Decía la semana pasada que todavía es verano. Y es verdad, todavía es verano, aunque es inevitable que muchas veces, ahora que la pereza de la temperatura más baja se va adueñando de la mañana, te cruces con quien te cruces, acabes hablando del tiempo. Que si refresca, que si esta mañana había niebla (mucha, me decía un forano, para lo poco caudaloso que es el río, como si lo de la niebla fuera cosa del río – es cosa de las tardes de paseo), que si el día acorta, que si hoy se metía el sol a las ocho y media de la tarde en la Vega, cada vez más cerca de Teruel (un día te hablaré de alguien que siempre escribía y pronunciaba la palabra vega con mayúscula). En fin, lo de siempre, un adverbio tan incierto este siempre que a algunos les da seguridad y a otro los saca de sus casillas. Hablando de casillas, este verano pasado (el que ahora acorta buscando un reposo que alfombrará de hojas amarillas el otoño ese que dicen que aquí no existe) fue el verano del deporte.
Ganó España el mundial de fútbol, perdió España hace nada el de baloncesto, Nadal y el Tour de Francia vibraron, y anduvo todo revuelto con los anuncios del ministro de guardia del verano, que se lanzó a avisarnos de subidas de impuestos (eso nos pasa por anhelar servicios de primera, decía), recortes de inversión pública y marcha atrás cuando quien quiere y puede se ha quejado. Otro deporte, sin duda, que nos tendrá, me malicio, alejados de la realidad tan dura que nos rodea. No se hablaba otra cosa que de la crisis este verano, en vista de los números de visitantes, pernoctantes y turistas que se autoabastecían en el supermercado para ahorrarse los gastos.
Se revolvieron los medios de comunicación cuando abrió la boca el ministro (ministro encargado de ir desplegando la sonda cada verano, a ver cómo responde el personal a lo que viene en otoño), y el presidente del Gobierno viajó a China para mostrar al mundo las virtudes de Miguelín (el grande), y ganar en credibilidad en aquel abierto-veinticuatro-horas que parece tener la clave del futuro. Y aquí, la casa sin barrer.
Con todo, no me extraña que Bob Esponja, héroe del siglo XXI que no sabemos si será capaz de bajar del pedestal al Mazinger Z de nuestros días, se acabara subiendo por las paredes. No me extraña, aunque soplan vientos de cambio: las historietas de toda la vida, Zipi y Zape, Mortadelo, Pepe Gotera y Otilio, Carpanta y el 13 de la Rue del Percebe siguen gustando a toda esta generación que se cría ante la pantalla del televisor pero acaba de descubrir el secreto de la letra impresa e ilustrada.
PD.: Me hizo sonreír la pregunta de C cuando descubrió que las historietas también eran entretenidas. ¿La pregunta? En qué orden se leen las viñetas (respuesta: de izquierda a derecha y de arriba abajo).
Y tanto que es el héroe del siglo XXI. Pongas la tele a la hora que la pongas, ahí está, Bob Esponja, omnipresente, ¡se ha quedado enganchado a la antena!. Creo recordar, además, en una visita a Valencia, que en algún sitio ví unos carteles que anunciaban una exposición de Vincent Van Bob... Las viñetas inmortalizadas en acuarela... Tela.
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