Hoy se celebra San Pedro y San Pablo. En nuestra infancia de pantalón y pelo bien cortos (cuando te vea por ahí, te contaré cuántos pantalones cortos sacaban unas hermanas que conocí bien de un pantalón largo de un adulto de talla holgada), se trataba día de un día fiesta en el que nuestros padres, que no creo que disfrutaran entonces de la bondad de los puentes que ahora fomentan el consumo y la recaudación de impuestos indirectos, disponían de una de esas jornadas de descanso en las que nuestras madres, mayormente dedicadas a las tareas del hogar, madrugaban para terminar de preparar almuerzos, comida y meriendas, y muchas familias de la ciudad de Teruel se volvían a reunir en la Vega tras el obligado paréntesis de un invierno largo que era por lo general frío dentro y fuera de casa (por eso se pasaba entonces tanto rato en la calle y las fachadas del Óvalo, todavía calientes por el resol del invierno eran visita obligada).
La Vega así, con mayúscula, es nombre propio, lugar ameno donde se inauguraba el verano, con ese sabor que tenía un día de fiesta entre semana, la semana de seis días de trabajo que hacía que el día, por fin ya largo y caluroso pareciera eterno e intenso a los ojos de unos niños que, si probaban ese día a bañarse, sería sólo hasta los tobillos (bajaba el agua todavía demasiado fría), y la espera hasta el chapuzón de la tarde era desesperante, porque en aquellos días la digestión duraba tres largas horas insoportables en las que hasta la naturaleza guardaba silencio.
Siguen los trabajos en la orillas de los ríos Alfambra y Guadalaviar, un arreglo necesario que ha de devolver la dignidad perdida a un lugar que ha sido escenario de tantos pasajes de la historia de Teruel, desde su fundación hasta tiempos recientes, y que tantos paseantes recorren, no sé si recordando momentos anteriores, históricos o personales, o simplemente respirando tranquilos, sea invierno o verano, en estos tiempos en los que triunfa la idea perversa de que es necesario ir con prisa a todas partes. Otro paréntesis. Me viene a la cabeza la historia de Michael Ende, Momo, en la que pululan por las calles unos hombres grises que trabajan para la Caja de Ahorros del Tiempo.
Al río, es verano. San Pedro y San Pablo, primer día de río. Qué ancho, hondo y caudaloso nos parecía entonces su lecho.