Caminaba distraída, como ausente, con el semblante de enfado crónico que adoptan los adolescentes a menudo en compañía de los adultos, no sólo como si el mundo les fuera hostil, sino como si toda la hostilidad universal se concentrara de manera exclusiva y singular contra ellos solos.
(Gonzalo Hidalgo Bayal, La sed de sal)
Comienza el final del curso, y un año más el tercer trimestre es una falacia, un engaño. Nos pasa a los docentes algo que ya he comentado alguna vez. Lo siento, siempre estamos con lo mismo: El tiempo de nuestra vida gira alrededor de trimestres que no duran tres meses, echa cuentas y verás, y como la vida del segundo depende de un calendario irregular, porque la primera luna llena de primavera condiciona la llegada de la Semana Santa en esta parte del mundo, pues ahí nos tienes, que cuando caen tarde las vacaciones, el tramo final del curso se complica, cae en barrena y se apodera de todos el vértigo. Sobre todo, de los estudiantes. Algunos vuelven a clase para un mes de verdadera pasión, exámenes, recuperaciones, suspiros y tensión que en tantas ocasiones se hace dueña del tono de voz con que se habla en casa. Como para dar consejos.
Es lo que tiene estar creciendo, de ahí viene, según cuentan, la palabra adolescente, el que crece. Se habla mucho de la adolescencia, un término relativamente nuevo en nuestra lengua, y que en su momento se miró con recelo, aunque fuera por motivos distintos a los de ahora, cuando el miedo a lo desconocido, las amenazas nuevas y viejas de la vida, causan angustia.
Todo parecía más fácil hace años, cuando ser adolescente equivalía a llevar la contraria, tener altibajos y montar en moto. Ahora, móvil en mano, enredan en redes sociales, buscan ocio que no controlan y descubren por primera vez la soledad frente al reto más o menos cercano de un mundo que cambia, mientras tantas veces rechazan la ayuda de quienes no son sino el último eslabón de la vida anterior, y que solo pueden ofrecer la ayuda de una experiencia de la vida que a ellos les dice poco porque en realidad pertenece a otro mundo.
En aquel mundo siempre llueve, creen. Pero siempre ha terminado por escampar.
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