sábado, 20 de junio de 2009
Las casualidades de la vida. Escribí hace unos días una entrada a propósito de los auxiliares de conversación en lengua inglesa que se han designado para nuestra comunidad autónoma, y me quejaba porque no aparece ni uno destinado a Teruel. Algún bienpensante me dijo que tal vez los candidatos no elegían más que Zaragoza o Huesca para vivir... En fin.
A lo que iba. Casualmente, el viernes, a raíz del atentado terrorista que se llevó la vida de un inspector de policía, me acordé de dos de los auxiliares de conversación (en la jerga de los centros educativos todavía los llamamos lectores) que vinieron de Irlanda del Norte. Ambos, criados en un ambiente republicano, tenían cierta simpatía por el País Vasco, al que parecían asimilar con la situación de Irlanda del Norte, los nueve condados de la isla de Irlanda que pertenecen al Reino Unido, y cuya sangría había afectado a las familias de ambos.
A veces, en mi tarea como persona de acogida de estos estudiantes universitarios que estudian español y pasan un curso académico aquí practicando nuestra lengua, la conversación derivaba hacia esta cuestión, y hablábamos, con la franqueza que otorga la curiosidad. También tuve ocasión de hablar con la madre de uno de ellos, verdaderamente comprometida con la causa irlandesa desde los duros años setenta, y fue interesante conocer de primera mano la evolución de los problemas, que tuvieron unos orígenes concretos y un desarrollo que con frecuencia ha atraído la atención mundial.
Cuando les comentaba el desarrollo que la Constitución española del 78 ha dado a la España de las autonomías, con ejemplos como el cupo vasco (su propio sistema fiscal, que negocian con el gobierno central y que les ha dado alas), la existencia de la policía autonómica con parcelas exclusivas, el grado de independencia del sistema educativo, o el poder de la televisión autnoómia, o las grandes concesiones de los gobiernos centrales y demás cuando los votos de los diputados nacionalistas han sido necesarios para sustentar un gobierno en Madrid, se quedaban asombrados. Está claro que viajar cura los males.
Y me ha venido también a la memoria estos días un libro, Los peces de la amargura, de Fernando Aramburu. Recordando algunos de los relatos de este libro, he podido imaginar la vida de este servidor público y su familia, vascos de Baracaldo. Una buena lectura, muy recomendable para comprender el día a día de tantas familias que guardan silencio, pero que estos días, desde el dolor, ven algo de luz: banderas a media asta en el parlamento vasco, policías vascos, guardia civil y Policía Nacional juntos en la capilla ardiente de Eduardo, transmisión en directo de la manifestación de repulsa en la televisión vasca (por primera vez, parece increíble). Y simpatía por el País Vasco la tenemos todos.
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