Hace unos días comentábamos qué habrá sido de Gibraltar, el eterno problema de la política exterior española, un grano en el fondo de la Península Ibérica que de vez en cuando se nos hace presente.
Las noticias aparecen, se alimentan, languidecen y acaban siendo olvidadas. Qué habrá sido de la prima de riesgo. Los problemas se muestran relativos, un presente de diseño arrambla con todo, y los medios de comunicación, estos periódicos cada vez más delgados (gracias, no había caído, es por la falta de publicidad), las radios cada vez más previsibles, van de un tema a otro, saltan, la actualidad manda.
Vamos de flor en flor - lo siento, sé que se trata de un lugar común, pero es tan gráfico, ahora que la desaparición de las abejas amenaza la vida sobre la tierra... Los políticos siguen gobernando a golpe de convocatoria electoral, la memoria es muy mala, siempre a corto plazo, pese a que lo prometido es deuda, y aquí nadie se sienta a hablar, a pensar, a digerir todo esto que está sucediendo.
No sé si nos habrá gustado, pero Alemania es Alemania, se van a tener que poner de acuerdo quienes antes parecían incompatibles, y aquí andamos a la greña, sin mirar juntos al horizonte (lo siento, otro lugar común). Y los viejos problemas, viejos de verdad, que la Constitución que vimos nacer, que no votar, nos pilló tan jóvenes, se tambalea pese a que nos hizo creer que los había solucionado para siempre.
Como cada generación hace examen de conciencia, no faltan en los escaparates (desgraciadamente tantas veces virtuales) reflexiones en voz alta, a veces un susurro de confesionario que aspira a la remisión de una culpa.
Te cuento lo que he leído esta última temporada. Lo hizo Amin Maalouf en Los desorientados. Lo acaba de hacer Muñoz Molina (Todo lo que era sólido) y José Ramón Goñi Tirapu necesitó poner sobre el papel la historia personal y del País Vasco, entremezcladas, en Mi hijo era de ETA. Tres relatos muy distintos de una realidad que se nos está empañando.
Nadie está libre de mirarse hacia adentro desde su punto de vista, pero todos, cuando reflexionamos, tenemos en común lo que el escritor Kazuo Ishiguro apuntó en una entrevista de 1997, al reflexionar sobre nuestra capacidad de elección: “las personas tienden a hacer lo que la vida les deja. Todos somos empujados - aunque solo en parte, precisa en otro lugar, pues el margen de responsabilidad es amplio - hacia un lado u otro por las obligaciones de los demás, o por los pequeños deberes de la sociedad en que vivimos, o por accidentes, o por lo que la vida te permite o no te permite hacer. (…) Lo que pasa es que la vida urge. Está llena de muchas obligaciones pequeñas pero urgentes (…) y son esas pequeñas obligaciones las que al final deciden cómo emplear la vida.”
Vivimos deprisa, nos hacen ir de flor en flor. Tal vez traten de distraernos. Urge pararse un rato, mirar hacia adentro. También como país. Y que quienes tienen capacidad de decidir, decidan, hagan propuestas, hablen, no pierdan el hábito de pensar, juntos si es posible. Anda tocada la Constitución del 78, cojea, nadie cree que vuelva a aguantar mucho tiempo en pie, anda con algo de fiebre. Pero entonces la tarea era mucho más complicada.
Nota.
El título y la cita de Ishiguro son prestadas (Carmen Iglesias, No siempre lo peor es cierto. Estudios sobre historia de España, Galaxia Gutemberg, 2009).
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