forma definitiva en el desván de la memoria de la humanidad, que trata de no recordar todo lo que la hizo sufrir. 

Pese a que la noticia de los avances científicos lo entusiasmaba, se dedicó a escarbar en la sabiduría popular de las gentes del Barrio lo que de evidencia experimental pudieran contener los remedios de toda la vida. Además de consultar la Topografía Médica de uno de sus predecesores en la Beneficencia, el ya nombrado don Miguel Ibáñez, siempre que iba a atender a algún enfermo pedía a los mayores su opinión acerca del tratamiento de la dolencia que le ocupaba en aquel momento preciso. 

Así, preguntando a unos y a otros por remedios y apaños de toda la vida, un día encontró en un rincón de una cocina un ejemplar del almanaque que siempre había deseado tener en sus manos. Alguien había encuadernado en un solo tomo varios números sueltos de la revista Por esos mundos correspondientes al año 1907, y que ya su abuela leía, una especie de totum revolutum con descripciones de viajes, avisos de moda, tratados de buenas costumbres y consejos sanitarios. Un día se lo dio a leer al joven maestro para mostrarle que, para avanzar y hacerse con las riendas del gobierno del mundo, a veces la Razón con mayúscula se sirve de la aparente irracionalidad de personas crédulas. 

Lo que le faltaba por oír a don Juan Jacobo, que ya empezaba a revolver el cajón siempre revuelto de la memoria que sostiene el edificio endeble de la historia, y que se conmovía al leer algunas de las páginas del almanaque como las que este relator añade a continuación. 

Preceptos higiénicos para febrero: 

Las enfermedades más comunes en este mes son los catarros pulmonares, calenturas gástricas que á veces suelen tomar un carácter maligno, irritaciones de los intestinos y cólicos, sin dejar de presentarse algunos dolores de costado y eripiselas. En este mes son necesarias muchas preocupaciones, porque se acentúa mucho la primavera y empiezan á notarse los cambios de temperatura propios de ella. Las personas que padecen de tos se librarán de tales cambios cuanto puedan, y hallarán en el abrigo y en el uso de la leche (sobre todo la de burra, tomada caliente en la cama) los medios más oportunos para mejorar su estado.. 

1 comentario:

  1. Gracias, Mario, una vez más. Ayer te convertiste en un personaje de La Montaña Mágica. El consejero áulico, quien sabe.

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