Pertenezco a esa generación (sí, ya lo sé, la que se jubilará, si eso, a los sesenta y siete) que conoció la iglesia de San Martín ya cerrada al público.
Para quienes pasamos los primeros años de nuestra vida cerca de la plaza del Seminario, siempre fue lugar inaccesible a la curiosidad infantil que se abría sólo para Semana Santa, cuando los pasos abandonaban las iglesias que los alojaban el resto del año, y se adueñaba de las calles el ir y venir de aquellos cofrades que pasaban tiempo reparando, limpiando y decorando las imágenes (entonces la mayor parte de ellas sobre ruedas) que tal vez entonces no vivían el esplendor de ahora, con el auge del turismo, los reconocimientos institucionales y la unión (ay, siempre que se pueda) de las voluntades para mejorar lo que para algunos será espectáculo y para otros devoción.
Han empezado ya los ensayos de las bandas de tambores y cornetas (este fin de semana pasado nos llegaba el hormigueo desde San León), y dentro de nada nos darán el primer achuchón, el Miércoles de Ceniza, los redobles en el Obispado. Y a esperar que el cambio de luna del Martes Santo (la primera después del equinoccio de primavera, de ahí el caos de fechas de esta celebración) no dé al traste con tantas ilusiones que vivirán aquellos días mirando al cielo, escudriñando las acumulaciones de nubes y la dirección del viento, o preguntando a los mayores si ha de llover o no.
Por fin nos habremos deshecho de la carpa de estos últimos años, que tanto nos hizo temer aquello de que lo provisional, si no se anda con cuidado acabará convirtiéndose en definitivo.
Momento de felicitar a quienes han conseguido que la restauración del antiguo templo que todos los años tantos recorríamos deprisa, la curiosidad no conoce la lentitud, en los días de la Semana Santa, tal vez preguntando a quienes lo conocieron en sus días de culto acerca de detalles más o menos simples, como si en realidad deseáramos revivir la historia de algo tan cercano pero siempre cerrado.
No se me apreten mucho para la foto de la inauguración, que cabrán todos, por mucho que las elecciones anden ya para entonces tan cerca (poco más de un mes faltará entonces). El acontecimiento es obra de quienes financian, empujan, cargan con un paso, salen en la procesión, la ven, o simplemente se alegran de que las cosas se hagan y salgan bien.
El detalle de la foto, una ventana de alguna capilla tanto tiempo olvidada, da una idea de la restauración minuciosa del templo: se ha respetado esa cruz tosca de un viejo Via Crucis urbano, de escaso valor material, que seguramente habrá sido un incordio para el arreglo de la fachada. Pero en su conservación está el mérito. No sé si alguien la habría echado de menos, teniendo en cuenta el tamaño de semejante tarea.
Uno, que tiene sus cosicas: restaurar, según el Diccionario, es reparar, renovar o volver a poner algo en el estado o estimación que antes tenía.
Han empezado ya los ensayos de las bandas de tambores y cornetas (este fin de semana pasado nos llegaba el hormigueo desde San León), y dentro de nada nos darán el primer achuchón, el Miércoles de Ceniza, los redobles en el Obispado. Y a esperar que el cambio de luna del Martes Santo (la primera después del equinoccio de primavera, de ahí el caos de fechas de esta celebración) no dé al traste con tantas ilusiones que vivirán aquellos días mirando al cielo, escudriñando las acumulaciones de nubes y la dirección del viento, o preguntando a los mayores si ha de llover o no.
Por fin nos habremos deshecho de la carpa de estos últimos años, que tanto nos hizo temer aquello de que lo provisional, si no se anda con cuidado acabará convirtiéndose en definitivo.
Momento de felicitar a quienes han conseguido que la restauración del antiguo templo que todos los años tantos recorríamos deprisa, la curiosidad no conoce la lentitud, en los días de la Semana Santa, tal vez preguntando a quienes lo conocieron en sus días de culto acerca de detalles más o menos simples, como si en realidad deseáramos revivir la historia de algo tan cercano pero siempre cerrado.
No se me apreten mucho para la foto de la inauguración, que cabrán todos, por mucho que las elecciones anden ya para entonces tan cerca (poco más de un mes faltará entonces). El acontecimiento es obra de quienes financian, empujan, cargan con un paso, salen en la procesión, la ven, o simplemente se alegran de que las cosas se hagan y salgan bien.
El detalle de la foto, una ventana de alguna capilla tanto tiempo olvidada, da una idea de la restauración minuciosa del templo: se ha respetado esa cruz tosca de un viejo Via Crucis urbano, de escaso valor material, que seguramente habrá sido un incordio para el arreglo de la fachada. Pero en su conservación está el mérito. No sé si alguien la habría echado de menos, teniendo en cuenta el tamaño de semejante tarea.
Uno, que tiene sus cosicas: restaurar, según el Diccionario, es reparar, renovar o volver a poner algo en el estado o estimación que antes tenía.
Bonita rúbrica.
ResponderEliminarMJ