Montañas corriendo hacia la luna.
El momento del despegue eternizado
En un cielo de pronto descosido.
Un desierto de nubes perforado.
Golpe en la nada.
Eco: blanca mudez.
Silencio.
El momento del despegue eternizado
En un cielo de pronto descosido.
Un desierto de nubes perforado.
Golpe en la nada.
Eco: blanca mudez.
Silencio.
(Wyslawa Szymborska)
El accidente de aviación desgraciado que terminó con la vida del presidente polaco y gran parte de los dirigentes políticos, militares y económicos que acudían a un acto en recuerdo de la matanza de veinte mil polacos (entre ellos, los dirigentes militares, políticos e intelectuales) hace setenta años a manos de los soviéticos, ha puesto en primera plana la realidad de Polonia, un país castigado por la historia, las persecuciones y las desgracias, que sólo vio la luz en el último tercio del siglo pasado gracias al movimiento ciudadano Solidaridad, la elección del Papa Juan Pablo II y la recuperación de la libertad tras una revolución pacífica que terminó con una época contradictoria que no consiguió acabar con la Polonia real.
Polaco fue Czeslaw Misloz, premio Nobel de Literatura en 1980, con cuya obra me encontré precisamente ese año, guiado por lo que dejó escrito Azorín en El escritor: “el azar nos trae lecturas insospechadas”. Como pasa cuando recibe el Nobel un autor hasta entonces desconocido, en España la editorial Destino publicó sobre la marcha El poder cambia de mano, libro escrito treinta años antes, y lo leí (dudo que entendiera el contexto de las batallas que cuenta) sin duda espoleado por la curiosidad del momento.
Hasta ahí, Milosz, con quien volví a encontrarme en una película, Bajo el sol de Toscana, en la que la protagonista contrata a unos polacos emigrados a Italia para la rehabilitación de una vieja casona que esta crítica literaria, también exiliada, pero de otra manera, acaba de adquirir. Los polacos no tienen ni idea de albañilería, fontanería o electricidad, y uno de ellos es profesor de literatura, como la protagonista de la película. En una de las escenas de la película, lo vemos con un ejemplar de una de Milosz en la mano, y como la realidad imita al arte, decidí buscar alguna obra de Milosz, cosa de la atracción de estos pobres personajes, de la belleza de la Toscana o de la relación oculta que yo deseaba ver entre Milosz y el argumento de la película.
El caso es que Otra Europa se me presentó como la ocasión de reflexionar, tomar notas y hablar de cuestiones que siempre están ahí, y que, curiosamente, no son ajenas a la cultura o a la mentalidad española. Incluso aparece un recuerdo del autor que me recordó una anécdota de Borges, angloargentino que descubrió que era bilingüe de forma similar a la de Milosz: “Como siempre oía hablar ruso a mi alrededor, yo mismo hablaba ruso, sin darme cuenta de que era bilingüe y de que modificaba los movimientos de mi boca según me dirigiera a mi gente, o a los extranjeros.”
Releo estas líneas, y me parece que me he aprovechado del dolor de Polonia para hablar de libros o de cine. Nada más lejos de mi intención. En realidad, ha sido una excusa para mostrar mi más sincero pésame a una nación grande con palabras de su premio Nobel: “Desdichados los que, en el siglo XX creen que serán salvados fácilmente sin tomar parte en la tragedia y sin purificarse mediante el dolor histórico”. Polonia, sin duda.
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