…cuando la tarde se acerque a los confusos
y trágicos colores de su fin...
Eloy Sánchez Rosillo, Maneras de estar solo
No hace tanto tiempo. Volví a pasar por el patio de la casa del rincón de la calle de San Martín, la de los balcones de forja que conocen de memoria tantas historias de aquella generación que jugaba en calles libres de tráfico rodado. Zaguán oscuro, amplio, siempre frío, escalones enormes y el barandado por el que te deslizabas – los juego infantiles no podían esperar, impedían bajar escaleras, aunque fuera a trompicones. Todo se ha quedado en nada: lo que la vista de entonces agrandó, puesto en su sitio por el presente, que encoge el tamaño de los recuerdos. Dicen que el tiempo pone las cosas en su sitio, aunque a lo mejor se equivoca, y las cosas en realidad fueron como las recordábamos.
Y me volvió a pasar en el Parque. Disfrutaba de la sombra, ahora que el calor ha venido pronto, no se sabe si para quedarse, aquí no se fía nadie de tanta bondad. El tiempo, que pasa todo lo rápido que nosotros queramos, si estamos al tanto, discurría lento. Llegué de los primeros y fui descubriendo una vez más la escalera de color en la que vivimos. Árboles, flores, voces, lenguas diversas, edades que se confunden, cada uno a lo suyo, ahora que no nos conocemos aunque nos veamos con frecuencia. Volvió a pasar. Él sí que saluda, y se acerca.
Como si yo también fuera dueño de recuerdos, me empeñé en recordarle la inauguración y reinauguración del Parque (aquí nos cuesta hacer las cosas bien a la primera, ya pasó con el Puente de la Equivocación, me dice). Habla del barranco, cómo han ido creciendo en treinta años los árboles que ahora nos protegen. Se quedó otra vez callado ante el vacío aparente de otras veces, y navegó de nuevo por el recuerdo. Señaló con el índice al suelo: aquí abajo están tantas casas de Teruel, tantos escombros…
Poco más hablamos, se le hacía la hora. Se refrescó la cara en la fuente y se alejó.
Escalera de color, zaguán oscuro y amplio que no siempre es lo que creíamos. El misterio del tiempo se volvió a detener ante sus ojos, que tanto le recuerdan a los de su padre, y de vez en cuando recuperan la mirada infantil que quedó enterrada entre escombros.
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