Todavía es verano, que conste.
Pero anoche, la agitación del cielo, con ese olor a tormenta húmedo e inquietante, nos hizo dormir con la indecisión propia de estos días: cierro la ventana, dejo la ventana abierta, no sé qué hacer. Tantas cosas hemos oído contar aquí de los males de la corriente cuando llega el primer aviso del final del verano.
Se cerró el cuaderno de El Alcabor hace unas cuantas semanas, y al regreso de aquellas vacanciones prometidas, al abrir este rincón, me ha costado reconocer lo que antes era habitual. Tras el cambio de actividad (la mejor definición de descanso para quienes raramente duermen muchas horas o apenas abrazan el calor de una siesta), lo invade todo la necesidad de cerrar el cuaderno de bitácora definitivamente y dejar correr el agua, como si la decisión de abrirlo un día hubiera sido fruto de la precipitación o de un afán (vano, hay que reconocerlo) de perpetuar la opinión propia. Hay mucho ruido en el entorno, ruido opinador me gusta llamarlo, y no faltan voces, alaridos con frecuencia, que no son sino eco de otras opiniones y de otros quehaceres mejores. Vete a saber si lo más recomendable será el silencio, el fomento de una vida interior que ayude a entender este mundo que se desboca, un tiempo de mirar hacia adentro, de vivir un día a día tranquilo en la medida de lo posible.
Me ha dado que pensar un libro de Miguel Mena, Piedad, uno de esos libros que a veces lee uno por casualidad. Seré sincero: me atrajo la tapa, lo hojeé, y lo leí. Me ha dado que pensar, digo. El libro es algo así como el acomodador del cine, de aquel cine de antes, en el que tanta gente llegaba con la película empezada, y siempre había alguien (me acuerdo de Maximino), que tenía el cine, butaca a butaca, en la cabeza y te colocaba en tu sitio en un minuto. Pues así es este libro. Vas despistado, a lo tuyo, llegas tarde, y un texto te lleva a una foto con la que el autor se encontró en algún recorrido aparentemente imprevisto. Se lo tendré que agradecer un día a Miguel Mena, pero ha conseguido que ahora me lo piense dos veces antes de subir una foto, y mucho peor aún, comentarla al calor de este rincón de la casa donde lo suyo es hablar bajico.
Seguiremos. Espero no hacer ruido, y que alguna vez sonriamos.
Ayer, antes de la tormenta, me crucé con Teresa en la plaza del Torico. Me preguntó por qué llamo Manónimos a los mensajes escritos que encuentro por la calle. Gracias, lectora. Eres única.
Feliz regreso.
ResponderEliminarEl libro que mencionas es una joya desde la portada (corazón crudo, crudo) hasta el final con un sinfín de pequeñas estaciones que te paran, eso es, te paran.