lunes, 7 de septiembre de 2009

Escucha, Euclides




Si me has acompañado alguna vez a los Amanaderos, al Molino de las Pisadas o a Palomera, recordarás que mi capacidad de orientación, en caso de existir, es nula, y que quienes me tuvieron que enseñar a escribir en aquellos tiempos en que ser zurdo sin duda era ser raro, atribuirían a problemas de lateralidad, digo, de haber estado entonces de moda semejante problema. Por eso, alguien me ha dicho, me gusta patear las ciudades que no conozco: damos tantas vueltas para ir al mismo sitio, un día y otro, que acabamos conociendo lugares recónditos que se negarán al visitante ocasional pero eficiente, porque está visto que la línea recta será la más corta, pero nunca la más entretenida. Me pasó también en Santiago (venga, te cuento el chiste que oí ahí: “¿Dónde trabajas? – En Santiago. - ¿y de qué? – Hombre…, ¡de Compostela!), donde el tópico me abandonó y no conseguí ver una nube ni disfrutar de eso que dicen que se siente en contacto con la lluvia en Galicia.
Pues bien. Viene esto a cuento a propósito de las vueltas que di el otro día (día indeterminado que algunos tomarán por falta de consciencia o más bien conciencia del tiempo, además de ignorancia espacial que mencionaba más arriba), mientras buscaba por el Polígono las instalaciones de la ITV. Me detuve ante lo que me parecía fruto de una incipiente insolación, al ver en un almacén municipal las estatuas de la Glorieta, sí, las de la fuente de antes de que el lugar se convirtiera en techo del parquin, como me dijo un día aquel amigo de la época escolar que abandonó Teruel poco antes de empezar la universidad y que volvió un día a hacer ejercicio de nostalgia. Le gustó Teruel, pero echaba de menos la Glorieta de entonces, que a él y a todos nos parecía muy grande, aunque no tan buena como aquella de la arena, templete, y circuito de karts.
Se echa de menos un concepto de ciudad que guíe la mente de quienes están (digo yo que estarán) comprometidos con ella, más allá del juego político. Ya resulta un tópico hablar de obras emblemáticas sin sentido, o con doble sentido, de la dinamización del centro histórico y de su limpieza, de la cantidad de locales comerciales y pisos vacíos que ven pasar el tiempo camino de alcanzar una situación insostenible porque esto no acaba de arrancar, de proyectos de papel olvidado, sean centros culturales o parques inmensos. Que viajen. Que vean lo que se está haciendo por ahí. Que pateen ciudades. Que den vueltas y vean, que vuelvan con ideas. La línea recta es la más corta, no la más entretenida.

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