viernes, 21 de febrero de 2014

Aquí al lado


De pequeño (más bien, de niño), pensaba que los problemas estaban lejos. Todo sucedía en lugares inverosímiles y nos quedábamos con que lo ha dicho la radio, ha salido en la tele. 

Vemos ahora imágenes de Ucrania (territorio de frontera, en ucraniano), tantas veces en directo, y todo se agranda: ya no es cuestión de saber de historia más o menos reciente. Me viene a la memoria aquella Historia del Mundo Contemporáneo que nos contaba Florencio Navarrete en el instituto de abajo, y caigo en la cuenta del dato. Estamos en pleno centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial.  

Por lo visto, la amenaza de aniquilación de este país, y de que se líe bien liada, ni comenzó con Hitler ni terminó con Stalin y la Unión Soviética. Ahora nos recorre el temblor que siempre ha provocado la vista del monstruo alado. Los vientos de siempre no cesan de soplar y traen esta tempestad: vecino contra vecino, comunidades enfrentadas que habrán de necesitar de mediación de quienes, tal vez, teman que la disolución de este país perjudique sus intereses. 

El monstruo alado vuelve a rugir. Ucrania, territorio fronterizo, según su propia etimología, el país que pide a gritos ayuda, es objeto de codicia, una vez más. 
El futuro siempre ha sido incierto.


martes, 18 de febrero de 2014

Lo que va de año: esto dejó de ser fácil





Empezó el año con el vatio revuelto. Nos contaron algo de una subasta, una de tantas cosas que difícilmente entenderemos. Todo en la vida es una versión de los hechos. Alguien vierte (con-vierte, per-vierte) lo ocurrido, todos somos parte interesada. Desconozco (cómo me gusta este verbo, tantas veces deseo des-conocer, dejar de conocer), desconozco, digo, si hay alguien neutral cuando algo tan sencillo como dar cuenta de un gasto obliga a tantas explicaciones. 

El Gobierno da una versión de la subida del precio de la luz, y resulta que los malos son los suministradores eléctricos. Las empresas revierten y tratan de explicar una factura que tantos ya no leemos porque nos hemos quedado a dos velas. Reconócelo: hace tiempo que dejaste de revisar la factura de la luz, ahora solo miras el total, IVA incluido. Apaga y vámonos. 

Va a resultar que pagamos poquísimo por el consumo, y que el resto se va en impuestos, subvenciones y el pago de una deuda (reversión de un capital) que debimos de contraer como se contrae la gripe, sin darnos cuenta. Ojo, acabo de caer en la cuenta: también se contrae matrimonio. Esto trataré de aclararlo otro día.
Ya se ve, la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Y como en el reino de la luz reina la oscuridad, habremos de acabar todos a ciegas, sin ser capaces de desglosar una factura. 

Lo sé, lo que va de año ha dado para cuestiones más importantes, que van camino de convertirse en irreversibles. No es que no haya nada que contar: esto de la factura y de la subida de la luz es algo muy corriente y por tanto es analogía de los días que nos ha tocado vivir. Es difícil aclararse, en general, y parece que no hay mucho interés porque se haga un día la luz. 

El patio, como el vatio, anda revuelto. Todo cambia, según la versión que escuchemos de los acontecimientos. La crisis, efectivamente, alguien lo había augurado, no solo era económica, andamos desubicados, a trompicones. Hay muchas cuestiones pendientes. La presión aumenta, el modelo de Estado se cuestiona, aquí nadie se fía del vecino, y un estado antes aparentemente sólido se sublima y pasa a convertirse en estado gaseoso, o peor, corre riesgo de pasar al estado líquido (puede ser liquidado). 
La frontera, blindada hasta ahora por la riqueza del norte que nos protegió, tiembla hacia el sur, donde  la realidad de la pobreza, que resulta que no estaba tan lejos, escala muros infranqueables. 

Hemos vivido tan felizmente que aún  exigiremos aquello de la vieja pintada, Que paren el mundo, que me bajo. Que alguien haga algo, aunque sea encender el candil. 

domingo, 9 de febrero de 2014

Pa’ habernos matao




Mal anda (en el caso de la foto, vuela) la cosa, que hasta las imágenes que perfilaron nuestra educación sentimental se nos están viniendo abajo.

