viernes, 24 de enero de 2014

Del almanaque



Contarán lo que cuenten, pero aquí todo el mundo te dice que esta es la última semana de enero. Y no preguntas más. 

Fin de mes, y además de enero, el mes dedicado a Jano, dios romano de doble cara, como para fiarte: empezamos gastando como reyes, acabamos ajustando el cinturón. Terminará el mes exhausto, abocado a la locura de las cuatro semanas escasas de febrero, el único mes que mereció un diminutivo, febrerillo loco, decían, con sus días de viento, araboques, frío inesperado, como si lo que gana el día a la noche hubiera sacado estas tierras altas del invierno, y cuando la atmósfera baje la guardia, que la bajará, la bonanza sonriente, apacible pero traidora volverá a aprovecharse de la ingenuidad de los almendros, que a la mínima dejarán ver flores de poco más de un día. 


Pero febrero viene cargado de fiestas, antiguas y recientes. Ya pensaron nuestros abuelos que los niños nacidos en febrero de año bisiesto no padecerían los males de la viruela. No muy lejos de aquí, heredaron de culturas anteriores la celebración de Santa Brígida, monja irlandesa, relacionada también con el fuego, el primer día del mes. 


Aquí, el día dos, desde las iglesias del contorno empezaban la jornada con el reto de llegar con la vela del día de la Candelaria encendida hasta casa, sin que se apagara, rememorando sin saberlo todo lo que otros antiguos paganos hicieron alrededor de las Lupercales en Roma. Ahora, si vas a misa ese día lo verás, la vela se enciende apenas un ratico. Luego, igual que se hará con las hojas de olivo del Domingo de Ramos, la vela termina en casa, por si acaso un día, que nunca se sabe. 


Se fijaban nuestros mayores entonces en el cielo, convencidos: si hacía sol el dos de febrero, venían seis semanas de invierno, y si, en cambio, llovía, el agua traía el fin del invierno con la promesa de la abundancia de huevos, leche, cera y miel. Otros países más modernos necesitan una marmota para saberlo. Aquí es más sencillo. Además, será difícil hacerse con una marmota. Vendrán luego San Blas y Santa Águeda con sus bendiciones multitudinarias, San Valentín, un poco frivolizado… aunque, nadie es perfecto, a febrero este año se le escapa el Carnaval, que caerá en marzo, sujeto al vaivén de la luna llena de la semana de Pasión. Ya basta. Para que luego digan que estamos en lo peor del año. Será por fiestas. Ya hablaremos de la (aquí inexistente) primavera, que decías que te gustaba.

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