sábado, 29 de marzo de 2014

De lo que se veía venir, o de cómo nos ha joío el profeta


Usaré un símil, sí, mil veces deportivo
Nos han centrado el balón con la noticia de Diario de Teruel de hoy mismo, y aprovecharemos para rematar a puerta. Las peanas de Semana Santa saldrán de la Iglesia de San Martín de Teruel, como ya advirtió hace casi un año la entrada de El Alcabor que entonaba Aleluya(s). Veremos salir los pasos por la puerta, maniobra costosa propia de Semana de Pasión.
Magnífico símil, este no deportivo, de lo que pasó por aquí mientras hubo dinero para gastar, sin que (casi) nadie se planteara que la bondad económica siempre fue parcial, a más de eufemismo engañoso.
Salimos ganando: para lo evidente no hace falta ser profeta. El esfuerzo de tantos merecía un portal más digno.

sábado, 22 de marzo de 2014

Comunidad del recuerdo



Hace un tiempo cayó en mis manos una colección de ensayos de Carmen Iglesias (No siempre lo peor es cierto. Estudios sobre Historia de España) que me sorprendió. Afortunadamente, es algo que nos depara el hecho de leer un libro, por lejano que parezca su contenido. Me sorprendió (insisto en el verbo sorprender) el índice. La figura del Conde Aranda, una descripción breve de la historia de la educación en nuestro país, la evolución del concepto de familia, del papel de la mujer, la historia reciente de España… Fue llamativa la reacción que provocó el libro en la prensa en su momento, pero definitivamente  parte del prólogo me animó a leer esta colección de ensayos. Inciso: me gusta escribir prólogos de libros inexistentes. 

En el prólogo de Carmen Iglesias encontré una cita de Kazuo Ishiguro, escritor británico de origen japonés, autor conocido también por alguna película recomendable.

Me sorprendió que la autora se aventurara a proponer una reflexión de alguien tan lejano a la cultura y a la historia española. Una elección audaz y reveladora, muy a propósito hoy, cuando se ha anunciado que Adolfo Suárez vive sus últimas horas y se ha de hablar tanto de su vida. 

Habría deseado escribir algo a propósito de Suárez, y ya andaba yo recorriendo, una vez más, los recuerdos de aquella adolescencia, cuando me han venido a la mente las palabras de Kazuo Ishiguro. Desconozco si este fragmento de una entrevista de 1997, que recoge un aparte sobre nuestra capacidad de elección, es un homenaje, una reflexión sobre lo que la generación de Adolfo Suárez llevó a cabo, o simplemente una excusa. 
Qué cómodo es, tantas veces, robar palabras ajenas: 
“Las personas tienden a hacer lo que la vida les deja. Todos somos empujados hacia un lado u otro por las obligaciones de los demás, o por los pequeños deberes de la sociedad en que vivimos, o por accidentes, o por lo que la vida te permite o no te permite hacer. Lo que pasa es que la vida urge. Está llena de muchas obligaciones pequeñas pero urgentes y son esas pequeñas obligaciones las que al final deciden cómo emplear la vida”
Nota
El título de esta entrada está tomado del prólogo de Carmen Iglesias: Somos, en bellas palabras de Martin Buber, “miembros de una comunidad del recuerdo”



domingo, 9 de marzo de 2014

Olla podrida, ahora que atan los perros con Bratwurst




Me lo pregunta una (posiblemente la) lectora de un faldón que escribía hace ya tiempo en Diario de Teruel, al amparo de las noticias de deportes de los lunes, según Juanjo Francisco, uno de los días de mayor demanda del periódico. 

Me lo preguntó con la misma sinceridad con la que me espetó un día que para que te lean, ha de aparecer tu retrato, que si no todo es anónimo, y que esto de internet no es gran cosa:¿Qué ha sido del amiguico

Ya no me acordaba de él. Lo nombré con frecuencia, tal vez porque entonces prefería hablar de sensaciones ajenas como para mantenerme al margen, como si pretendiera que mi presencia se limitara al retrato que aparecía con el faldón de treinta líneas de los lunes y que tenía que estar escrito el viernes por la tarde. 

Pues me ha venido a la memoria porque me ha hecho quedar con él este fin de semana para enseñarme algo que le cabrea, según él, más que la impuntualidad ajena o propia. De su teoría de la impuntualidad, ajena o propia, algo hablaremos un día. Resulta que pidió un libro en la Biblioteca Pública de Zaragoza mediante préstamo interbibliotecario, uno de los lujos que nos quedan de la olla podrida en la que vivíamos y que ahora se tambalea porque es difícil encontrar novedades editoriales desde que la tijera decidió sajar sin importarle lo que se llevara por delante, o sin plantearse que algunos órganos son vitales pese a lo discreto de su comportamiento. Sí, me refiero a las bibliotecas, que acabarán agonizando convertidas en salas de estudio, sin más. 

