viernes, 17 de enero de 2014

Dábale arroz a la zorra el Abad. Hoy es San Antón.



La vida es así, unas veces leemos hacia delante, otras veces vamos hacia atrás. Como al Abad que le daba arroz a la zorra. 
Aprovecho que hoy es San Antón, y que algo habré de decir de este santo tan querido en estas tierras, para volver hacia atrás, la vida afortunadamente a veces es un palíndromo, y subir aquí un artículo que publiqué hace un tiempo en la revista Rambla de la Asociación de Vecinos de San Julián. Apareció sin mi firma, un despiste, espero, así que de paso recupero su autoría. Se titulaba Santoral. Si me alargo, hasta donde llegues, gracias por frecuentarnos.

No hace tanto que caí en la cuenta: el Barrio de San Julián celebra las fiestas de San Antón junto a la Rambla de San Lázaro. Cuestión de nombres que me hace recordar que un día, en un paseo por el barrio, conté más de veinte calles dedicadas al santoral (alguien dijo que en su día los santos llegaban a ocupar casi el setenta por cien del callejero). 

El contraste no se reduce al cruce de santos en las fiestas. Hay más. 

Desde lo alto de la ladera, en la Ronda, merece la pena detenerse a observar el amanecer, siempre perezoso, cuando el color rojo del cielo invita a adivinar qué tiempo vamos a tener y tal vez inquiete al paseante el desafío de los molinos de viento en un horizonte que se modernizó hace años. Acabará el día y no faltará quien espere la salida de la luna. Ahora, desde balcón del mirador, superando el vértigo que se escuda en la oscuridad, aparece la luna, poco a poco, anunciándose, en un silencio que en su día quebraron quienes tal vez no aceptaron que ocio y descanso se necesitan. 

Contrastes. La arcilla del paisaje, la industria, alguna ya antigua, hornos que hablan de viejos alfareros y reclaman nuestra atención, comercios, negocios nuevos y viejos que llevan el día al día, gente que se conoce de toda la vida, motes que se pierden en tiempos remotos, habitantes nuevos que llegaron en nuevas promociones inmobiliarias, ramblas que no llevan agua nunca dejarán de recordarnos que siempre fueron camino hacia el río y alimentaron leyendas. 

Barrio que siempre se asoció a la hospitalidad. Tal vez de ahí venga su nombre, de San Julián, el hospitalario, que se sintió culpable de parricidio y se dedicó a expiar su pecado y a hospedar peregrinos. Cuenta la leyenda Gustave Flaubert[1], que según reconoce al final de su relato, se inspiró en una vidriera de la iglesia de su tierra natal. Dicen que se trata de la catedral de Rouen. Si me pilla de paso un día, lo comprobaré: ahí aparece la imagen de un leproso aterido, a quien consuela el santo con su ayuda. 

Y ahí salto de San Julián y su leproso a San Lázaro, nombre del lugar donde el barrio celebra la fiesta. Casualidad: patrón de los leprosos, leproso por antonomasia sanado por el mismo Jesucristo. 

¿Casualidad? Jaime I - lo cuenta Antonio Gargallo[2], hablando del Teruel de la Edad Media- ordenó en su momento que se fundaran centros sanitarios para atender (o más bien ocultar) a quienes padecían la enfermedad de la lepra, y dispuso las normas básicas para su funcionamiento . Aunque se pensó en algún momento que bien pudo construirse la casa de San Lázaro de Teruel cerca del hospital de San Juan, cuenta el investigador que en vista de las normas sanitarias vigentes, se localizara fuera del recinto de las murallas, quizá donde estuvo la antigua ermita de San Lázaro, sita en la partida de su nombre junto al camino de Villaspesa. Así, la ciudad quedaba libre de contagio, al contar con un sanatorio aguas abajo de una ciudad cuya preponderancia del vientos del norte se llevaría los males valle abajo, librando a la población del temor al contagio. 

Y ahora, San Antón. Antonio, abad. De él también nos va a hablar Gustave Flaubert[3]. Quién lo iba a decir, ¿verdad?. Antonio, en la tradición que recoge y en algunos momentos enloquece el autor francés, vive en su mundo apartado (como apartada en tiempos antiguos debió de estar la ermita actual, que apuntala su pasado como puede), y se dedica a hacer esteras de esparto. 
En este punto me acuerdo yo de lo que me ha contado mi padre tantas veces de los Caracoles y las sogas que fabricaban ladera de la Ronda abajo, aunque no será cuestión de obsesionarse con las casualidades de la vida, que la antigüedad del oficio está documentada[4]

Va pasando la vida solo aparentemente apacible, el abad en su desierto, lejos del mundanal ruido, pero por la noche recibe la visita de las tentaciones. Llegan los pecados capitales. La gula le ofrece manjares exquisitos, la avaricia le regala oro; la ira también ha de tentarle pero Antonio vence con ironía : se convierte en toro, se hiere y el dolor y la sangre lo devuelven a la realidad. 
El relato es denso, no faltan argumentos a favor y en contra de la fe del santo, que mucho deben de tener que ver con disquisiciones de Flaubert al respecto. También es casualidad que, aparte las hagiografías y la predicación con motivo de la fiesta, nos hayamos de enterar de los andares de San Julián y de San Antón así, por la literatura y las disquisiciones de la historia. 

Leyenda, historia, fiesta, tradición. Buena hoguera, fiesta pagana del solsticio de invierno retomada por el Cristianismo. Barrio de contrastes, merece un buen paseo. 

Nos vemos,y olemos, en la hoguera.



[1] Gustave Flaubert, La leyenda de San Julián, Barcelona, La Gaya Ciencia, 1981

[2] Antonio Gargallo Moya, El Concejo de Teruel en la Edad Media 1177-1327, Volumen I, Teruel, Instituto de Estudios Turolenses, 1996.
[3] Gustave Flaubert, La tentación de San Antonio, Madrid, Editorial Siruela, 1989.

[4] Revista Teruel, 77-78-3, Historia y evolución de los gremios de Teruel, Teruel, Instituto de Estudios Turolenses.

1 comentario:

  1. Lo releo, Rafa, sabes que lo tengo guardado en el disco duro, estas cosas nunca se olvidan. Es difícil encontrar gente que le solicites ayuda "gratuita" y se preste sin más. El pago fue otra cosa. Hemos hablado, hemos comentado, sabes mi opinión y no hay más que decir. Espero que alguna vez podamos colaborar de nuevo, tú y yo, donde sea, o por lo menos prodigarnos más en esas charradas que alguna vez nos damos. Fue un placer, amigo.

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