Se difumina poco a poco la imagen edulcorada de aquella filmina (tiempos de catecismo, nuestra única actividad extraescolar) que dibujaba un patriarca Noé expectante ante el regreso de la paloma que había de traer a los supervivientes del diluvio la confirmación de que el nivel de las aguas de aquella definitiva ciclogénesis habían devuelto la vida sobre la tierra a su cauce habitable.

Animalico. Símbolo de la paz amenazado siempre. Icono de una época, de una cultura, de un deseo, como tantos, inalcanzable. Paz que nos condenó a preparar la guerra, a pactar, a negociar, a vivir en un suspiro ante un peligro que permaneció lejos durante tantos años, en países fríos como su propia guerra fría, pero que se descongeló y pasó a vivir entre nosotros. El hielo pasó a ser agua que amenazó nuestros cauces habitables y a punto nos tuvo de tener que buscar el cobijo del arca.

Hace nada lo vimos en la Plaza de San Pedro. El Papa, patriarca de verbo ítaloargentino que igual incomoda que ofrece refugio, como si fuera buscando madera en su empeño de garantizar la salvación, siempre con un aire de reproche que se agradece cuando parecíamos condenados a un egoísmo solitario, protagonizó una imagen preocupante.
 

(Foto: Amparo Hernández Estopiñán)
Quienes transitamos bajo los aleros del Teruel viejo donde anida aquel viejo icono de sencillez, hace tiempo que desconfiábamos del reposo de estos guerreros de la paz. Aquí nos enseñaron que el cuervo, o su prima la corneja, eran aves de mal agüero, culpables de los males acontecidos al Cid Campeador que incluso en esta tierra olvidada mareó la perdiz. Pero no siempre ha sido así.
Contaban aquellas mismas filminas de la única actividad extraescolar de nuestra infancia que Noé, antes que una paloma, había enviado un cuervo. Por algo sería, si lo eligieron primero. Pero ahí terminó el prestigio de quien, por su color poco agraciado, no esperaba mucho más: volvió sin traer el mensaje previsto, y pagó con la maledicencia posterior y la superstición un fracaso que no pudo evitar. Como siempre, las malas noticias las pagó el mensajero. Qué culpa tendría, si no encontró dónde hincar el pico.

Los italianos, que tanto tendrán un día que enseñarnos – de esto espero hablar otro día - sin embargo, parece que le tienen más aprecio, aunque sus tradiciones mantienen al pobre cuervo al límite del riesgo. Me he enterado de que San Benito recibió un día un trozo de pan envenenado, y, como era animal de plena confianza, encargó a un cuervo que lo llevase donde nadie pudiera comerlo para evitar males mayores. Está claro, seguían contando con él, como en tiempos de Noé. Pero estaba gafado el pobre. Pagó su mala fama con un encargo arriesgado, como antaño. 
Así les va, a la mínima son noticia. No levantan cabeza. Y no te esperan reposando en un alero.

sábado, 1 de febrero de 2014

Viático


(Foto de Amparo Hernández Estopiñán)

Algo dijo Azorín del azar de las lecturas. También son azarosas las presentaciones de libros. Ayer asistí a la presentación de Autopsia, de Miguel Serrano Larraz. Llegué tarde - me disculpé - y lo primero que escuché al entrar en la Librería Perruca fue el nombre Hans Castorp, protagonista de la Montaña mágica de Thomas Mann. No me resisto al azar, y adelanto a hoy la entrada del próximo lunes, día de San Blas. Hasta la fecha de la fuente que ilustra la entrada es fruto del azar. 
A disfrutar del libro de Miguel Serrano, que no es cuestión de distraerse de lo realmente importante.

...La lucha por la salud corporal, pues, no venía sólo del cielo, también hacía su papel la intervención humana. Por ejemplo, para las afecciones de garganta bastaban las pastas secas que llevaban a bendecir en febrero al barrio de San Blas. La magnanimidad del obispo mártir logró que el propio don Juan Jacobo, reacio a bendiciones o aspersiones del hisopo, probara estos dulces benéficos, fuera por compromiso o tal vez por un por si acaso agnóstico que diera cumplimiento a la prevención necesaria de quien se ganaba la vida con el esfuerzo de la garganta en la escuela y en los frecuentes paseos con niños que le obligaban a gritar más de lo que hubiera deseado y a hablar siempre por encima del ímpetu escandaloso infantil. 

