lunes, 19 de octubre de 2009

Trenes en el paisaje




Cada vez que doy un paseo por la estación de tren de Teruel, renovada y reorganizada recuerdo que aún anda desubicada la Zorrilla y que muchos temieron por el futuro de la placa giratoria de la carretera de Villaspesa cuando comenzaron las obras del paso a nivel, verdadero bien de interés cultural que debería ser protegido por quien corresponda y que hizo temer que la piqueta acabara con ella con la discreción (nocturnidad y alevosía dirían otros) con la que a veces se ha actuado.
También recuerdo aquellas tardes fabulosas, cuando la llegada del TER, el tren que llegaba hasta ciudades tan lejanas como Bilbao, atraía los ojos inquietos de aquellos críos que esperaban la llegada del viernes para simplemente verlo venir y marcharse. Y el Correo a Valencia y a Zaragoza. Y el relato de los mayores, que contaban las odiseas (y las meriendas) que vivieron en el Chispa.
Hoy, el tren directo desde Teruel a Zaragoza y a Valencia se une al autobús directo a Madrid. Ahora toca tren nuevo, sin paradas, y de un plumazo nos tendremos que creer que el viejo problema del ferrocarril está resuelto. Al leer la noticia en el Diario (“la llegada del tren pasó desapercibida”) la semana pasada, pensé que ya estamos otra vez con los remiendos de siempre.
No hace tanto que se prometió la llegada del AVE a Teruel para no sé qué fecha, y muchos, tal vez escépticos porque lo de las infraestructuras en Teruel no tiene ya remedio, miraban sin mirar a quien lanzaba el confeti electoral, hasta que el proyecto definitivo de la línea de tren hasta Valencia confirmó las sospechas, y la alta velocidad quedó en el olvido. Se habló luego de corredores. Toma, trenes de segunda mano. Arreglo de vías, arreglo del arreglo, hasta conseguir un convenio que permite disfrutar del tren directo, a una velocidad media de 90 kilómetros por hora (de Teruel a Zaragoza en poco más de dos horas), y sin dar el servicio público a las localidades de la línea.
Pasaremos sin parar por Ferreruela, Encinacorba y Cuencabuena y me acordaré de los viajes de mi padre a Zaragoza durante la mili, cuando (leyendas de soldado veterano, seguro), daba tiempo de bajar del vagón, echar la galima, volver a subir al tren y comerse las uvas mientras el tren subía pendientes que se les hacían eternas.
Tren directo. He echado un vistazo a los libros, y muchos nos cuentan la reacción de la gente con la llegada del tren a finales del siglo XIX. Qué poco hemos cambiado.

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