miércoles, 23 de abril de 2014

Nubarrón



Caminaba distraída, como ausente, con el semblante de enfado crónico que adoptan los adolescentes a menudo en compañía de los adultos, no sólo como si el mundo les fuera hostil, sino como si toda la hostilidad universal se concentrara de manera exclusiva y singular contra ellos solos.

(Gonzalo Hidalgo Bayal, La sed de sal)




Comienza el final del curso, y un año más el tercer trimestre es una falacia, un engaño. Nos pasa a los docentes algo que ya he comentado alguna vez. Lo siento, siempre estamos con lo mismo: El tiempo de nuestra vida gira alrededor de trimestres que no duran tres meses, echa cuentas y verás, y como la vida del segundo depende de un calendario irregular, porque la primera luna llena de primavera condiciona la llegada de la Semana Santa en esta parte del mundo, pues ahí nos tienes, que cuando caen tarde las vacaciones, el tramo final del curso se complica, cae en barrena y se apodera de todos el vértigo. Sobre todo, de los estudiantes. Algunos vuelven a clase para un mes de verdadera pasión, exámenes, recuperaciones, suspiros y tensión que en tantas ocasiones se hace dueña del tono de voz con que se habla en casa. Como para dar consejos. 


Es lo que tiene estar creciendo, de ahí viene, según cuentan, la palabra adolescente, el que crece. Se habla mucho de la adolescencia, un término relativamente nuevo en nuestra lengua, y que en su momento se miró con recelo, aunque fuera por motivos distintos a los de ahora, cuando el miedo a lo desconocido, las amenazas nuevas y viejas de la vida, causan angustia. 

Todo parecía más fácil hace años, cuando ser adolescente equivalía a llevar la contraria, tener altibajos y montar en moto. Ahora, móvil en mano, enredan en redes sociales, buscan ocio que no controlan y descubren por primera vez la soledad frente al reto más o menos cercano de un mundo que cambia, mientras tantas veces rechazan la ayuda de quienes no son sino el último eslabón de la vida anterior, y que solo pueden ofrecer la ayuda de una experiencia de la vida que a ellos les dice poco porque en realidad pertenece a otro mundo. 

En aquel mundo siempre llueve, creen. Pero siempre ha terminado por escampar.

viernes, 18 de abril de 2014

Acequias



...el Barrio de Capuchinos se había convertido en un núcleo de población alejado de la ciudad vieja, habitado desde la misma fundación de ésta mayormente por labradores, artesanos y menestrales dedicados al oficio de las hilaturas de lana, al tinte de tejidos y paños o al manejo de turbinas modernas que lograban convertir la fuerza del agua de la Acequia Real en el milagro, solamente humano y positivo, como repetiría el maestro una y otra vez, de la energía creadora capaz de transformar la realidad. 

Abundaban también pequeños propietarios de unos cuantos molinos de cereal y maíz, y no faltaban familias que explotaban los martinetes siempre laboriosos del contorno del río. De todo esto, algo había leído ya don Juan Jacobo en la guía de Madoz, ya desde hacía tiempo compañero fiel de sus paseos ciudadanos: 

Hay algunas fáb. de paños y bayetas,, y por los pueblos infinitos telares para la fabricación de lana y cáñamo destinados á los usos domésticos. Se tejen también mantas de lana, de las que se usan en el país, fajas de diferentes colores, alpargatas y varios artículos de esparto y abundan martinetes de batir cobre y alfarerías. 

Experimentaba el joven maestro sentimientos encontrados al discurrir entre aquellas líneas. Por un lado, le rondaba la satisfacción de re-conocer lo ya leído, pese a la desilusión de las pre-vistas que otras veces le habían decepcionado, al no tener la realidad nada que ver con las imágenes que se había forjado, aunque con el paso del tiempo cayera en la cuenta de que sus ojos en realidad sólo padecían la tan manoseada falacia de los sentidos sobre la que tanto se discutía en la tertulia de La Solana...

domingo, 6 de abril de 2014

PISA, con garbo



Foto: Amparo Hernández Estopiñán

Empiezo a pensar (sí, esto ya es un adelanto, pensar) que mi problema con la estadística es que carezco de paciencia para escuchar, leer o prestar atención hasta al final cuando alguien investiga y presenta sus conclusiones. Ya te adelanto que esto, una vez más, es lo que me ha estado a punto de pasar mientras escuchaba la reciente presentación de los resultados del Informe PISA 2012. Pero mira, esta vez he aguantado hasta el final. El informe, esta vez, analiza la respuesta de los escolares a la hora de resolver cuestiones que implicaban la resolución de problemas. 

