En el recorrido final de los Diarios de Sándor Márai, próximo ya a la desesperación tras la enfermedad larga y posterior fallecimiento de su esposa en tierra extraña, lejos de su Hungría (y de su húngaro) natal, llega el autor a la fecha de hoy. “Dos de noviembre. Los muertos: hay tantos que ya no caben en la memoria.”
Año tras año, trata de apoderarse del sentimiento colectivo la novedad de Halloween, éxito comercial global convertido en horterada de estética patética, con perdón, que trivializa el sentido de los días que celebramos hoy, el recuerdo de los difuntos, la seguridad relativa del hombre en la tierra sobre la que medita Márai en aquellas anotaciones precisas y sin embargo dispersas de los sentimientos, los recuerdos y las añoranzas de sus últimas jornadas del exilio (exilio de su lugar y también de su tiempo) al que nunca se acostumbró.
La fiesta de Todos los Santos (siempre se ha insistido que el día uno de noviembre es una fiesta solemne – como dato, la Iglesia reviste en esta celebración de blanco a los oficiantes de sus ceremonias) convive con la conmemoración (que no fiesta) de los difuntos al día siguiente, y me vienen a la cabeza las visitas al cementerio en los años de infancia, la edad que tan lejos y tan ajeno ve este fenómeno común de la muerte, y cuya realidad muchas veces se oculta, o se presenta, porque en realidad lo es, como algo que les ocurre a los demás.
Las visitas al cementerio vienen cargadas de sentimientos a veces encontrados, quizá porque estamos ante misterio y realidad a la vez, como sugieren los Diarios, un hecho que trataba de recoger el parpadeo tenue de las lámparas de aceite en la cocina de la casa familiar que prendían como prolongación de la presencia de los seres queridos en el recuerdo durante las horas de sueño, como si así se les ayudara a ganar su salvación eterna.
Recuerdo, pues, de las personas que hemos amado, rostros y voces que nos acompañaron y que no desearíamos olvidar. Insiste el escritor húngaro: “El hombre siempre es consciente de la muerte, considera que ésta forma parte natural del argumento incomprensible y complejo de la existencia, pero sólo de una forma intelectual. Después viene un período en el que uno asume que morirá. No es un sentimiento trágico, sino más bien un sosiego, como lo que se experimenta cuando se llega a comprender un misterio tras muchas cavilaciones.”
Lo siento. Espero que comprendas que no me gusta Halloween.
Año tras año, trata de apoderarse del sentimiento colectivo la novedad de Halloween, éxito comercial global convertido en horterada de estética patética, con perdón, que trivializa el sentido de los días que celebramos hoy, el recuerdo de los difuntos, la seguridad relativa del hombre en la tierra sobre la que medita Márai en aquellas anotaciones precisas y sin embargo dispersas de los sentimientos, los recuerdos y las añoranzas de sus últimas jornadas del exilio (exilio de su lugar y también de su tiempo) al que nunca se acostumbró.
La fiesta de Todos los Santos (siempre se ha insistido que el día uno de noviembre es una fiesta solemne – como dato, la Iglesia reviste en esta celebración de blanco a los oficiantes de sus ceremonias) convive con la conmemoración (que no fiesta) de los difuntos al día siguiente, y me vienen a la cabeza las visitas al cementerio en los años de infancia, la edad que tan lejos y tan ajeno ve este fenómeno común de la muerte, y cuya realidad muchas veces se oculta, o se presenta, porque en realidad lo es, como algo que les ocurre a los demás.
Las visitas al cementerio vienen cargadas de sentimientos a veces encontrados, quizá porque estamos ante misterio y realidad a la vez, como sugieren los Diarios, un hecho que trataba de recoger el parpadeo tenue de las lámparas de aceite en la cocina de la casa familiar que prendían como prolongación de la presencia de los seres queridos en el recuerdo durante las horas de sueño, como si así se les ayudara a ganar su salvación eterna.
Recuerdo, pues, de las personas que hemos amado, rostros y voces que nos acompañaron y que no desearíamos olvidar. Insiste el escritor húngaro: “El hombre siempre es consciente de la muerte, considera que ésta forma parte natural del argumento incomprensible y complejo de la existencia, pero sólo de una forma intelectual. Después viene un período en el que uno asume que morirá. No es un sentimiento trágico, sino más bien un sosiego, como lo que se experimenta cuando se llega a comprender un misterio tras muchas cavilaciones.”
Lo siento. Espero que comprendas que no me gusta Halloween.
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