martes, 27 de diciembre de 2011

Tantas memorias como me trae el río



                         

             ...Huele a gloria

el campo con la lluvia. Sabe a vida

pasear con el fresco en el silencio

que hace la tarde mientras pasa lenta,

mientra pasa la tarde y los palomos

en un revuelo raudo se recogen.



José Antonio Muñoz Rojas
Cantos a Rosa (1954)

jueves, 22 de diciembre de 2011

Gracias por la estrella


Creo que nunca te he agradecido que me hicieras descubrir (lo) que es Navidad. Nos llevan mareando ya muchas semanas, años, con un supuesto espíritu navideño importado del cine, Dickens, grandes cadenas comerciales, con compras, comidas, buenos propósitos, pero tú estabas intranquila. Estos días, así, te causan una desazón que difícilmente sabrías o desearías explicar. 

No habían puesto todavía tu estrella sobre el tejado del sanatorio del Pinar. Tal vez pensabas que aquel empleado de tu imaginación se había jubilado y nadie se iba a ocupar de poner en marcha el mecanismo sencillo de la estrella. Me llamabas: quizá se había cansado (nos cansamos todos tan pronto de lo que tenemos que hacer porque nos parece, o en realidad solo es, una obligación de tente mientras cobro), o pensó que para qué iba a molestarse si, total, a nadie le interesaba, nadie mira en aquella dirección, donde las vidas anónimas piden una explicación al mundo, y nadie se lo iba a exigir y mucho menos agradecer. 

Y decías que sí, que es importante, que necesitabas que algo o alguien te recordara que estabas en camino, que no te habías cansado de todo, que querías seguir adelante, que para ti eso era la Navidad. No la locura que se desata cada doce meses y precipita el final del año que deseó pasar como otro cualquiera pero nos dejó huella. 

Todo cambió aquella tarde. Cruzabas, como de costumbre, el viaducto nuevo (así puedes ver el viejo y llenarte de nostalgia), viste la luz, me llamaste para pedirme que colocara aquí tu foto. Ahí te habías subido, aquella terraza heladora que acoge de vez en cuando tus lágrimas cuando miras al cielo porque lo que te pasa carece de sentido, trípode en mano, a perpetuar la imagen que ansiabas volver a ver para convencerte un año más de que todo merecía la pena. 

Se me ocurre pensar una cosa. Ahí arriba, donde luce la estrella, sobre ese tejado inmenso que esconde los secretos que la naturaleza no desea revelarnos, hace todos estos años, Dios habría puesto su belén, rodeado de seres cuya presencia olvidamos y que no vamos a tener nunca en cuenta, la gente que con su mirada vacía tantas veces nos preguntará qué hacemos aquí, preocupados, cansados, cumpliendo obligaciones sin contenido que tal vez nadie nos exija y seguramente no nos van a agradecer. 

Gracias por la estrella, un año más. 

(La foto es de Amparo Hernández. Mi agradecimiento: sin ella esta entrada no existiría)

sábado, 17 de diciembre de 2011

traspasar la noche



Mes raro diciembre. Ya llevamos más de la mitad. Mes raro, no porque sea poco habitual (ocupa un doceava parte del año), o porque se comporte de modo inhabitual (es bastante predecible todo, alguna vez nos ha dado sorpresas). Es más bien extravagante de genio o de comportamiento y propenso a singularizarse. Te sonríes, inútilmente: lo acabo de copiar del Diccionario.

Acorta el día, hoy amanece un minuto más tarde, aunque el sol se ocultará a la misma hora que ayer, si es que lo vemos. El mes se empeñó en ser singular ya en los comienzos, con un puente discutido y discutible, que quedará al margen de nuestra vida hasta que el capricho del calendario vuelva a empalmar festivos, necesidad de ocio, gasto inevitable y poca productividad. 
 
La noche es larga, el insomne se encuentra solo, los ruidos de la calle llegan hasta su habitación matizados por la inquietud. La cabeza se pone a funcionar, busca una alternativa: relee aquel viejo cuento que en su día pasó desapercibido. Robo estas palabras. No escarbes: no hay más que lo que escribió Carmen Martín Gaite. En la penumbra, oigo el rumor del viento que anda también perdido en la oscuridad.

