Se acaba el año, hora de pasar cuentas, hora de hacer planes, tal vez propósitos, sí, un año más, no aprendemos nunca. No está manoseado lo de hacer propósitos: tantas veces, ni siquiera los hemos tocado, quedaron intactos, envueltos en su paquetico con olor a primeros días de enero. Vienen días de recuento, decía. No faltarán quienes pasen lista. Quién nos ha dejado, qué ha ocurrido, qué no, o qué sí, eso a veces es peor, se cumplió de lo previsto hace solo un año.
Pasa volando el tiempo, volando, una de las metáforas del lenguaje que nos ayudan a comprender una idea inalcanzable, como es la del paso de este compañero de viaje que no perdona, que se nos echa encima, y a la que nos damos cuenta vemos las fotos de hace nada y nos duele el alma (o sea, nos ponemos nostálgicos).
Hay quien sale del año corriendo, tantas veces disfrazado, como si deseara ocultar la verdadera identidad, agazapado bajo una máscara protectora, hay quien entra en medio de una celebración ruidosa y abrazante que acompañe a soportar el mal trago. No faltarán agoreros que pretendan amedrentar al personal con sus profecías malditas. Antes pensábamos que lo hacían para dominarnos, ahora me temo que tantas veces es para que consumamos sus productos. Así, como lo pienso.
Nos dirán lo que ha de venir, qué adelantos técnicos veremos, lo que hemos adelantado, qué acontecimientos nos acompañarán aunque para nada los hayamos convocado, y a la que nos demos cuenta ya lamentaremos la cantidad de días que han pasado, que una vez más se nos escapan entre los dedos, tal vez porque nos engañan cada doce meses cuando nos hacen creer que podemos agarrar el tiempo, hacernos con él. No aprendemos.
Vete a saber si toca parar y pensar. Mirar hacia adentro, alrededor, despacio, caminar por el carril de vehículos lentos de la vida, volver a recorrer paisajes que olvidamos porque no hallamos tiempo para detenernos a disfrutar de lo que tenemos, llamar a las cosas por su nombre, reencontrarnos con la realidad de la que vete a saber por qué tantas veces huimos.
Lo canta Bob Dylan, otros han gastado bromas sobre esto, lo cuenta el libro del Génesis: Dios, para familiarizarse con la creación, se dedicó a poner nombre a todo lo que le rodeaba. Y es que si vamos deprisa, si no nos paramos a pensar perdemos la capacidad de poner nombres, la realidad se convierte en fantasma y descubrimos tarde que la ausencia de nombres crea monstruos.
La deriva es peligrosa. Toca caminar: San Silvestre, toma la capa y veste.
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