miércoles, 8 de septiembre de 2010

MANÓNIMOS (VI)


Me ha contado más de una vez algo que tenía aquello que nos pasa con frecuencia a todos, cuando nos parece que las condiciones son óptimas para contar un recuerdo personal que no contaríamos en otras circunstancias, y a quienes nos escuchan, en vez de comprender la solemnidad de nuestras palabras, solidarizarse con nuestros sentimientos o al menos respetar nuestra intimidad, les da por (son)reír, y estamos seguros de que más adelante lo utilizarán para meterse con nosotros con un “anda, cuéntanos lo que te pasó tal día”, y conseguir que el círculo de los sonrientes o abiertamente rientes se amplíe de manera que hubiéramos sido capaces de prever de haber sido más prudentes.

Pues bien, me ha contado más de una vez que le pone muy melancólico ver fotos antiguas (no tan antiguas, basta que sean fotos de su niñez o de su época escolar), esas instantáneas en las que aparece en pantalones (muy) cortos, con el pelo corto, delator de unas entonces sólo incipientes orejas de soplillo que me lo tenían acomplejado, y con una mirada que ahora le parece tan inocente que explica lo que ha sido su vida después.

Me ha contado que entonces, en aquellos pantalones muy cortos, cabía de todo en unos bolsillos que no tenían fin, y que su madre, harta de encontrar de todo en los cajones de aquella mesita de noche que tanto se estimaba, le hacía vaciar el contenido de los bolsillos sobre la mesa del comedor y explicarle por qué llevaba cada una de esas cosas que hacían tanto bulto que acababan por reventar el pantalón.

Avergonzado, como muestra su cara en la foto que tenía entre las manos mientras me lo contaba, relataba el proceso de desatasco: un par de huesos de matamuchachos, un pañuelo amarillento, arrugado y con gotas de sangre de algún reventón de nariz, un chicle, canicas, la entrada del cine La Salle de la sesión numerada del domingo anterior, una bolsa de pipas vacía, cáscaras de pipas que antes estuvieron en la bolsa, cromos arrugados y descoloridos de Miguel Ángel, Sol, Camacho, Benito y Pirri...unas hebras de tabaco que le van a costar un buen soplamocos, migas de pan, una peonza y una cuerda, además de la llave y el candado de la bici, con los consiguientes restos de grasa de la cadena que se salía cada dos por tres.

Ya no me puedo aguantar la risa, a la vista de la cara que debió de poner delante de su madre, que se iba secando las manos en el delantal mientras se preparaba para darle el soplamocos habitual de su psicología aplicada, mientras asegura que debió de ser entonces cuando decidió que nunca más llevaría nada en los bolsillos que no fueran un par de llaves, un pañuelo y algo de dinero.

Por eso, renunció después a llevar una bolsa de costado o un bolso que lo liberaran de bultos en los bolsillos pero que no iban a impedir que siguiera acumulando objetos, recuerdos y material reciclable. Y cuando le dan un recado, lo apunta en la pared. Debió de necesitar un día un fontanero, pidió información y la escribió en esta pared, auténtico redescubrimiento de las Páginas Blancas.

Conozco su mala memoria, es incapaz de recordar un número de teléfono, y cada vez que necesite llamar al fontanero, acudirá a este lugar manónimo donde permanecerá para siempre la información de las páginas blancas improvisadas, propias de alguien que se hartó de llevar cosas en los bolsillos, y que no piensa cargar con un bolso que, total, sólo contendrá lo que él era capaz de llevar en aquellos pantalones cortos, bien cortos cuando miraba con pena a la cámara de fotos de quien se empeñó en perpetuar la memoria de su infancia, que a él ahora le ataca con sus accesos de melancolía y que hace las delicias de quienes le escuchan en momentos solemnes en los que la intimidad se le escapa sin darse cuenta.

2 comentarios:

  1. Probablemente, si su madre viviera todavía, ahora le daría otro potente soplamocos, o al menos sería bastante hostil, al ver que su chico ¡escribía en las paredes!. Tendrá que buscar una solución intermedia.... pero que no sean esos papeles amarillos que se pegan y despegan, que siempre se acaban perdiendo...

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