Pasó agosto, y como no podía ser de otra manera (pasa todos los años, vivo en una ciudad muy previsible), llegó septiembre. En Teruel, un agosto sin tormentas, mes de fiestas en los pueblos, terrazas y capazos, mercado los jueves y noticias inquietantes de los otros mercados, que lejos de ser ambulantes parece que los teníamos aquí siempre, y no nos habíamos enterado.
Todo vale contra la crisis. Llega el curso nuevo, y la noticia van a ser los profesores, que va a resultar que trabajan poco y hay que meterlos en vereda.
Por cierto: que no vengan a defendernos quienes han estado tanto tiempo callados y no se han puesto en su sitio cuando no se estaba invirtiendo bien, cuando el sistema educativo se iba al garete y cuando han comulgado con ruedas de molino. Y no lo digo sólo porque muchos profesores den o hayan dado veinte horas de clase semanales y no haya pasado nada, que ha pasado.
En fin, llegó septiembre. Dice un amigo que ahora viene gorda. Difícil que quienes se tengan que poner de acuerdo lo hagan, sobre todo cuando se tienen intereses que no son el común, y las hojas (dentro de nada amarillentas, caídas) no nos dejen ver el bosque.
En fin. Llegó septiembre: la primera tormenta el otro día, vaya nochecica. La primera niebla en la Vega de Teruel, y una luz preciosa que invita a la melancolía. Interesante melancolía. Lo tienes en internet. Fijo.
Me voy a dar un paseo, y si encuentro a alguien en alguna terraza, contribuiré a levantar con mi pequeña aportación el sector hostelero.
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