lunes, 10 de agosto de 2009
VAGABUNDO
Cuando preguntan por tu música favorita, tu autor preferido o la dedicación que mayor deleite te proporciona en tu tiempo libre, no sabes qué contestar. Simplemente necesitas ese mínimo tiempo para pensar, andas disperso, y las preguntas a bocajarro (como cuando te hacen encuestas telefónicas a las que respondes porque eres persona educada que rara vez cuelga el receptor de golpe) te pillan desprevenido.
Si me preguntan por mi deporte favorito: caminar. Un quehacer que se justifica entre las limitaciones físicas y la prescripción facultativa, quizá una excusa de la pereza que evita la prisa, el afán competitivo o la preocupación por alcanzar una meta..
Caminar sin rumbo. Vagar, que según venga del latín VACARE o VACARI será estar ocioso, o bien caminar sin rumbo, acepción que prefiero y a la que me refiero, aunque ésta algo tiene que ver con la primera por lo que supone de lentitud, pausa y sosiego.
Me viene a la cabeza un poema anglosajón de mis primeros días en el Colegio Universitario, que acababa entonces de perder los estudios de Geología en virtud de un de la eficacia y de la eficiencia, y que miraba siempre hacia la Diputación Provincial.
Un poema escrito en inglés antiguo, decía, The Wanderer, que traducíamos como El vagabundo. Manuel Górriz y su tesis sobre Edward Albee, María Dolores de Lengua, María Dolores de Literatura, Micaela y Leonard Cohen, Rafael Lorenzo y Ernst Cassirer recortado y pegado a modo de caleidoscopio sobre folios que dudaban de nuestra misma existencia, acaso fruto de nuestra imaginación, Pepe Castañé, maestro de la etimología capaz de relacionar TIGILUM con té, sus escenas de la historia de Roma, siempre a lomos del Seat 133… Vicente y Joaquín, conserjes que daban puntualmente la hora, borraban la pizarra y cargaban la caldera de carbón, fallecidos recientemente, y Antonio Gargallo, recién licenciado de la mili.
Pues bien, en aquellos días (de lectura fecunda, suena a frase gastada, lo siento), descubrimos que en el poema el vagabundo retrata el estado de su alma: “en la oscuridad de la tierra, y me alejé desolado,/ surcando las espesas olas y triste por la pérdida”.
Desolado, así ha quedado el paisaje tras los incendios: sin sol, triste, inhóspito, desierto. En inglés antiguo, el poeta utiliza la palabra wintercearig: triste como el invierno. Así se muestra la tierra hoy a aquel viajero errante que paraba el coche en lo alto de Majalinos y pasaba un buen rato de pie, quieto, con la pausa y sosiego que necesitaba para escuchar el murmullo del viento que vagaba a su alrededor.
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