Viendo la foto, se me ha ocurrido pensar que a veces perdemos mucho tiempo preocupándonos por los nubarrones del horizonte, y nos olvidamos de lo bien que estamos.
Y como no quiero que le des la vuelta a este pensamiento sublime, se me ha ocurrido esto de abajo, aunque te recomiendo que lo evites, y te limites a recordar paisajes que te hayan hecho disfrutar, que esto se enreda y acaba con un par de artículos de la Constitución española. A mí, el nubarrón que vivimos, a veces me quita la tranquilidad, y me da por pensar lo que sigue. Ojo, que es agosto.
Se ha instalado, ha acampado entre nosotros el victimismo, y hay quienes confunden la queja de lugares como Teruel o cualquier otro punto del interior de España con el victimismo, que dicho sea de paso tan rentable es cuando interesa.
Hasta tal punto, que quienes airean los males locales, la falta de infraestructuras, de liderazgo que sepa dar un puñetazo en alguna mesa institucional -no hay problema, los despachos de siempre han estado amueblados pensando en que las cosas han de durar años, al menos tanto como una legislatura-, quienes desean quejarse, reclamar lo que creen que es de justicia, han de andar con pies de plomo: les dirán que son victimistas, y ya pueden prepararse para el descrédito que se les viene encima, por localistas, paletos carentes de visión universal.
No me extraña. El victimismo es rentable. Por ejemplo, donde se ha creado todo un sistema, una sociedad que reinventa y reescribe su historia basándose en un agravio más o menos lejano, más o menos grave, que el resto de los ciudadanos, las piezas de un Estado que conviene pintar como opresor, pero del que todos quieren vivir, habrán de pagar porque es de justicia dar a cada uno lo que le pertenece.
Se mide, se pasa por la criba, lo que cada uno aporta y exige que se le devuelva. La palabra solidaridad ha desaparecido. Priman intereses territoriales, políticos, de renta electoral, y por ejemplo, el ferrocarril dejará de creer que la línea recta es la más corta para unir dos puntos distantes, y un tren de alta velocidad irá de Zaragoza a Alicante pasando por Madrid. Excusen mi ignorancia.
Y si te quejas, si lo predicas, sermón perdido: eres victimista.
Se estimula la comparación, y eso cala en los individuos. Cada uno a su bola, al que le vaya mal, que hubiera espabilado. Me viene a la cabeza el revuelo que se organizó en urgencias de un hospital, cuando llegó aquel hombre con una pequeña brecha en la frente, y recibió atención médica al minuto de llegar. Enchufado, se ha colado, vamos a protestar, yo llevo aquí dos horas y todavía no me han atendido. Hasta que desde el control, en previsión de semejante motín, avisaron a un médico, que con una sonrisa que disimulaba probablemente un cabreo contenido, dijo: señores, no se preocupen, el caballero que acabamos de atender sufría un infarto de miocardio, pero gracias a la colaboración de todos, se recuperará felizmente en la UCI, donde acaba de ser trasladado para su tratamiento. Se hizo el silencio, ese silencio que guardo al menos yo, cuando se me ha quedado cara de podía-haberme-callado-jolín-qué-corte.
Un agravio, oiga. La anécdota tal vez no tenga mucho que ver, pero me he quedado a gusto al contarla. Real como la vida misma.
Nos cuesta un pastón este sistema de rivalidades territoriales que solo consiguen mantenerse mirando de reojo al vecino, que dejó de ser paisano hace tiempo, y con el que nadie en realidad (me refiero a gobernantes de cualquier género o especie) desea terminar, de manera que no se consuma la razón de su propia existencia.
Nos miraremos el ombligo, calcularemos cuánto nos corresponde a cada uno pagar infraestructuras de la España megaurbana, y que solo utilizaremos para ir de vacaciones o simplemente por verlas, y nos quejaremos. Y nos llamarán victimistas, nos recordarán a cuánto tocamos por habitante si dividimos los servicios de los que disponemos entre los habitantes de estos territorios, tal vez porque no se leyeron la Constitución Española, aquella carta que no debemos olvidar, que, te guste o no, es el reglamento de este juego, y que figuró en su momento como una asignatura del BUP aquel del que nos deshicimos hace años:
Artículo 138
1. El Estado garantiza la realización efectiva del principio de solidaridad, consagrado en el artículo 2 de la Constitución, velando por el establecimiento de un equilibrio económico, adecuado y justo, entre las diversas partes del territorio español, y atendiendo en particular a las circunstancias del hecho insular.
2. Las diferencias entre los Estatutos de las distintas Comunidades Autónomas no podrán implicar, en ningún caso, privilegios económicos o sociales.
Victimismo, dicen. Agosto, añado. No haber leído hasta aquí, te lo había advertido.