lunes, 31 de enero de 2011

Vienen los del bigote



Servidor sabe que, por circunstancias diversas que uno no puede controlar y mucho menos desea, hay veces en las que no hay más remedio que hacer las cosas a última hora, cuando los plazos se echan encima y no hay más remedio que ponerse las pilas. Cosas de la pereza, la poca organización, la premura de los mismos plazos, ya se sabe, las circunstancias. El caso es que cuando trabajamos porque le vemos las orejas al lobo, al menos a mí me pasa, lo que hacemos, se resiente y pensamos lo del tendero, "tente mientras cobro".


Aquí viene (ironías del destino) la canciller Merkel (alguna avanzadilla de la corrección política la llamará cancillera, me lo veo venir) con la vara en la mano, porque su país se ha jugado aquí los cuartos, que allí también cuentan lo de la cigarra y la hormiga, y los españoles nos la vemos venir: hay que hacer los deberes corriendo, con el riesgo de que, aunque estén bien hechos, la presentación sea una chapucilla.


Es lo que tiene esto de contar con los de fuera para que lo de dentro funcione. Ni con ellos ni sin ellos. Ya nos pasó hace siglos, cuando tuvimos que echar mano de los del bigote. No te inquietes: no lo digo por la historia reciente, ni la suya, ni la nuestra.
Lo cuenta Rafael Lapesa en su Historia de la lengua española: se nos hacía cuesta arriba la conquista de Granada (una tarea que a la que obligaba, más o menos, la estabilidad europea, y que se estaba haciendo esperar, con el consiguiente nerviosismo de los países de nuestro entorno, como se dice ahora, que habían depositado sus esperanzas en nosotros), y los Reyes Católicos contrataron soldados suizos de habla alemana que ayudaran a terminar con la resistencia del invasor. La apariencia de estos seres exóticos traídos de lugar tan lejano (color de piel, melena, barba, forma de vestir), así como sus juramentos (bei Gott!, nuestro ¡por Dios!) hicieron mella en la lengua popular, y por eso lo que en otros países es mostacho aquí dio en llamarse bigote. Los extranjeros eran los del bigote, y así, el genio de la lengua nacionalizó una palabra extranjera, por el morro. Nunca mejor dicho.


Ahora resulta que viene la señora Merkel (creo que el jueves, dentro de un par de días) con seis de sus ministros, y trae ganas de leerse los deberes que presentaremos todavía en caliente. Posiblemente saquemos buena nota según el baremo anunciado, aunque la presentación del trabajo dejará que desear (cosa de las prisas) y el precio pagado por los españoles sea alto, que lo es. ¿Le recordará la seño entonces a Zapatero que hace unos años la llamó “política fracasada”?


Se lo cobrará, seguro. De entrada, se ofrece trabajo a ciudadanos españoles con determinada cualificación, que podrán trabajar en su sector (sanidad, ingeniería, docencia, hostelería y turismo) a coste cero para los alemanes. Los formamos aquí, trabajan allí. Impresionante: abadejo gordo que pese poco. Me alegro por quienes aprovechen esta oportunidad, si la necesidad aprieta, aunque mucho me temo que el obstáculo, una vez más, va a ser la lengua. Se exige un nivel B1/B2 de alemán del Marco de Referencia Europeo de las Lenguas. Y eso no se improvisa.


Se habla mucho de movilidad, se reforma todo, también en la universidad, pensando en esta capacidad de desplazarse por el continente a la búsqueda de empleo y formación. Aviso a navegantes: urge reformar la enseñanza de las lenguas.
Tienes razón: he llevado el ascua a mi sardina. Sí, como la cancillera, que se lleva su abadejo. ¿Se habrá documentado bien para este viaje? Una prueba, este vídeo.




domingo, 23 de enero de 2011

Los injubilables





No te creas que me gusta mucho lo que leo a propósito del debate de las pensiones en España. Parece ser que como está la cosa, cada día serán más las personas que vivan de una pensión, y la base, quienes habrán de cotizar para mantener el sistema actual, es frágil porque vivimos en un país (un continente) envejecido. Nos hablan de proporciones, del número de cotizantes necesarios para que las pensiones permitan vivir sin necesidad de echar mano de planes privados de ahorro que proporcionen una cierta tranquilidad.