La relación escrita del médico reflejaba que, al contrario de lo que sucedía en el barrio, la tuberculosis sí era afección frecuente en algunos lugares de la provincia. No sabía muy bien qué causaba este mal, aunque algo había estudiado en la Facultad, y la lectura de aquel volumen de La Montaña Mágica que le regaló el librero de La Solana a cambio del tratamiento de uno de aquellos males que los humanos sufren en soledad, lo había embelesado, pues presentaba algo más que una descripción simple de la vida de los enfermos internados en un sanatorio: un estudio humano, filosófico y médico sobre la confrontación de ideas, la actitud ante la enfermedad y la lucha por la salud. 

Desde la Vega discutía en sus paseos con el maestro de Capuchinos, junto a la Beneficencia, mientras en la lejanía adivinaba su Davos particular, la llanura mágica de la Muela que dominaba desde su elevación el contorno de la ciudad vieja, el capricho de una altura majestuosa que se erguía frente al viento redentor y que un día podría albergar un hospital para enfermos tuberculosos en cuyos pasillos y estancias ya se veía charlando con los enfermos o velando la soledad del insomnio febril al amparo de una conversación profunda y extensa que ayudara a mirar a los ojos a la enfermedad, sosteniendo la mirada, libre de miedos. 

Su fe en la ciencia, junto con un optimismo patológico, permitía a este joven facultativo confiar en la llegada del tratamiento ansiado, aunque de momento éste hubiera de tomar tan sólo la forma de reposo expectorante, viento que se convierte en aliento vital, dieta equilibrada y charla apaciguadora. 

Quién sabía si en su día los descubrimientos científicos relevantes de los que había empezado a hablarse en círculos lejanos arrinconaría esta enfermedad de forma definitiva en el desván de la memoria de la humanidad, que trata de no recordar todo lo que la hizo sufrir. 

Pese a que la noticia de los avances científicos lo entusiasmaba, se dedicó a escarbar en la sabiduría popular de las gentes del Barrio lo que de evidencia experimental pudieran contener los remedios de toda la vida. Además de consultar la Topografía Médica de uno de sus predecesores en la Beneficencia, el ya nombrado don Miguel Ibáñez, siempre que iba a atender a algún enfermo pedía a los mayores su opinión acerca del tratamiento de la dolencia que le ocupaba en aquel momento preciso. 

Así, preguntando a unos y a otros por remedios y apaños de toda la vida, un día encontró en un rincón de una cocina un ejemplar del almanaque que siempre había deseado tener en sus manos. Alguien había encuadernado en un solo tomo varios números sueltos de la revista Por esos mundos correspondientes al año 1907, y que ya su abuela leía, una especie de totum revolutum con descripciones de viajes, avisos de moda, tratados de buenas costumbres y consejos sanitarios. Un día se lo dio a leer al joven maestro para mostrarle que, para avanzar y hacerse con las riendas del gobierno del mundo, a veces la Razón con mayúscula se sirve de la aparente irracionalidad de personas crédulas. 

Lo que le faltaba por oír a don Juan Jacobo, que ya empezaba a revolver el cajón siempre revuelto de la memoria que sostiene el edificio endeble de la historia, y que se conmovía al leer algunas de las páginas del almanaque como las que este relator añade a continuación. 

Preceptos higiénicos para febrero: 

Las enfermedades más comunes en este mes son los catarros pulmonares, calenturas gástricas que á veces suelen tomar un carácter maligno, irritaciones de los intestinos y cólicos, sin dejar de presentarse algunos dolores de costado y eripiselas. En este mes son necesarias muchas preocupaciones, porque se acentúa mucho la primavera y empiezan á notarse los cambios de temperatura propios de ella. Las personas que padecen de tos se librarán de tales cambios cuanto puedan, y hallarán en el abrigo y en el uso de la leche (sobre todo la de burra, tomada caliente en la cama) los medios más oportunos para mejorar su estado..