A lo que iba, que me voy de la olla. Le llegó, con la puntualidad habitual de este servicio impecable, el ejemplar que deseaba leer, ahora que anda un poco obsesionado con la memoria: Lluvia roja, de Cees Nooteboom. No había leído nada de este autor, pero una cita fugaz en algún periódico le animó a recuperar aquellos hábitos que tuvo. Leer un libro porque alguien habla bien de él, uno de ellos. 

Y aquí llegó su enfado: se lo encontró subrayado, comentado por una mano anónima y presuntamente bien leída. Y esto le preocupa. No solo porque cuando lo devuelva no podrá demostrar que no fue él quien lo mancilló (literal, el amiguico habla así), sino porque, reconocía, comparte gustos y aficiones con alquien tan miserable, que es capaz de meter el cazo y trincar en la olla podrida (él también habla así de lo público, lo que es de todos, aunque desconozco si en realidad pretende provocar a quien le escucha). 

Vivimos tiempos de escasez. Las bibliotecas agonizan, no llegan novedades, se convertirán en grandes salas de estudio, que tampoco está mal, pero no es suficiente, la olla podrida perdió su antigua abundancia, y los perros, como mucho se atan con Bratwurst, que ya sabemos quién manda. 
Anda alterado el amiguico. Hacía tiempo que no lo veía así. El próximo café, descafeinado, que se puso un poco insoportable. Y lo peor, dice, es que alguien se las dé de sensible y subraye lo que otros dicen, que además coincida con algo que a él le gusta, y que encima marque el territorio, como esos perros que mean en cada farola.


sábado, 1 de marzo de 2014

Pues sí, whatssap significa ¿pasa pues?



La manifestación más luminosa de la conciencia, no es quizá pensar, ni siquiera recordar, sino contar. Contar es comprender.
Josep Pla, Viaje en autobús 
Notición del fin de semana pasado, el de Medievales: WhatsApp dejó de funcionar durante unas horas, y no hubo manera de quedar, saber de, comunicar(se), comprobar si nos estaban esperando o si debíamos esperar. Anduvimos desconcertados, fuera del concierto que nos asegura nuestro nuevo papel, por mucho que estas nuevas redes, redes al fin y al cabo, ojo, nos hagan sentir como un mero contacto de quien tal vez no te saluda por la calle, porque en realidad no te conoce. 

La inmediatez de las relaciones personales estuvo en peligro. Durante unas horas fue preciso hacer uso de la imaginación, recordar, pensar, ponerse en lugar de, adivinar, y peor todavía, tuvimos que esperar. 

Tal vez, al final, cosas de la falta de costumbre, se te ocurrió llamar y preguntar, pero en medio del gentío era difícil que tu comunicante comprendiera lo que pretendías decir. Ya no esperan tu llamada. Y controlarán hasta cuándo fue la última vez que estuviste en línea. El gigante ha crecido rápido, pero resultó que tenía los pies de barro. 

Ataste cabos cuando leíste que Facebook había comprado por esos días WhatsApp por una cantidad de esas que yo todavía debo pasar a pesetas para aclararme. Y hubo quien pagó en la feria de los teléfonos móviles de Barcelona un cuajo por asistir a una conferencia del inventor de todo esto. Desconozco si hay relación causa-efecto en la hecatombe del pasado fin de semana de Medievales, si la caída fue una señal (indudablemente del cielo, aquí no hay duda) de lo que ha de venir, lo que nos quedaba de privacidad se iba a hacer puñetas. Dejaremos de saber, si es que alguna vez lo supimos, en qué manos u oídos estamos. Y con estos oídos, no hay más cera que la que arde. 

Cada día estos proveedores de mensajería instantánea cuentan con más usuarios, y el muro de Facebook dejó hace tiempo de ser el muro de la vergüenza: pese a nuestras reticencias iniciales, ya no nos da apuro exhibirnos, cada vez subimos más fotos, creamos un perfil de nuestros gustos, aficiones, disgustos, desafecciones, aunque de vez en cuando nos quedamos intranquilos, cuando la publicidad que nos asalta cuando entramos en nuestro muro nos haga sospechar que el Gran Hermano es en realidad hermano bastardo. 

El tiempo, el ritmo, el compás de la vida, aquella vieja paciencia que todo lo alcanza, ha perdido sentido. Y la inmediatez a alguien le reporta unos beneficios acongojantes. Igual que el manejo de nuestros datos personales, seguro. 

Todo esto traté de explicarlo una tarde, uno de esos ratos en los que el mal tiempo propicia la conversación de quienes, por su edad, forman grupo y cuentan, hablan, piensan en voz alta, pierden el hilo, lo recuperan, se escuchan, miran al horizonte, un horizonte que nosotros no alcanzamos a ver, y no hubo manera. 

En vez de decir WhatsApp todavía dicen ¿pasa pues? cuando me ven con el móvil en la mano. Son más del mundo de Pla, prefieren vivir despacio, su vida viaja en  viejos autobuses, de apariencia asmática, que a ellos les trajo un adelanto increíble. 

Y cuentan cosas.