Si a esta incertidumbre se suma que la política (corta de vista, seguro) anda de por medio, que empresas con beneficios se han dedicado a jubilar a tutiplén a costa del erario público, y que algún interés tendrán quienes lanzan los planes de pensiones privados, habremos de concluir que la cosa acongoja.

Caigo en la cuenta del paso del tiempo de vez en cuando, y observo que cada vez tengo más amigos que rodean la cincuentena, y a ella nos acercamos los babybumers, los enchufados del desarrollo de España que nos beneficiamos de tantas cosas, de tantas oportunidades a lo largo de nuestra vida.

Cumplen ahora cincuenta años los que estrenaron el BUP (aquel Bachillerato Unificado y Polivalente), último resto de un sistema que obligaba a decidir a los catorce años si uno iba a seguir estudiando o si iba a enfocar su vida hacia la Formación Profesional (aquí, suspiro: Maestría, el Politécnico ahora camino de quedar vacío, aquellos pasillos que nos acogieron, ay).

Viene a por nosotros la cifra redonda, y me encuentro con una nota que tomé un día del recuerdo de un escritor que redescubro cada vez que me deslizo por sus páginas, Stefan Zweig: “Había alcanzado la mitad de la vida, la edad de las meras promesas se había acabado; ahora se trataba de ratificarlas y responder de mí mismo o desistir definitivamente.”

El paso lento de la vida alcanza momentos que por lo que sea parecen definitivos. El futuro se nos echa encima. Trabajaremos más años, viviremos mejor o peor.

Me acuerdo del amigo que cumplió los cincuenta el pasado lunes de Vaquilla. Lo celebramos en el Sebas, en la calle San Juan de Teruel. Con su voz rota, no paró de cantar en toda la tarde “yo soy cincuentón, cincuentón, cincuentón, cincuentón, cincuentón”, con la melodía del “soy español, español…” que el día anterior había inundado las calles, tras la final del Mundial. El amigo, un hacha. 

miércoles, 19 de enero de 2011

Cuando la línea recta no es el camino más corto



Está en la prensa. La de papel, la de toda la vida, y la virtual, la que no ocupa sitio ni hay que llevar al contenedor de reciclaje y que nos permite ir de flor en flor.
Cada día más gente se queda fuera de juego y se tiene que buscar la vida (expresión que oí por primera vez en la mili, y que venía a significar anda y que te den). No falta quien diga que de una crisis no se sale: no se vuelve a la vida anterior, todo cambia y la supervivencia es cuestión de adaptación. Miedo me da. Ya veremos, no sé cómo andamos en los puestos de salida: aquí hay quien juega con las cartas marcadas.

En Teruel, como en otros tantos lugares, hay un problema con la vivienda. Unos y otros, quienes construyen y quienes desean ejercer el derecho que les ampara en la Constitución Española opinan y exigen. Laz ciudades crecen, se extienden, y el centro queda vacío, un hueco peligroso. 
Se ha convertido en lugar incómodo, priman los grandes espacios que nos condenan al uso de medios de transporte, y se ha preferido que la inercia permitiera que muchos pisos quedaran vacíos, a la espera de una rehabilitación que no llega porque tampoco se regula, mientras quienes desean acceder a la vivienda en propiedad o en alquiler tendrán que hacer números que difícilmente cuadrarán y que seguramente no tendrán la plasticidad necesaria para adaptarse a una nueva situación, porque por mucha imaginación que le echen, dos más dos seguirán siendo cuatro.

Desconozco si hay o quiénes son los culpables. Un paseo por calles fantasmas basta para darse cuenta. Con frecuencia, la línea recta no es el camino más corto entre dos puntos. Como en la foto, es necesario dar un rodeo. El esfuerzo mínimo para que se cumpla la Constitución en su artículo 47, sin necesidad de que el pago de una vivienda hipoteque el futuro de toda una generación.

Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación

miércoles, 12 de enero de 2011

La sombra de la duda es alargada



Desconozco si a estas alturas ya habrá algún partido político que haya “cerrado” (uf, qué poco me gusta esta palabra) sus listas electorales y las dagas, maniobras en la sombra y demás tramoya electoral vayan callando tras haber coronado con éxito la cumbre (borrascosa, es cierto, gracias por el soplo: no encontraba el adjetivo) de tamaña decisión.

