domingo, 10 de febrero de 2013

Hacer los deberes


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Entrevistaban al escritor Luis Landero hace nada en el suplemento de un periódico nacional[1] con motivo de la llegada a las librerías de Absolución, su última novela, historia de una huida motivada por las casualidades de la vida, como sucede en otras obras del autor, en las que circunstancias más o menos creadas por él urden una trama que pone en marcha al protagonista hasta llegar a un final imprevisible. En el caso de esta novela, a la absolución de una culpa más o menos culposa, derivada de la máxima de Pascal que Landero reconoce como fuerza motriz de su historia: “Todos los infortunios del hombre vienen de no saber estarse quieto en un lugar”.

Casualidades de la vida, esta misma cita la había leído yo hace unos cuantos años en el Elogio de la transmisión, maestro y alumno de George Steiner, aunque las palabras de Pascal no son idénticas: “Si se consigue estar sentado en una silla, en silencio y a solas, en una habitación, es que se ha recibido una buena educación”.

Quieto. En una silla. En silencio. A solas. Será mucho pedir con la que está cayendo. Pienso en la hiperactividad a la que lleva a tantos el uso de tecnologías a veces adictivas, la medida tan exigente del tiempo que nos hace incapaces de esperar, y me planteo cuál será la calidad de la educación que entre unos y otros nos permiten impartir, a padres y docentes.

El siguiente fin de semana, un suplemento de libros de otro periódico andaba un poco cabizbajo (hojibajo, más bien) ante el futuro incierto del libro en una sociedad digital en la que es fácil conseguir libros sin remunerar al autor o al editor por su trabajo[2]. Comentaba la llegada a España de Parásitos, de Robert Levine, y acompañaba su crítica con la opinión de algunos escritores.

En una semana volvía a cruzarme en mi camino la preocupación por la lectura, también en vista del tiempo que todos empezamos a pasar delante de una pantalla, más o menos pequeña, que no nos obliga a estar ubicados en un lugar determinado.

A todo esto llegó la presentación de Todas las miradas de Miguel Mena en el Museo de Teruel, conducida por un Mario Ropero valiente (tenía cuatro años, según confesó, en 1982, el año del Mundial), donde el autor nombró a su amigo Félix Romeo, quien por lo visto leía lo que escribía Mena y con frecuencia le pedía que quitara esto o aquello, en consonancia con la brevedad de sus propios escritos.

Recordando esta charla encontré las líneas en las que en el suplemento de libros de un tercer periódico ya en 2009 anotó Félix Romeo su temor ante el futuro del libro: “Será que yo estoy obsesionado o que nos ha entrado a todos los escritores el canguelo del libro digital, pero no paro de hablar del asunto. Hay argumentos que se repiten para no imaginar su posible, y más que probable, desaparición en papel: lleva seis siglos funcionando perfectamente, es un fetiche, es bello en sí mismo… Lleva seis siglos funcionando, pero no estoy de acuerdo en que haya funcionado perfectamente. Más de media humanidad, hoy en día, sigue sin acceso a los libros. La televisión ha hecho mucho mejor sus deberes.”[3]

Ese mismo sábado, frío, ventoso, me sentí como el protagonista de Absolución: llevado por una inercia que no estaba seguro de haber creado. Vi fotos de la destrucción de la biblioteca de Tombuctú. Y al pasar por la Biblioteca Pública de Teruel, comprobé que efectivamente ahora cierra los sábados. Triste foto.




[1] El País, sábado 26 de enero de 2013, Suplemento Vida & Artes, pág. 37


[2] El Cultural, 1-7 de febrero de 2013


[3] Félix Romeo, “El cuerpo en la lectura”, ABCD Cultural, 31 de octubre de 2009, pág. 9

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