sábado, 10 de abril de 2010

holgada la cuarentena



No sé dónde he leído (miento: lo podría saber, pero me da pereza levantarme a comprobarlo) que pasamos por la vida día a día, sin dar importancia a lo que hacemos, envueltos en esa rutina que se ha hecho con nosotros, como no podía ser de otra manera, y niega a sus víctimas la perspectiva, hasta que llega un momento que se nos permite hacer un parón y dirigimos la vista hacia ese tiempo que ha pasado y descubrimos en nuestra biografía una dimensión que el afán nos había ocultado. Lo que nos parecieron apenas anécdotas deshilachadas adquiere significado, y somos capaces de reconocer un recorrido que no era otra cosa que nuestra vida.
Debe de tener que ver con la edad: cuando uno se acepta como es, y entiende que ya no va a cambiar. Y ese momento puede hacernos desesperar o sentirnos como aquel personaje de un cuento de Luis Landero:
“Manuel Pérez Aguado tiene ya muy holgada la cuarentena, y ha llegado por tanto a esa edad en que el rostro empieza a necesitar el consuelo de unas manos atentas que amorosamente le acaricien las arrugas, le pincen el arco de la nariz, le ordeñen la barbilla, le alivien los surcos de los ojos, le estimulen la frente y le hagan una visera contra la luz o la perplejidad y, sobre todo, contra la curiosidad crítica del prójimo. Al prójimo le gusta siempre mucho leer las caras ajenas y uno ha de defender esa escritura íntima, ese diario secreto, como puede. Quizá por eso las manos y la cara, a cierta edad, suelen iniciar un apasionado romance de auxilios mutuos.”

(Luis Landero: “Trinidad en crisis”, en Entre líneas: el cuento o la vida)

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