lunes, 26 de octubre de 2009

Redes




He llevado muletas una vez en mi vida, durante tres o cuatro semanas, y por sorpresa. Ya sé: llevar muletas no entra dentro de las previsiones de nadie, es algo que nos ocurre, pero también es verdad que ante una operación quirúrgica, a uno le avisan si va a salir del hospital a cuatro patas. A mí no me avisaron, o tal vez no me enteré, que tampoco sería extraño, y lié a media familia para que me enviaran unas muletas a Zaragoza. El caso es que me sucedió como dicen que les sucede a las embarazadas, o a quien lleva un brazo en cabestrillo: desde el primer día que salí a la calle con las muletas, empecé a ver gente en la misma situación. Y aún peor: gente que me daba consejos y me contaba su experiencia.
Igual que cuando te presentan a una persona: a partir de ese momento te la volverás a encontrar con el motivo más insospechado. Será cosa de las leyes del azar que mi amigo Julio, divulgador paciente, tan bien me ha intentado explicar en un rincón de la sala de profesores del Chomón, y que por algún motivo del que habla cuando yo ya me he perdido, se aplican a la economía.
Viene esta consideración a propósito de la lectura. No siempre anda uno buscando, a veces parece que lo que lee anda buscándole a uno. Llevo tiempo dándole vueltas a todo esto de Internet (incluso busco en la red si se tiene que escribir con mayúscula o no – el corrector de mi ordenador se empeña en ponerlo con mayúscula), y le doy vueltas: hasta dónde nos puede llevar, qué pasa con los niños que se conectan por libre, cómo facilita el trabajo, el tiempo que me hace perder...
Incluso el término “la red” expresa la trabazón del conocimiento, que también nos puede enredar, hasta tal punto que comentaba el escritor Andrés Ibáñez que “Internet está produciendo una desmaterialización de la cultura”. Tela. El usuario de la red se enreda, se queda solo, se aísla, se mueve en un espacio que no es real, y corre el peligro de volverse estúpido. Esto último se lo plantea Nicholas Carr en un artículo que se ha difundido precisamente por la red. Qué le está haciendo Internet a nuestro cerebro. Sus reflexiones son interesantes: al parecer, las mismas objeciones que se ponen hoy se pusieron en su día a la imprenta de Gutenberg – no faltó quien pensara que iba a acabar con el conocimiento, que esto eran demasiadas facilidades y nos volveríamos perezosos. Y para colmo, son temibles las adicciones que crea Internet. En Estados Unidos hay programas de recuperación de personas enganchadas. Y cuestan más de catorce mil dólares. Lo encontrarás en la red, pero ojo con el tiempo que pasas ante el ordenador.
Sobre lo estúpidos que nos podemos volver:
Sobre el programa de recuperación de adictos:
(Si no los lees en inglés, busca el traductor de Google y verás quién es el estúpido)

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