Comienza la exposición de Andreas Schleicher, subdirector de Educación en la OCDE y persona de biografía interesante, puestos a creernos lo que cuenta la Wikipedia, y al poco lanza un aviso: hoy no se pide a los escolares que dominen conocimientos sino que sean capaces de pensar creativamente para resolver problemas. De saberlo todo se encarga Google. Todo un aviso, pues: no se va a medir que sean capaces de ver lo que saben, sino de su capacidad de poner en práctica lo que aprenden, la dicotomía can do (saber hacer) / know (tener conocimientos) que viene a explicar la situación productiva y económica actual. A partir de aquí, el chorreo de resultados estadísticos, comparación de países e interpretación. Mucho se ha escrito en los medios, que tal vez se quedaron en lo superficial y que como siempre darán interpretaciones más o menos lejanas de la finalidad del estudios, algunos para quedarse en la anécdota de que los escolares no sabrán sacar un billete de metro en una estación. Pero las reflexiones son interesantes. 

En el fondo está la cuestión de siempre. La escuela va por detrás de la sociedad, le cuesta adaptarse a los cambios sociales, y es verdad que en muchos aspectos sigue utilizando una metodología que lleva a memorizar, alejada de la realidad práctica. Correcto. 

Y como no me voy a poner a pontificar, te recomiendo que escuches el vídeo. Sí te diré que los escolares usan el ordenador, el móvil, las redes sociales, y que la escuela pelea con y contra estos medios, para que el uso sea el adecuado. También te contaré que con el aumento de horarios del profesorado, el mayor número de alumnos por aula, la batalla por blindar las programaciones porque se ha generado una tendencia a la reclamación de notas, por las incoherencias (históricas, llevamos años con esto) de un sistema educativo poco garboso, aspiramos a poco más que a mejorar, ponernos de acuerdo y que nos dejen trabajar. 

Y el vídeo del estadístico alemán, sin desperdicio. Lo que nos gustaría a todos que pasara. Por si prefieres leer, te paso la presentación gráfica de su charla, que no te lo cuenten.


martes, 1 de abril de 2014

El deneí.


    (Foto: Amparo Hernández Estopiñán)

Los niños no tienen espalda, yo al menos no recuerdo haberla tenido. Quizá ni siquiera tuve un cuerpo en mi infancia. Ésa es la paradoja: no somos conscientes denuestro cuerpo hasta que lo enojamos. Hay diversas maneras de hacerlo: levantando un coche, ingiriendo bebidas alcohólicas, durmiendo poco, sometiendo el cuerpo a presión, atosigándolo, descuidándolo. Sea lo que sea, tarde o temprano el cuerpo te pasa factura, y de repente eres consciente de que posees una cabeza, un estómago, una espalda. Yo tenía una espalda, una espalda que desde aquel momento tomó las riendas de mi vida. 
Cees Nooteboom, Lluvia roja

Cuenta alguien en algún sitio que nuestro vocabulario, las palabras que utilizamos (alguien lo llamó idiolecto, mucho que ver con el origen de la palabra idiota), delatan nuestra edad. Acabo de leer Yo fui a EGB, no en vano pertenezco a la segunda promoción de aquel sistema que nos llevó de las fichas a las técnicas de estudio, de la teoría de conjuntos a una Selectividad cuando menos curiosa que sorteaba las optativas (no entraban todas las asignaturas), la lengua extranjera no contaba (cómo hemos cambiado) y que desconocía la nota de corte, entonces numerus clausus (el latín todavía no se la había pegado, al menos era obligatorio un año). 

Pues sí, nuestro lenguaje nos identifica, vertical y horizontalmente. Cómo me gusta, lo repito con frecuencia, buscar en el lenguaje, establecer relaciones, tratar de encontrar la vida de las palabras, por lo que puedan ayudar(nos) a ampliar el qué decir más que el cómo decir. Me viene a la memoria el padre de la protagonista de Mi gran boda griega, siempre buscando relaciones entre las palabras que usan quienes tiene alrededor y el griego, su lengua materna. 

También nos identifica horizontalmente, digamos, nos mantiene unidos a nuestra generación, una verdadera seña de identidad, y nos hará sentir como marcianos entre la población adolescente, que desconoce los Cuadernos Rubio y se maneja con soltura adicta ante la pantalla de cualquier dispositivo electrónico, cuanto más, mejor. 

Ahora, a la mínima que te quejas, que te duele algo, que se te olvida dónde has dejado el coche o las llaves, alguien, inevitablemente de tu generación, te dirá que es cosa del deneí. Ya no hablamos de la edad, sacamos el problema de nosotros mismos y acusamos a la primera tarjeta de plástico que tuvimos y que tal vez nos hizo tanta ilusión la primera vez, cuando visitamos por primera vez la Comisaría de Policía (Armada unos, Nacional otros). Luego vinieron otras tarjetas, nos invadió el plástico con o sin microchip y quedó sellada nuestra dependencia del sistema, que tanto presume de saber de nosotros. 

El deneí nos delata, como la jerga de nuestra edad, que avanza vete a saber si linealmente o describiendo una curva que no alcanzamos a ver. Qué bien resume Nooteboom el deneí. Vaya semanica.