Llegó octubre. Copio algo que leí este verano, cansado de recorrer caminando senderos que hace (ya unos cuantos, muchos) años se mostraron amables a un trote lento y siempre grato. Pasan muchas imágenes por la cabeza de quien disfruta de la carrera lenta. También el examen de la vida propia.
Debería dirigir la mirada hacia mi interior. Lo intento. Es como asomarse a un profundo pozo. ¿Veré en él algo de deferencia hacia mí mismo? Pues no, tampoco. Lo único que se ve allí es mi naturaleza de siempre: individualista, testaruda, falta de compañerismo, a menudo egoísta y, aun así, poco segura de sí misma y que siempre intenta encontrarles la gracia (o algo parecido) hasta a las situaciones más penosas. Ya he recorrido un largo camino con ella a cuestas, como si fuera una vieja bolsa de viaje. No la acarreo porque me guste. Para lo que contiene, pesa demasiado, y su aspecto tampoco es nada del otro mundo. Además, también está llena de rotos y descosidos. Simplemente, no había por ahí otra cosa, así que no he tenido más remedio que traérmela a ella. Pero, en cierto modo, también le he tomado cariño. Por supuesto.
Haruki Marukami
De qué hablo cuando hablo de correr
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