Me permite mi trabajo este año pasar una hora (casi) cada semana junto a la vía del tren. Soy de aquellas personas que todavía levantan la vista cuando pasa el tren, y sí, suena a hecho diferencial: #EresdeTeruel si cuando pasa el tren lamentas que un día más vaya vacío, lo subió alguien en Twitter. Por este motivo miro cuando pasa el convoy hacia Valencia, camino de convertirse en reliquia del pasado que no pudo llegar a ser por culpa de alguien, seguro, que podía haber cambiado las cosas pero tenía, él o quien estaba por encima en alguna estructura fija, otras prioridades.
Sube despacio la pendiente a mediodía camino de Caparrates, y el comentario no cambia. Qué pena. Los chavales siguen haciendo deporte en las pistas del Instituto como si tal cosa, ellos ya no han conocido el tren, y menos, tal vez, casi ninguno, la necesidad de un transporte público y los motivos que la justifican. Ni se plantean lo que indica que el tren renquee cuesta arriba, casi vacío, ahora que ya se calcula lo que cuesta en realidad cada billete. Como mucho, que vaya birria de tren.
Tren sin vida que no contempla necesidades, política que lleva tantos años dando pan para hoy y hambre para mañana.
Se me olvidaba. Paso la hora junto al tren durante una hora de guardia, de vez en cuando, en el instituto en el que trabajo. Si hay que suplir alguna ausencia de profesores, como me toca a sexta hora, muchas veces no tengo más remedio que dejarme convencer de la necesidad de hacer deporte. A veces, no te sonrías, piden quedarse a repasar o a hacer deberes. A veces, sobre todo si hace frío. Pero no levantan la vista para ver el tren que mueve su pena camino de Valencia.
Si bajas a Valencia a mediodía en tren, pídele al menos al maquinista que se haga oír. A lo mejor los chavales levantan la vista y preguntan, que no les irá mal entererarse. Creo que es la educación que merece la pena.