El Museo de Teruel acogió el pasado sábado (29 de mayo, coincidiendo una vez más con otros actos culturales, la gran cruz de la cultura en la ciudad de Teruel) el recuerdo del 400 aniversario de la expulsión de los moriscos de Aragón. Con tal motivo, se presentó la Bibliografía y fuentes para el estudio de los moriscos que ha editado el Centro de Estudios Mudéjares, así como el facsímil del bando que materializó la deportación de estos ciudadanos aragoneses en 1610.
Abrió el acto José Manuel Latorre Ciria, y la Consejera de Educación del gobierno autonómico y el Presidente de la Diputación de Teruel hicieron entrega del bando a representantes municipales de diversos lugares de la geografía aragonesa. Al final, el marco de la logia del Museo acogió un concierto de Al-buruz (Alborozo), dirigido por Luis Delgado, artista especializado en música andalusí y medieval que siempre ha estado vinculado a Aragón y en particular a Teruel, donde, como repitió en varias ocasiones, el público le trata con generosidad. La que él merece.
Hasta ahí, el acto de ayer, y la redondez de la cifra, una palabra que apenas utilizamos, y cuya existencia he tenido que consultar en el diccionario: cuadringentésimo aniversario.
Viene a propósito este centenario para recordar que en la ciudad de Teruel, además de edificios que algún documento citado ayer por el alcalde don Miguel Ferrer que ya denunciara en tiempos pretéritos el mal estado de los mismos, sólo nos quedará como patrimonio de los moriscos el diseño de las acequias que surcan la Vega de Teruel. Quizá sea este un buen momento para (tranquilo, alcalde, esto es barato, no hará falta acudir a crédito extraordinario) recordar los nombres de cada acequia, señalizarlos, colocar un croquis y sugerir un paseo que contribuya a sacar del olvido la historia y recordar a estos ciudadanos que en su día, por las complejas circunstancias de la historia, tuvieron que abandonar su vida, sus familias, su trabajo. Hasta el veintiuno por cien de la población del Teruel del siglo XVII, se dijo.
Como muestra la foto, los regantes de Teruel mantienen los vestigios de la vida de las acequias y recuerdan a los usuarios sus obligaciones. Y todo está escrito, también por las paredes, testigos de la vida de una ciudad tan vinculada al agua.