Empezó el año con el vatio revuelto. Nos contaron algo de una subasta, una de tantas cosas que difícilmente entenderemos. Todo en la vida es una versión de los hechos. Alguien vierte (con-vierte, per-vierte) lo ocurrido, todos somos parte interesada. Desconozco (cómo me gusta este verbo, tantas veces deseo des-conocer, dejar de conocer), desconozco, digo, si hay alguien neutral cuando algo tan sencillo como dar cuenta de un gasto obliga a tantas explicaciones.
El Gobierno da una versión de la subida del precio de la luz, y resulta que los malos son los suministradores eléctricos. Las empresas revierten y tratan de explicar una factura que tantos ya no leemos porque nos hemos quedado a dos velas. Reconócelo: hace tiempo que dejaste de revisar la factura de la luz, ahora solo miras el total, IVA incluido. Apaga y vámonos.
Va a resultar que pagamos poquísimo por el consumo, y que el resto se va en impuestos, subvenciones y el pago de una deuda (reversión de un capital) que debimos de contraer como se contrae la gripe, sin darnos cuenta. Ojo, acabo de caer en la cuenta: también se contrae matrimonio. Esto trataré de aclararlo otro día.
Ya se ve, la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Y como en el reino de la luz reina la oscuridad, habremos de acabar todos a ciegas, sin ser capaces de desglosar una factura.
Lo sé, lo que va de año ha dado para cuestiones más importantes, que van camino de convertirse en irreversibles. No es que no haya nada que contar: esto de la factura y de la subida de la luz es algo muy corriente y por tanto es analogía de los días que nos ha tocado vivir. Es difícil aclararse, en general, y parece que no hay mucho interés porque se haga un día la luz.
El patio, como el vatio, anda revuelto. Todo cambia, según la versión que escuchemos de los acontecimientos. La crisis, efectivamente, alguien lo había augurado, no solo era económica, andamos desubicados, a trompicones. Hay muchas cuestiones pendientes. La presión aumenta, el modelo de Estado se cuestiona, aquí nadie se fía del vecino, y un estado antes aparentemente sólido se sublima y pasa a convertirse en estado gaseoso, o peor, corre riesgo de pasar al estado líquido (puede ser liquidado).
La frontera, blindada hasta ahora por la riqueza del norte que nos protegió, tiembla hacia el sur, donde la realidad de la pobreza, que resulta que no estaba tan lejos, escala muros infranqueables.
Hemos vivido tan felizmente que aún exigiremos aquello de la vieja pintada, Que paren el mundo, que me bajo. Que alguien haga algo, aunque sea encender el candil.
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