Volvió el abuelo por la noche, cuando ya se habían ido todos los amigos y había pasado la hora de la cena, cuando la madre de Alina empezaba a estar también muy preocupada. Traía la cabeza baja y le temblaban las manos. Se metió en su cuarto, sin que las palabras que ellos le dijeron lograsen aliviar su gesto contraído.
—Está loco tu padre, Herminia, loco —se enfadó el maestro, cuando le oyeron que cerraba la puerta—. Debía verle un médico. Nos está quitando la vida.
Benjamín estaba excitado por el éxito de la hija y por la bebida, y tenía ganas de discutir con alguien. Siguió diciendo muchas cosas del abuelo, sin que Alina ni su madre le secundaran. Luego se fueron todos a la cama.
Pero Alina no durmió. Esperó un rato y escapó de puntillas al cuarto del abuelo. Aquella noche, tras sus sobresalientes de quinto curso, fue la última vez que habló largo y tendido con él. Se quedaron juntos hasta la madrugada, hasta que consiguió volver a verle confiado, ahuyentado el desamparo de sus ojos turbios que parecían querer traspasar la noche, verla rajada por chorros de luz.
—No te vayas, hija, espera otro poco —le pedía a cada momento él, en cuanto la conversación languidecía.
—Si no me voy. No te preocupes. No me voy hasta que tú quieras.
—Que no nos oiga tu padre. Si se entera de que estás sin dormir por mi culpa, me mata.
—No nos oye, abuelo.
Y hablaban en cuchicheo, casi al oído, como dos amantes.
—¿Tú no piensas que estoy loco, verdad que no?
—Claro que no.
—Dímelo de verdad.
—Te lo juro, abuelo. —Y a Alina le temblaba la voz—. Me pareces la persona más seria de la casa.
—Me dicen que soy como un niño, pero no. Soy un hombre. Es que, hija de mi alma, la cosa más seria que le puede pasar a un hombre es morirse. Hablar es el único consuelo. Estaría hablando todo el día, si tuviera quien me escuchara. Mientras hablo, estoy todavía vivo, y le dejo algo a los demás. Lo terrible es que se muera todo con uno, toda la memoria de las cosas que se han hecho y se han visto. Entiende esto, hija.
—Lo entiendo, claro que lo entiendo.
Lloraba el abuelo.
—Lo entiendes, hija, porque sólo las mujeres entienden y dan calor. Por muy viejo que sea un hombre, delante de otro hombre tiene vergüenza de llorar. Una mujer te arropa, aunque también te traiga a la tierra y te ate, como tu abuela me ató a mí. Ya no te mueves más, y ves que no valías nada. Pero sabes lo que es la compañía. La compañía de uno, mala o buena, se la elige uno.
Desvariaba el abuelo. Pero hablando, hablando le resucitaron los ojos y se le puso una voz sin temblores. La muerte no le puede coger desprevenido a alguien que está hablando. El abuelo contó aquella noche, enredadas, todas sus historias de América, de la abuela Rosa, de gentes distintas cuyos nombres equivocaba y cuyas anécdotas cambiaban de sujeto, historias desvaídas de juventud. Era todo confuso, quizá más que ninguna vez de las que había hablado de lo mismo, pero en cambio, nunca le había llegado a Alina tan viva y estremecedora como ahora la desesperación del abuelo por no poder moverse ya más, por no oír la voz de tantas personas que hay en el mundo contando cosas y escuchándolas, por no hacer tantos viajes como se quedan por hacer y aprender tantas cosas que valdrían la pena; y comprendía que quería legársela a ella aquella sed de vida, aquella inquietud.
—Aquí, donde estoy condenado a morir, ya me lo tengo todo visto, sabido de memoria. Sé cómo son los responsos que me va a rezar el cura, y la cara de los santos de la iglesia a los que me vais a encomendar, he contado una por una las hierbas del cementerio. La única curiosidad puede ser la de saber en qué día de la semana me va a tocar la suerte. Tu abuela se murió en domingo, en abril.

martes, 6 de diciembre de 2011

A vueltas con San Nicolás



A vueltas con lo de siempre. Las fechas, que se repiten cada año. Una reminiscencia, vete a saber, de quien pensó que el tiempo era cíclico (me lo acaba de recordar en Facebook un contacto estaba releyendo El mundo de Sofía). El calendario se encarga de traer los mismos recuerdos cuando regresa a un punto determinado, con tal fuerza que parece que el interesado no haya estado allí antes. Eso explica que digamos que los relojes son analógicos: tratan, pobremente, eso sí, de reflejar que el tiempo vuelve y vuelve, y los poetas a veces han hablado del malestar que les produce un reloj sin agujas.

A mí me sucede con la fiesta de San Nicolás, siempre a la sombra de otra más celebrada (la de la Inmaculada Concepción), y convertida en nuestra época en puente por casualidades de la vida social (la aprobación de la Constitución Española de 1978, que a este paso acabarán cambiando: el puente y la constitución, fijo).

Algo contaba en un comentario de una red social Ángel Torres, maestro, conversador, paseante, pozo sin fondo, amigo, comentarista, dueño de la visión de Teruel de tantos años en la calle de los Baches: cada vez vienen con más fuerza los recuerdos. Lo decía a raíz de una foto en la que yo me quejaba del silencio de las calles y edificios históricos y reseñables de nuestra ciudad. Ya lo hice aquí al hablar de que Teruel, que con lo que tiene que contar es un mapa mudo.

Y al nombrar a don Ángel Torres busco en internet sus fotos de San Nicolás, el colegio que solo quienes vivieron allí o trabajaron conocen en profundidad. Llevó el maestro a sus conocidos de la Sociedad Fotográfica Turolense a los entresijos que él conoció cuando otros casi nacimos, y les dio otra lección: una imagen vale más que mis palabras. Y las fotos de aquella visita reflejaron, desde distintos puntos de vista, lo que el lenguaje no alcanza a expresar.

Por eso hoy, fiesta de San Nicolás, recomiendo visitar la capilla del colegio, lugar de la devoción de siempre en la ciudad de Teruel. 

No olvido los paseos de aquellos lunes, desde la calle de San Martín hasta la imagen del santo, en la que mi madre debió de volcar la solicitud por sus preocupaciones, mes a mes, que obligaban a estirar un presupuesto por lo general magro. Y hoy también recoge este rincón de silencios y bisbiseos la devoción de los turolenses recientes, la comunidad rumana que ha ornamentado la memoria del obispo que venera.

Hoy, día de San Nicolás, recibirán sus regalos muchos niños de aquella parte de Europa que se desplazó en su día hasta nosotros. Anticipo de los días de Navidad, cuando olvidamos los trescientos sesenta y tantos días restantes del año y nos llenarán de buenos propósitos y generosidad.

(En el vídeo, una forma curiosa de regalar a quien le falta lo necesario en sus días tempranos. Sí, dar un pez no es lo mismo que enseñar a pescar. A ver si luego nos estiramos también el resto del año).


Vídeo desde Canadá