Servidor sabe que, por circunstancias diversas que uno no puede controlar y mucho menos desea, hay veces en las que no hay más remedio que hacer las cosas a última hora, cuando los plazos se echan encima y no hay más remedio que ponerse las pilas. Cosas de la pereza, la poca organización, la premura de los mismos plazos, ya se sabe, las circunstancias. El caso es que cuando trabajamos porque le vemos las orejas al lobo, al menos a mí me pasa, lo que hacemos, se resiente y pensamos lo del tendero, "tente mientras cobro".
Aquí viene (ironías del destino) la canciller Merkel (alguna avanzadilla de la corrección política la llamará cancillera, me lo veo venir) con la vara en la mano, porque su país se ha jugado aquí los cuartos, que allí también cuentan lo de la cigarra y la hormiga, y los españoles nos la vemos venir: hay que hacer los deberes corriendo, con el riesgo de que, aunque estén bien hechos, la presentación sea una chapucilla.
Es lo que tiene esto de contar con los de fuera para que lo de dentro funcione. Ni con ellos ni sin ellos. Ya nos pasó hace siglos, cuando tuvimos que echar mano de los del bigote. No te inquietes: no lo digo por la historia reciente, ni la suya, ni la nuestra.
Lo cuenta Rafael Lapesa en su Historia de la lengua española: se nos hacía cuesta arriba la conquista de Granada (una tarea que a la que obligaba, más o menos, la estabilidad europea, y que se estaba haciendo esperar, con el consiguiente nerviosismo de los países de nuestro entorno, como se dice ahora, que habían depositado sus esperanzas en nosotros), y los Reyes Católicos contrataron soldados suizos de habla alemana que ayudaran a terminar con la resistencia del invasor. La apariencia de estos seres exóticos traídos de lugar tan lejano (color de piel, melena, barba, forma de vestir), así como sus juramentos (bei Gott!, nuestro ¡por Dios!) hicieron mella en la lengua popular, y por eso lo que en otros países es mostacho aquí dio en llamarse bigote. Los extranjeros eran los del bigote, y así, el genio de la lengua nacionalizó una palabra extranjera, por el morro. Nunca mejor dicho.
Ahora resulta que viene la señora Merkel (creo que el jueves, dentro de un par de días) con seis de sus ministros, y trae ganas de leerse los deberes que presentaremos todavía en caliente. Posiblemente saquemos buena nota según el baremo anunciado, aunque la presentación del trabajo dejará que desear (cosa de las prisas) y el precio pagado por los españoles sea alto, que lo es. ¿Le recordará la seño entonces a Zapatero que hace unos años la llamó “política fracasada”?
Se lo cobrará, seguro. De entrada, se ofrece trabajo a ciudadanos españoles con determinada cualificación, que podrán trabajar en su sector (sanidad, ingeniería, docencia, hostelería y turismo) a coste cero para los alemanes. Los formamos aquí, trabajan allí. Impresionante: abadejo gordo que pese poco. Me alegro por quienes aprovechen esta oportunidad, si la necesidad aprieta, aunque mucho me temo que el obstáculo, una vez más, va a ser la lengua. Se exige un nivel B1/B2 de alemán del Marco de Referencia Europeo de las Lenguas. Y eso no se improvisa.
Se habla mucho de movilidad, se reforma todo, también en la universidad, pensando en esta capacidad de desplazarse por el continente a la búsqueda de empleo y formación. Aviso a navegantes: urge reformar la enseñanza de las lenguas.
Tienes razón: he llevado el ascua a mi sardina. Sí, como la cancillera, que se lleva su abadejo. ¿Se habrá documentado bien para este viaje? Una prueba, este vídeo.