domingo, 12 de diciembre de 2010

Bandera azul

Vaya por delante que siempre he considerado que ser bilingüe, tener dos lenguas maternas, debe de ser una suerte. Cosa muy distinta de ser políglota, que también debe de ser buena cosa, aunque políglota era Sandor Márai, el escritor húngaro que se cruzó en el camino de tantos lectores sin necesidad de grandes campañas publicitarias, y decidió un día regresar a casa porque era incapaz de vivir sin su lengua, pese a las amenazas del gobierno húngaro tras la Segunda Guerra Mundial.  Más tarde no tuvo más remedio que dejarlo todo y se estableció en el extranjero. “Para mí esa lengua y esa literatura significaban una vida plena, porque sólo en esta lengua puedo decir lo que quiero decir (y sólo en esta lengua puedo callar lo que deseo callar)."
Lo habitual para mucha gente es ser bilingüe. Milosz, otro escritor (a este lo redescubrió primero el Nobel, más tarde la película Bajo el sol de Toscana, en una escena memorable) asegura: “como siempre oía hablar ruso a mi alrededor, yo mismo hablaba ruso, sin darme cuenta de que era bilingüe y de que modificaba los movimientos de mi boca según me dirigiera a mi gente, o a los extranjeros.” Algo parecido sucedió con Borges, que se manejó en dos lenguas desde su infancia (inglés con su abuela, español con el resto del mundo), y cuentan que a los siete años escribió en inglés un resumen de la mitología y al poco tiempo se atrevió con la traducción de El príncipe feliz de Oscar Wilde. Tela.
Pero no hace falta ser un superdotado para que esto ocurra. Por lo visto, nuestro cableado neuronal está preparado (de serie) para albergar el dominio de varias lenguas, como prueban los casos tan habituales de regiones fronterizas y países con mezcla de culturas. También aquí en España, donde por los avatares de la política y del recuento de votos necesarios para sobrevivir, ya hace años que el nacionalismo se apoderó del uso y del abuso de la lengua. Y es que la pela es la pela. 
Y si no, basta analizar este cartel, plantado en una tierra bilingüe que poco tiene de nacionalista. El lenguaje delimita, da forma y sentido a la cultura, pero la cultura necesita de la subvención, y entonces el poder hablará el idioma que entienda quien abre y cierra la caja.


No hay comentarios:

Publicar un comentario