Cuando llegué a la mili (allá por el Pleistoceno, subrayo siempre que cuento una de entonces en clase a mis alumnos, que nacieron en el último año del siglo pasado, pobrecicos), cuando llegué a aquel servicio militar de entonces, me encontré con que la retreta no era solo lo que yo había visto siempre en Teruel el Sábado Santo, después de la procesión de la Soledad: toques de tambor, ritmos virtuosos que anunciaban el final (entonces) de las procesiones y la llegada de la Pascua. Me enteré en aquel campo de San Gregorio desértico y frío de que retreta en realidad no era otra cosa que el toque militar que se usaba para marchar en retirada, y para avisar a la tropa que se recogiera por la noche en el cuartel.
No hacía tanto que había descubierto en el diccionario que no otro era el origen de retrete, cuarto pequeño en la casa o habitación destinado para retirarse, e incluso guardarropa, por lo que tenía de recogido, de retraído, de retirado, y que sólo más adelante pasó a lo que tú y yo estamos imaginando y vemos en la foto que (con perdón) preside estas líneas.
Y ahora, a ver quién da marcha atrás. Como en la mili, no queda más remedio que resignarse, guardar silencio, escuchar la orden del día siguiente y esperar al toque de silencio. ¡Retreta, lista y parte! se gritaba al sonar el toque de retreta. Y esperar a que lo nuestro, los secretos que creíamos bien sellados, en realidad, como las historias de la mili, no le interesen a nadie.
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