Desconozco, aunque algo nos dirán los sondeos electorales, qué puede pasar de aquí a mayo, cuando algunos electores (no los electores: habrá quien decida que su silencio o su voto mudo exprese su opción), sienten en los salones del Ayuntamiento a quienes hayan de administrar los intereses de este municipio por el que transitamos.

No voy a hacer quinielas, porras, pronósticos o tanteos electorales. Que hablen las urnas, no ha de ser de otra forma.

Siempre quedará la sombra de la duda. Y a quien gane, ánimo. Excusas no van a faltar, el fondo de armario de esta legislatura es impresionante y donde no llegue el presupuesto, la imaginación, el dinero de fuera o la capacidad (política, personal, da lo mismo), siempre habrá algún hato con el que vestirse si la cosa se tuerce, y si sale bien, pues nada agradecidos, y a hacerse le foto. La cosa está mal, estos lodos vienen de aquellos polvos que mezclaron vientos viejos con tempestades presentes.

Y el ciudadano de a pie, mosqueado. La sombra de la duda. Como en la foto. Miedo me da ver una grúa que proyecta su sombra sobre el ladrillo. Y como no desearía parecer ni pesimista ni cenizo, me atrevo a hacer una recomendación. Todo está en la red. Lo que se dijo, lo que se ha hecho, qué brazos que se abrazaban ahora buscan guerra. Hemerotecas, crónicas de la ciudad, discursos están a tiro de teclado. Pero no te los tomes muy en serio, que se te torcerá el gesto, y ahora hay mucha gente por la calle: el invierno es suave y muchos miran al vacío con la excusa de fumar en la puerta de las cafeterías, esa rebelión silenciosa de humos sometidos.

Hazlo simplemente por aquello de "la estabilización emocional que proporciona la confirmación de nuestros prejuicios". Quién sabe.


(El entrecomillado es de Daniel Innerarity, El nuevo espacio público. Una cita que no hace justicia a la reflexión de este filósofo y sólo viene a probar que de un buen libro a veces uno (en este caso, yo) se queda en la pura anécdota).

(No sé cuándo me incorporaré a la nueva ortografía. Sigo distinguiendo solo y sólo. Porque tengo el día crítico. Tal vez)

martes, 4 de enero de 2011

Cagaprisas (con perdón).



Alguna virtud había de tener esto de pasear despacio por la ciudad.

Cansado ya de la música de siempre, de las noticias de siempre, de los tertulianos de siempre, dejo los auriculares de la radio, no sea que un día estos nos pase factura el susurro continuo que castiga mientras halaga el oído, y el paseo por fin se convierte en momento de reflexión: ya no puedes esconderte, te quedas solo.

Vivimos deprisa. Nacimos en la parte del mundo que vive saciada. Se quejan algunos padres porque sus hijos no tienen la ilusión por los regalos que ellos tuvieron en aquellos días de frío y escaparates enormes que desplegaban el espectáculo de la fiesta de Reyes. Vivimos deprisa, ya no pasamos unos días esperando las fotos que hicimos en aquella excursión, cuando una vez más el revelado de nuestro carrete nos confirmaba que de cada treinta y seis fotos como mucho salía una bien. Como mucho. Ahora comprobamos en el acto si la foto ha salido bien, la podemos tirar a la papelera virtual de la propia cámara, o cuando tengamos tiempo ya le daremos los retoques y recortes necesarios que nos permitan adecuar la realidad a nuestra manera de verla; y como es gratis, volvemos de cualquier viaje con centenares, miles de imágenes grabadas en una sencilla tarjeta, que acabarán en un ordenador y difícilmente volveremos a ver con tranquilidad porque en seguida tendremos tantas cosas que hacer.

Todo es inmediato. Vivimos deprisa. Siempre localizados en esta selva de señales magnéticas que nadie desea pero a las que nadie renuncia. Se señala a quien no utiliza teléfono móvil. Todos atados por engañosas portabilidades y permanencias pegajosas. Suenan tonos, politonos, pitidos, horteradas, melodías más o menos simpáticas en cualquier lugar, siempre a destiempo. Dónde estás, tardas en llamar, no contestas a mis mensajes. Al menos, hazme una perdida.

Vivimos deprisa. Ansiedad de lo inmediato.

Le pasó a quien no pudo esperar a que se secara el cemento que adecentaba su calle tras tanto tiempo de reclamaciones y quejas. Tengo que pasar. No sé dónde voy, pero voy a toda prisa.